La dama en la bruma
I
La pálida bruma acompaña en su
huida a la distante figura proveniente
de las lápidas y de ninguna parte.
En otras circunstancias no hubiese
podido verla
y cuando la seguí
para darle caza
Lo entendí.
No fueron mis ojos quienes
repararon en ella, sino mis sentidos.
Oh, sí
la había sentido en ese profundo
escalofrío de mi espina dorsal,
que me estremeció cual llamarada ardiente,
consumiéndome en cenizas en un instante.
Solo un instante bastó.
La sentí en mi palpitante pecho, como un eco
distante y resonante, que surgía y bailaba en mis
venas, corroyendo el lento fluir sanguíneo, desbocando;
en la atracción irrefrenable de manos invisibles que
me hicieron alzar la mirada y seguirle.
Yo no le daba caza.
Ella me la daba a mí.
II
Debía huir
razonar
mover e! cielo
y el infierno en busca de mi voluntad
pero la maldita bruma se tornaba más blanca
más espesa, y como un manto pesado envolvió
todo frente a mí, llevándose a la figura en sus
fauces.
Quise descorrer la cortina neblinosa para
encontrarla una vez más.
Quizá... La última vez.
III
Estaba inmóvil, cual estatua de yeso
y brotaba desde lo más profundo del suelo.
La bruma que la envolvía como nubes también
parecía venir desde ese lugar profundo,
ascendiendo solo por el placer de acompañarla
y recorrerla.
Quizá esto era un fragmento del cielo,
un ángel de la inmensidad de arriba flotando
en los suelos mortales.
Sus cabellos desafiaban la ley de gravedad.
Subían, bajaban, ondeaban y danzaban.
Ella volvió el rostro despacio
como para no espantarme
y dirigió sus ojos cerrados en mi dirección,
custodiados por párpados finos de delicada piel.
Mi mente buscaba palabras para colocarle
quiso describirla de tantas formas
y la mejor manera de describirla era con el silencio.
IV
Ella dejó ver una ínfima fracción del universo
contenido en sus pupilas mientras se acercaba
despacio, sin querer ahuyentar al conejo indefenso.
Esa parecía ser mi posición.
Quería decirle que no me iría,
que aunque mi instinto dictaba que corriera
mi mente infuncionable quería quedarse.
V
Cómo correr de una criatura de ensueño
que se acerca
lento
y te envuelve con sus finos brazos
alimentándote de un festín con solo palparte.
Mis manos inútiles en su intento de corresponder
al abrazo se quedaron echadas abajo.
Este es el final, susurró un pequeño pensamiento
pero no había tiempo de pensar en finales cuando el presente
es palpable y la función apenas comienza
vestida de blanco,
mirándome.
Como un soporte arrancado de cuajo de mi cuello,
mi cabeza bajó de forma brusca y nos quedamos
frente
contra frente.
Era infinita, ella.
Modesta, mostrándose como un
pequeño e inofensivo animal, cuando podía
ser el más letal.
Cuando juntó sus labios con los míos
también tuve esa absurda idea.
Un animal tierno y suave,
inofensivo.
Y mientras moría en sus brazos
seguí creyéndolo.
Solo que era mentira.
Hermoso y denso poema, @mariart1. En él percibo una recreación muy imaginativa, una ensoñación, del posible encuentro con la muerte.
Gracias por aceptar la invitación, ¡y de qué modo! Saludos.
Gracias por leerme e invitarme :)
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