Si analizamos con detenimiento, nos daremos cuenta que nuestra verdadera naturaleza es la de ser eternos sirvientes. Desde la hora en punto que ocupamos el vientre de nuestra querida madre, ocurre un proceso de retroalimentación, donde ambas partes, mamá y feto, se sirven continuamente.
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La servimos en el infinito placer de toda mujer que anhela ser mamá, y a su vez ella nos sirve brindándonos de su cuerpo todas las vitaminas, minerales, proteínas que tanto necesitamos para poder formarnos y crecer de manera sana.
Es un intercambio útil y necesario, lleno de un amor sublime e incondicional. Nuestra progenitora nos ofrece además, desde su acogedora matriz, todo el cariño, afecto, seguridad que todas las almas necesitan y la posibilidad de vivir una nueva vida llena de sorpresas, retos, de poder realizar todo cuanto deseamos.
Y así, en el transcurso de la vida nos relacionamos no solo con nuestras familias, sino también con nuestros vecinos, compañeros de escuela y del trabajo, desconocidos.
Y si por un momento observamos cómo se manifiestan nuestras relaciones con los demás, nos daremos cuenta de que todos nos estamos sirviendo unos a otros.
El maestro nos enseña, el alumno recibe la enseñanza. Nuestros padres nos educan y nosotros aprendemos las reglas de la vida a fin de conseguir desarrollarnos y convivir unos con otros.
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Tomemos como ejemplo los hogares, allí tenemos la oportunidad de ayudar a nuestros progenitores en los quehaceres domésticos, y todo lo que aprendemos en la escuela, el trabajo, diversas fuentes del conocimiento, pues lo compartimos también con ellos y con todos los seres que nos rodean.
Cuando nos enfermamos, y por esto pasamos todos, nos servimos mutuamente.
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Ah, y cómo olvidarnos de algo no menos esencial que nuestros queridos y amados animales, partes integrantes en nuestras vidas.
A lo largo de la historia de la humanidad hemos podido constatar el intercambio amoroso y afectivo entre las personas y los animales. Estos últimos, ¿cuántas almas salvaron al riesgo de sacrificar sus propias vidas, en medio de grandes tribulaciones, tormentas, etc.?
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Hoy en día podemos ver a muchas personas, científicos e instituciones tratando de salvar a especies en peligro de extinción.
Pero sería interesante destacar, que cuando tomamos conciencia del acto de servir, experimentaremos un gran placer, una gran felicidad que deriva del hecho de ayudar a los demás y por ende nos sentimos más a gusto.
Vemos también que aún en momentos de guerras, catástrofes naturales, ahí está presente como nunca antes el espíritu de servicio, de solidaridad, de asistirnos unos a otros.
¿Qué momento tan grandioso, verdad? Es ahí, justo ahí, donde brota lo mejor del ser humano.
Probemos pues el gran privilegio y gozo de experimentar en nuestras vidas esta gran verdad.
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