¡MI ABUELO HA MATADO UN HOMBRE!

in #spanish6 years ago (edited)

Lo que les voy a contar no es una ficción ni un relato que un extraño me compartió. ¡No!... es una historia real de un momento terrible que involucró vida y muerte, azares del destino y paradojas aparentemente sin sentido que tardaríamos mucho tiempo en superar.

Mi abuelo Arnoldo fue un hombre hecho a pulso, trabajador, honesto dedicado en su juventud a los más variados oficios: fue obrero en la imponente catedral de Manizales (Colombia), correo en los agrestes pueblos de Caldas, director de la estación del tren de su pueblo, y mil cosas más, hasta que la fortuna lo llevó dedicarse a la agricultura, en una hermosa finca cafetera, cerca de Sevilla, uno de los rincones donde, desde hace mucho, se recolectan los frutos para tostar el mejor café del mundo.

Mi abuelo siempre fue un hombre de paz, pero la violencia de la peor época que tuvo que padecer el país hacia los años 40 tras el asesinato en Bogotá del candidato presidencial Jorge Eliécer Gaitán lo cambió todo para él y su familia. Muchas escenas de horror tuvo que vivir y padecer en medio de una maldad extrema que no respetaba nada; la nación estaba dividida entre liberales y conservadores y a veces era difícil reconocer si este o aquel era amigo o enemigo. Afortunadamente mi abuelo, fiel a su proceder pacífico se ganó el cariño de unos y otros, a pesar de que las circunstancias lo obligaron a conservar un arma por recomendación de uno de sus amigos.

El país se había convertido en una versión del viejo oeste donde cada quien tenía que cuidar su espalda, porque la muerte rondaba en todas partes; en especial los caminos eran parajes dominados por los llamados “bandoleros”. Para fortuna, mi abuelo nunca tuvo que enfrentarse a nadie y su vida fue medianamente tranquila, aunque azarosa, pues por culpa de la violencia de aquellos años, tuvo que vender su bella finca y huir hacia el Valle del Cauca. Años después, la muerte se le aparecería para enfrentarlo de nuevo con ese episodio que lo marcaría por el resto de su existencia.

Fue un día de 1979 hacia mediados de año, en lo más fuerte del verano. Arnoldo se despidió de la abuela Pastora, quien se quedó en la cocina, en el primer piso, haciendo el desayuno, pues el viejo no podía consumir nada hasta que le practicaran los exámenes de sangre en la cínica del seguro social. Había recorrido no más de una cuadra y se devolvió a buscar su documento de identificación, pues era requisito presentarla al momento de buscar atención en el hospital. Cuando estaba a punto de entrar un sujeto mal encarado lo abordó preguntando nervioso por una dirección. El abuelo tenía prisa y no le prestó atención, además que lo escuchó silbar con fuerza cuando no le hizo caso. Era el llamado “campanero” que vigilaba las acciones de su compinche delincuente. Arnoldo comenzó a preocuparse ante aquella reacción, abrió la puerta y entró, cerrando tras de sí.

Para su sorpresa otro sujeto estaba en las escaleras. Se paró en seco, y corriendo de nuevo volvió al segundo piso para entrar al cuarto de su hija Fabiola, quien en ese momento estaba en el trabajo. No lo sabía aquel hombre, pero fue un craso error, pues dio oportunidad a que mi abuelo entrara a su cuarto y sacara de un cajón, su lustroso revólver 38 Smith y Wesson que nunca en su vida había disparado, a pesar de haber padecido aquella terrible violencia 30 años antes.

Desde ahí, todo sucedió muy rápido; el hombre bajó corriendo con la intención de alcanzar la calle, pero él no sabía que la puerta garaje abría hacia afuera y en su desesperación no atinó a reaccionar correctamente, lo que llevó a que mi abuelo, en medio de sus nervios, lo alcanzara y le disparara dos certeros balazos que le causaron la muerte. Mi abuela Pastora al escuchar los disparos salió de la cocina y a los gritos llamó a los vecinos por una ventana. Ahí quedó tendido aquel infeliz, que luego supimos por los detectives que acudieron a atender el caso, era un reconocido ladrón de viejo historial que incluía un asesinato.

Mi abuelo por su edad y estado de salud fue internado en una clínica bajo supervisión de la policía. El proceso, para fortuna de la familia, no duró mucho y mi abuelo fue exculpado algunos meses después por haber actuado en legítima defensa.

Epílogo:
Mi abuelo, cada año desde ese día, hasta su muerte, mandó a decir una misa por la salvación de aquel infeliz. Muchas historias me contó el abuelo Arnoldo durante su vida, algunas de las cuales nutrieron cuentos que yo luego escribí muchos años después, pero poco o casi nada se hablaba de aquel lamentable episodio. Yo sé que él sufrió en silencio el resto de su vida, porque nunca quiso realmente matar a ese hombre.
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triste y buena historia era su vida o la de los suyos en casa..