Nublado y en las rocas, gracias. XXI-XXV

in #spanish6 years ago (edited)


XXI


De la impresión, se me bajó el azúcar (supongo) y en cuanto salió el muchacho decidí beberlo. Y ahí no paró la cosa. En un hotel seguí el círculo vicioso del comer y coger. Hambre y excitación. Hasta que llegué a un punto de sentirme súper acelerada (no descarto que alguno de esos haya consumido enormes cantidades de coca… o todos). En un gustó sádico recién adquirido, y en un éxtasis artístico, colgué a algunos, asfixié a otros mientras estaba arriba, despellejé vivos a otros, jugué a las “correteadas y escondidillas” , les arranqué el pene a unos, se los metí a otros, dibujé en las paredes

 No sé como acabé en una enorme gruta, al fondo de una barranca. Cualquier ruido que hacía en la gruta parecía desenvolverse hasta lograr magnitudes fantasmagóricas. Era un lugar de lo más agradable; frío, húmedo, oscuro. Lo hice mi casa como por dos meses (o dos lunas). En la noche me traía a la fauna humana que me encontraba.  Hasta que decidí obsesionarme con la hija de alguien importante. Era guapa y de piel muy suave y delgada. Si lamía su piel podía sentir el sabor que cruzaba por sus venas. Exquisita. La tenía como vino caro, bien resguardada en su propia casa.  El papá, don señor importante, intuyó que alguien la visitaba de noche y reforzó la seguridad. Mandó buscar por todos lados a quien seducía a su hija. No la dejaron ni a sol ni a sombra. Solo que no contaba que era su propia hija la que me abría la puerta principal cuando llegaba. 

Sentí el peso del peligro cuando cada ves el poblado estaba más alerta y vigilado, entonces me la llevé. 

No sabía que mi gruta era una atracción pública, y cuando se adentraron los primeros visitantes de la temporada, llamaron a la policía.  Reconocieron algunos cuerpos y en secreto, llamaron a un “experto”.  El experto reconoció el ambiente y dictó la sentencia de que aquello era resultado de una presencia nocturna sobrenatural. En eso, llegó la noticia que la hija de Don importante había desaparecido, y con mucha aversión  la buscaron por entre los cadáveres. 

Lo bueno de las grutas es que tienen muchos pasadizos y cámaras que se comunican. Lo bueno de mi, es que tengo excelente olfato y me pude mover para estar fuera de peligro. Por un rato. 

Me llevé a la chica conmigo. Como aún era de día en el exterior, nos acomodamos en una recámara en la parte alta.  Le acariciaba el cabello negro y me seguía por su espalda mientras dormía desnuda acurrucada sobre mis piernas. No quería deshacerme de ella. En ese momento, acorralada, me entró un poco la cordura: era yo una piltrafa salvaje que había generado alerta en la población y llamado la atención de un experto.  

La llevé a una casa de fin de semana bonita para que la disfrutara a sus anchas. Sin poderme ver en un espejo, no tenía ni idea de que pinta tenía, pero el cabello lo tenía severamente enredado, el aroma que despedía no era precisamente bonito. Conseguí ropa decente para mi y un vestido vaporoso en turquesa, muy lindo para ella. 

Me di un largo baño, y con un beso de despedida, ahí la dejé, dignamente vacía en la terraza.  


XXII


A ella la encontraron horas después. La versión oficial fue la de una sobredosis de droga y un novio fugitivo. En la gruta, se manejó la idea de fosa común del narco. Ni modo por los pobres turistas que se enteraron de esta forma tan horrible de la situación del país. En el hotel también se dijo lo mismo: Narcos, pero en esta ocasión con un propósito más personal, como la venganza. 

Pero el caso es que la gente no es tonta y murmura. En el hotel murmura sobre espectros, demonios, súcubos e íncubos, sobre ritos prohibidos. El hotel ha quedado como maldito o embrujado. Ahora, después de una inspección, detalladas entrevistas con trabajadores y vecinos, y recortes de periódico exhibidos orgullosamente en una pared del lobby, el hotel forma parte de las leyendas urbanas y, usando a su favor la publicidad, ahora esta inscrita en la lista de un famoso blog sobre turismo tenebroso alrededor del mundo. Cabe decir que por muy machos, para que un trabajador se quede ahí rayando las tres de la mañana, hay que pagarle triple. 

En las grutas, la gente murmura qué hay animales salvajes; lobos, chupacabras, un nahual con rabia, sectas satánicas. Pero la gente más cercana asegura que fueron los chaneques protegiendo sus entradas, haciendo evidente que no se les debe de faltar al respeto con turistas de ningún tipo. Pero al pueblo no se le pudo quitar lo asustado por las brujas o la llorona.

  En cuanto a la chica, obvio fue el diablo el que se la llevó en pago por el favor que el papá hace tiempo pidió. Pero como ella era muy inocente, le inventaron el cuento como el de la Bella Durmiente que nunca va a despertar. 

Pero el “experto” no se dejó disuadir por ninguna de las teorías populares. Él supo que todos esos eventos juntos no eran una coincidencia.


XXIII


Vivo en una biblioteca. Qué cliché. Una biblioteca oxidada de universidad, donde una vieja mohosa no para de pintarse las uñas y pedir credenciales. Según qué hay préstamos, pero la señora no deja salir ni un panfleto.  Hay muy poca gente, hay muy poco movimiento, y a los libros les hace tanto daño como a mi. 

Encontré un buen lugar entre anaqueles bastante cómodo. Lo bueno de la ciudad es que tiene lugares abiertos a todas horas, y no solo cantinuchas. Disfruto del gusto sofisticado del wiski. También llueve, y está frío a nivel de gente (y no hay que buscar oquedades en el subsuelo para mantener la temperatura. 

Leo libros sobre mi condición (me niego a decirme de cualquier forma) y me entero que mi saliva, aparte de ser anticoagulante, es como una droga para las personas; una vez que entra en el torrente sanguíneo ¡pum! Ahora tiene más sentido lo de los sirvientes… Y lo de la chica.  Me acuerdo de Joaquín. No le he dado su dosis ¿cómo estará? 

Hay dos o tres clanes rondando y no quiero quedarme mucho tiempo y contestar preguntas para las que no tengo respuesta. Los clanes son celosos de su territorio y para pasar de un lugar a otro hay que tramitar un permiso; es un pasaporte sin foto, pero viene con unas gotitas de sangre entre dos vidrios muy delgados. Y ahí viene el nombre el clan, jerarquía, sello y firma del jefe de sección, el de área, etcétera. Ni hablemos del tema de cazar.

Entonces, en términos prácticos, estoy de ilegal, y no tengo ni idea de como arreglar mi situación. Además tengo hambre. Si el tema del permiso es delicado, el de alimentarse fresco ni hablemos. Hay que irse a lo más bajo. Ni al banco de sangre soy elegible, porque no tengo pasaporte ni aval del clan. Bueno, ni a los comedores comunitarios, que aceptan refugiados, de clanes venidos a desgracia, antiguos olvidados, vagabundos, pero todos con algún tipo de identificación post mortem que acredite o respalde su descendencia. Yo tengo nada. Obvio ya me habían aceptado en el clan, pero me desaparecí antes de que concluyera el papeleo de adopción.

Ya se me está acabando el termo con extracto de chica. Si acaso me ha durado dos días. Intento hacer rendir el contenido lo más que puedo. Lo he diluido con la del indigente que se duerme debajo de la ventana.

Siento comezón en las muelas y una energía bastante agresiva pulsando en mi vientre. La vista se me nubla y los colmillos ya están afuera.  De esto no va a salir nada bueno. 


XXIV


Y no, no salió nada bueno.  Estoy en una fiesta universitaria (creo) (espero), en un cuarto con cuerpos a mi alrededor. No recuerdo nada más que ir caminando por la calle y ver mucha gente borracha reunida. Acto seguido yo, rodeada de muertos, satisfecha y excitada. 

Salgo por la ventana del baño y vuelo (o floto con urgencia) a la otra azotea. Ahí alguien está afuera fumando, y ahí, en un lavadero, tenemos un encuentro sexual que dura si acaso un minuto. Lo dejó. Brinco entre balcones y me quiero perder entre la noche, pero el olor del “experto” me apanica.  Está cerca. Mucho. Y en vez de esconderme prefiero correr poner distancia entre él y yo.

Termino en el aeropuerto. Robo un poco de dinero (miento, robo bastante y una computadora) y compro el primer vuelo que puedo. Y es a Cancún. La estupidez es enorme y no me doy cuenta de esta hasta que estoy dentro de la lata voladora… con hambre. No sé qué me detiene a considerarlos a todos buffet de altura, supongo es el sentido común (y que he visto demasiadas películas). De todas formas, en tres horas, obviamente hubo algunas bajas, pero se consideran un problema de presión arterial. Y salgo por los pelos. 

Pero empieza a amanecer y lo único que se me ocurre es encerrarme en un cuarto de escobas y trapeadores. Otra cosa que me falla: El wifi. Y al primero que abre buscando una jerga, se lo pido, como si aquella covacha fuera una oficina ejecutiva.

La vida playera es terrible: diurna y al aire libre. Debería haberme ido a las Vegas, pero no sé porque ando buscando en la sección de trabajos. Según yo que si me logro mimetizar con la vida local, voy a poder sobrevivir Y poco a poco ir subiendo en la escala social. Me dan una cita para las doce del mañana. Obvio, no llego. Les digo que busco algo más nocturno y me dan la cita a las seis de la tarde. 

Uso un sombrero, mucho bloqueador, un abrigo y lentes oscuros, todo esto debajo de una sombrilla. Claro, porque así es como uno pasa desapercibido en un destino de playa. Me quemo pero puedo soportarlo. El trabajo es estar en el área de la alberca atendiendo a la gente (yo creía que era un asunto gerencial), pero gracias a mi look, me avisan que se reservan ese puesto para alguien que no parezca tener problemas con la ley. Si hubieran sido un poco más flexibles con el horario, quizá hubiera sido su meserita ideal. 

En cambio, espero a que anochezca bien, y de ahí mismo (ya sin abrigo y sombrero de por medio) me ligo a uno de los jovenzuelos disfrutando de unos tragos, y haciendo alarde de mujer de mundo, me lo llevo a un cuarto, solo para hacer un cochinero, que de ser más discreta la mucama, no hubieran llamado al medio local de noticias.

Camino por la playa. Y por caminar digo, cenar. Y por cenar no me refiero a entrar en un restaurante famoso con servilleta de tela en las rodillas. Me siento dadivosa y le ando regalando noticias a los reporteros.

 Voy por la playa turística principal pero un aroma especial, me va desviando para lugares más lúgubres. 

Corro. Corro sin aliento. Corro hasta llegar a las afueras de la ciudad, a un callejón con montones de basura por separar. Corro hasta treparme a un camión de la basura.

Me quedo acostada unos segundos, deseando poner mis pensamientos en orden, separar los olores que me asaltan y saber si me siguen. Ahí, en una esquina, me encuentro con unos chamacos monéandose. Y de nuevo esa sensación de incontrolabilidad; los colmillos lastiman mi labio, y mi vientre tiene un hueco que arde.

No discrimino y y los hago tiras. Me pega el subidón de su sangre. Me mareo. Tengo una sensación de bienestar plástica. No es real, pero basta, quiero estirar el tiempo. Agarro al que falta y abro el contenedor del camión. Aviento al jovencito dentro (con todo y bolsita) y me meto también con todo y sus olores pútridos a lixiviados, basura de baño y carne descompuesta.

Doy el último respiro al aire exterior y cierro la compuerta. Al fin y al cabo es un lounge comparado con muchas cajuelas.

XXV


Despierto cuando me golpeo la cabeza. El camión está en movimiento … ¡El camión está en movimiento!

Golpeo todos los flancos. Cuando estoy por abrir la compuerta por fuerza, un rayo de sol se cuela. Aquello nos va a aplastar. Podría terminar sepultada en basura. 

Me entra una ansiedad terrible, y salir corriendo, no parece ser una buena idea, pero tal vez sea la única opción.

Pasa un rato y nadie avienta nada al interior del contenedor. Pero el camión sigue andando. Después agarra un ritmo constante, como si tomara carretera. Pasan horas y horas y no entiendo qué pasa. El chamaquito está llorando en una esquina. Apesta a miedo y a pis, pero no es hasta que empieza a sollozar cuando realmente me desespera y le estrello de una intención la cabeza contra la caja. Explota y la sangre se derrama. No puedo aguantarme las ganas y lamo el piso, con asco pero sigo, para que no se derrame ni una gota. Al fin y al cabo, lo que haya del otro lado, va a requerir de mi fuerza para defenderme. 

Siento que se detiene y me paro con en la pose más desafiante que conozco. Tarda. No se abre, y yo repienso la pose, la ensayo y con manos en jarras espero que se abra la compuerta. Así me quedo como un minuto. Y como no abre, decido que mejor me pego contra la pared. Así me quedo. Nada ocurre. Planteó mejor mi estrategia y me voy al techo, para así caerle de arriba. Pero tampoco nada pasa. El camión se arranca de nuevo y me caigo, pues apenas me sostenía con las yemas de los dedos.  Así pasa algunas veces más. Unas más tardadas otras es solo una parada como de baño.

Estoy desconcertada y ahora sí asustada ¿qué se supone que haga? Solo esperar a la noche, al día, no sé. No cuanto tiempo llevo aquí dentro, pero se me hace eterno. Las manos me sudan. La comezón se extiende por todo el cráneo y los brazos. Ya los traigo todos arañados. Los dientes me castañean, y siento que el asco me sube y me baja por todo el tronco. Camino de un lado a otro. Doy una lamida al piso, y me enferma. Sin enfriar, sin pulsar, es como algo lácteo que ha caducado de dos semanas. Me quema las entrañas.

Golpeo todo. Con cada golpe siento que se escurren las fuerzas y poco a poco me convierto en una jerga sucia de cocina. Entonces la portezuela se abre, solo para ver de frente a Rufino de brazos cruzados. Aún la leve luz del crepúsculo   me lastima. Me debilita. 

Nunca se me hubiera ocurrido la idea del contenedor, si ella no se mete ahí. Dice el “experto”, lo reconozco.

Estoy en cuatro, sudando, sucia, con mis ojos rojos y llorosos. No sé que siento con todo el clan mirándome. Hay un hueco entre dos. Deseo esconderme, perderme en el bosque, no quiero que nadie me vea así. Tal vez después, cuando haya comido, con un poco más de compostura y ropa nueva, regrese a darles una visitada.

 Esa es mi idea, pero nada en mi se mueve. Si acaso puedo mantener el equilibrio.  No hay ninguna emoción en nadie. El experto se sube y me empuja fuera del camón y caigo como maleta de gimnasio. Tony, el más grande y fuerte, me levanta de la blusa y me lleva arrastrando. En un área de azulejos y coladeras, me avientan agua fría, no sé si para reanimarme, o lavarme. Ya que estoy más o menos limpia, se acerca Nibia y corta toda mi ropa y cabello porque está impeinable. Me pide que me talle con jabón, pero si apenas tengo fuerza de mover los ojos. Todo me arde. Todo lo siento engarrotado. Rufino ruge una orden y no se como le hago para mover el estropajo por mi cuerpo pero sin intensidad. Aviento zarpazos disque defendiéndome, pero soy una ridiculez. Aún así nadie ríe. 

Desnuda, Tony me avienta a una caverna oscura.  En cuanto siento el frío y la obscuridad total, las fuerzas resurgen y me abalanzo sobre la puerta, pero es de plata y causa quemaduras en las manos, brazos, pecho y hombros. Para eso era esa puerta, para mantener indeseables fuera del alcance.  

Estupefacta, miro a la salida y observo qué hay otras dos rejas similares. La sentí mi eterna tumba.  

¿Serían tan crueles? 

¡Nooo! ¡No me pueden dejar aquí! ¡Lo siento! ¡Lo siento! 

No dicen una sola palabra y cierran la puerta tras de sí.


Creación original de Moka Misschievous.

Sort:  

impecable narración @mokamisschievous

Es usted muy amable ¡Muchas gracias!