Laura y un rostro tras las rejas

in #spanish4 years ago

Caminó tanto que había olvidado el sol. De pronto, estaba entre personas tan aturdidas como ella, todas con sus bocas y narices cubiertas. Se aglomeraban, muy inquietas, frente un puesto de ventas: era una cola, o lo que en otros lugares se les suele llamar fila.

Había uniformados, había desesperados. También vio a un anciano con su rostro ajado y curtido muy pegado a la reja del establecimiento. Tenía los ojos gastados y muy claros. Extrañamente no llevaba la boca cubierta.

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A Laura se le ocurrió que tal vez estaría ciego. Pero luego él la miró y se sonrió: fue como un saludo, algo inusual por estos días. Muy pocos regalan sonrisas cuando de comprar y empujar se trata.

“¿Qué están vendiendo, detergente?”, le preguntó ella. El anciano la miró como si buscara algo en su rostro. Luego dibujó una sonrisa. “No, no están vendiendo nada”, le dijo. “¿Cómo es posible? ¿Por qué todos hacen fila?”, volvió a preguntar ella. “Porque es posible que traigan algo”, le respondió él como si todo fuese evidente.

El anciano emprendió la marcha y Laura lo siguió. Iba muy despacio para mantener la distancia adecuada y no llamar la atención. Él cruzó el puente estrecho, ese por el que solo cabe una persona. Caminaba como si sostuviera un bastón, pero no era el caso.

Ya del otro lado del río atravesó un pequeño parque en ruinas. Había niños jugando, también con sus bocas sin cubrir, aun inocentes, ausentes y felices.

Se detuvo frente a una puerta sin llavín y sin cerrojo: solo tuvo que empujarla. Fue cuando se volvió: parecía una invitación a pasar. Laura se le acercó y ambos entraron. La casa estaba poco iluminada y él abrió las ventanas.

Luego él tomó una de sus manos y al instante la soltó. Ella sintió que le temblaban. “¿Eres tú?”, le preguntó él. Ella se encogió de hombros y se dejó caer. Él se sentó a su lado.

Esa tarde fue larga, pero no la única.