ELFO OSCURO
Mi valioso reloj de mano, que se encuentra al lado de una vela blanca que inunda de luz la habitación, marca las cinco en punto de la madrugada. Me levanto de la cama lentamente, mis pies tocan la suave alfombra roja y me dirijo hacía el balcón con las puertas de cristal abiertas, el helado viento también se sumerge en la habitación junto a la luz de la luna. Tomo el libro que está posado en el sillón al lado cerca de las rosas, me siento para luego comenzar a leer platinado por los rayos lunares.
La fría brisa me pierde las hojas del libro, mueve mi largo cabello y me roza la piel, causando pequeños escalofríos. Éste es el libro que me regaló mi querida amiga hace muchísimo tiempo, lo he leído seis veces y con ésta ya sería la séptima vez. Me quedan pocas páginas y la lectura me absorbe hasta que observo el primer rayo del sol que se asoma desde el bosque, sube lentamente mientras el cielo se torna rosa y las nubes doradas, se pierden la luna y las estrellas, el sol se levanta majestuoso y me pierdo en su mirada. Leo por séptima vez el encantador y glorioso final, sonrío. Me levanto del sillón y dejo el libro en el mismo lugar en el que se encontraba, regreso a la habitación, tocando otra vez con mis pies descalzos la antigua alfombra, me dirijo hasta el desaliñado armario y lo abro, observo su contenido, desde sombreros, zapatillas, bufandas, sacos y hasta capas. Cómo soy tan indeciso, siempre me cuesta encontrar un atuendo apropiado que me guste lo suficiente. Luego tardo un gran rato en escoger las joyas, y los accesorios.
Cuando finalizo, voy a un encuentro con el gran viejo espejo. En el cristal se refleja un elfo de diecisiete años, de ojos grises, con pestañas, cejas y cabellos blancos. Orejas de elfo puntiagudas que sobresalen de los mechones de cabello y la piel muy clara y pálida, una túnica negra con capa y capucha, y botas negras puntiagudas. Sólo por el cuello logra sobresalir el tatuaje de rosas en su piel.
Saco el reloj de mano del bolsillo, lo observo y marca las siete en punto. Ordeno con delicadeza la habitación tratando de dejar todo intacto, como si nada hubiera sucedido en ella, sin dejar algún rastro de vida. Camino hacía el balcón, dirijo mi mirada hacía el libro, que será lo único que dejaré fuera de lo común. Me inclino en la vieja baranda, observando el lejano bosque y el sol que ya se alzó. Observo a las rosas que bordean el balcón, a cada una de ellas y a cada una de sus espinas. Observo desde la barandilla, desde la altura con lejanía, las grandes olas chocando fuertemente contra las rocas. La profundidad del mar con su oscuridad, impartiendo temor. Me sostengo fuertemente, respirando hondo y cerrando los ojos, meditando. Salgo de mi trance, me alejo lentamente de la barandilla mientras sólo escucho mis pasos. Me quedo parado en el centro de la habitación, luego tomo impulso, corro rápidamente y flexiono las rodillas para dar un salto por encima de la baranda, a unos centímetros de ella me doy cuenta de que la baranda y mis rosas son un antes y un después, ya las dejé atrás, por tan solo un momento me mantengo en el aire, veo la hermosa gama de colores del horizonte en cámara lenta, tiemblo y comienzo a caer.
Soy vacío cayendo al vacío, estoy a punto de llegar al arrepentimiento, pero ya estoy descendiendo. Abro los brazos, como si fueran alas, como si fuera un ángel, pero ¿A quién engaño? ¿Mis alas? Son dos pétalos podridos.
He caído en desgracia y caído desde la gracia. Y he caído en su opinión, y he caído en su amor. Siempre he deseado caer, he deseado liberación. Deseado caer por el aire para aliviarme un poco. Porque caer no es el problema, cuando estoy cayendo sé que estoy en paz. Sólo sé que al final de la caída, el impacto, eso causa todo el sufrimiento. Nunca tuve miedo a saltar, nunca tuve miedo a caer, si no hubiera ningún lugar en el que aterrizar no estaría asustado en lo absoluto.
Entro en su profundidad con fuerza, con destreza, en su gran inmensidad, en su perdición, en su dimensión, en su frío mortal, en su presión y en la oscuridad. Abro los ojos y no veo el final, observo varios rayos de sol tratando de entrar a toda costa, algunos tocan mi piel, y siento que me queman, me arden, este mar salado me duele. De reojo veo más allá espuma de lo que quedó de las olas al perder la batalla contra las rocas.
Termino sintiendo que moriré de hipotermia, el agua me empuja, me mueve, me balancea, me hunde cada vez más. Comienza a faltar el oxígeno, se escapan burbujas de mi boca, me desespero pero mis manos buscan la luz, algunos rayos se enredan entre mis dedos, consigo atrapar algunos y mi cuerpo se va moviendo, se impulsa, se va elevando lentamente mientras el agua me congela y la luz me quema.
Alcanzo atrapar todos los rayos de sol, alcanzo el oxígeno, alcanzo la helada brisa, alcanzo la espuma y la fuerza de las olas. Lucho por mantenerme flotando, puede que muera aplastado contra las afiladas rocas negras. Tomo aire y me intento sumergir de nuevo para esquivar una gran ola que viene hacía mí, parece que cada vez las rocas están más cerca. Nadando con todas mis fuerzas, me estoy quedando sin aire del cansancio, veo la lejana arena blanca, necesito llegar hasta la imposible orilla. Todavía no puedo creer que haya sobrevivido, eso es lo único que me mantiene luchando, sí ya llegué hasta este punto, tengo que continuar.
Me fundo con el océano, me desvanecen las olas, me desgarran, me nublan y me fusionan. Ahora todo está oscuro, ahora sólo estoy yo otra vez, ahora ya veo la posibilidad de morir, la siento más real, estoy paralizado mientras las burbujas se escapan de mi boca, logro ver aquellos rayos de sol, entrando a toda costa, es lo único que logro ver, pero ahora los siento tan distantes que me causan melancolía. Mis lágrimas se fusionan con el agua salada. Me pierdo en mí.
Aquél pequeño elfo que jugaba en el jardín de rosas del castillo, el elfo que fue empujado por sus propios amigos hacía los arbustos de rosas. Aquél con todas las espinas clavadas por todo su cuerpo, sangrando, atrapado y llorando en las rosas que el mismo plantó y cuidó desde que tiene consciencia. Antes de eso él había tratado de defender y salvar a su querida amiga, una pequeña ninfa que se encontraba inconsciente en el césped verde, mientras un charco de sangre se hacía cada vez más grande, pintando el césped cómo si fuera un lienzo blanco, su mirada pérdida en un punto desconocido y las lágrimas caían de sus mejillas. Los demás elfos reían a carcajadas, sonreían y levantaban sus dagas hacia el cielo, no me prestaban atención, ni a mis gritos ni a mis sollozos. Su sangre se fusionaba con sus lágrimas y mi llanto se unía perfectamente con sus gritos desgarradores.
Nunca pensé que el mar fuera tan grotesco. Sonrío mientras observo como las burbujas salen de mi boca y se dirigen flotando hacia el cielo, al igual que las dagas, brillo con la luz pero igual me congelo.
Espero sea de su agrado y puedan disfrutarlo, gracias por leer y apoyar.
¡Nos leemos luego!