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Esa noche y muchas otras más las pasé en vigilia, ni siquiera podía conciliar el sueño, mis ojos se encontraban cansados y apenas podía reconocer mi rostro mientras me miraba en el espejo de la sala de baño, las ojeras demacraban aún más mis delicadas facciones, cortaban la blancura de mis parpados como si fuesen bisturís, –el color magro de las mismas no le sienta nada bien a mis ojos azules –pensé. Mi cabello se encontraba totalmente desaliñado, pude ser testigo de cómo algunas de mis hebras rojas se tornaban grisáceas; –de hecho, observándome detalladamente, parece que he perdido unos cuantos kilos, ya se comienzan a marcar mis costillas –pensé mientras me miraba en el espejo empañado. El estrés y la mortificación me mantenían en vilo mientras esperaba por resultados esperanzadores, mi hijo seguía sin mostrar mejoría alguna, la rutina ya comenzaba a engullir mi cordura, comenzaba a cuestionarme la relatividad del tiempo, ciertamente estaba clara de que ya habían pasado más de tres semanas desde que Henry sufrió esa terrible recaída, pero esos días se sintieron más largos que todos los que he vivido. Pero todo cambió ese día mientras observaba con disgusto mi demacrada apariencia en el espejo. Al salir del baño, volví a ver el mismo escenario, mi hijo seguía postrado en esa camilla, era como un bucle del que quería salir a como dé lugar; fue justo en ese instante, en el imperturbable silencio de esa suite, cuando mis pensamientos comenzaron a llenarse de lucidez y claridad, un frío inquietante recorrió toda mi cara, fue una extraña sensación, pero ya sabía lo que tenía que hacer, fue como si algo o alguien, –sinceramente no lo sabía para ese entonces –, me estuviese llamando desde las profundidades de mi subconsciente, como si clamasen mi participación en algo mucho más grande e importante. Esa misma mañana decidí que tenía que largarme de ese hospital, –ya son más de tres semanas y nada ha cambiado –era lo único en lo que podía pensar. Me topé con el Dr. Thompson mientras caminaba con prisa por los corredores del hospital, me miró de reojo como si fuese una lunática. –¿Para dónde va con tanta premura? –vociferó mientras arqueaba una ceja. –Me temo que no perderé más tiempo en este lugar –repliqué con tono punzante. Me encontraba imperturbable y silenciosa, –como si no estuviese totalmente consciente de mis actos –, me dispuse a tomar mi auto para dirigirme hacia un destino incierto. Luego de conducir por horas, llegué a un lugar remoto que ni siquiera reconocía, en él se encontraba una cabaña que me parecía familiar, –sin embargo sabía que nunca la había visitado –, la misma se encontraba en frente de una laguna helada. Dominada por la curiosidad, decidí que debía entrar en la misteriosa cabaña, al tocar la perilla de la puerta, sentí la misma frigorífica sensación en mi cabeza, pero de igual forma me adentré en ella. Al abrir la puerta, contemplé con vivida curiosidad varios instrumentos de laboratorio, en una gran mesa habían microscopios de última tecnología como los que normalmente yo utilizaría en mi laboratorio, al observar con atención a través de él, mi mayor sorpresa fue encontrar microorganismos con un comportamiento similar al de los virus que estudié en mi tesis doctoral, sin embargo en uno de los microscopios logré notar un comportamiento que aunque me parecía familiar, no era para nada similar a lo que ya había visto, con gran fascinación me dedicó a leer los apuntes que se encontraban al lado de los microscopios, en ellos se plasmaron detalladas descripciones del virus aptare, me llené júbilo y asombro al encontrar semejante hallazgo, pero un desgarrador grito interrumpió mi momento de fascinación, –al parecer hay alguien más en la cabaña –pensé con temor. Entré en una de las habitaciones y observé a un niño de piel oscura que yacía en una camilla, a su lado se encontraba una mujer delgada de pelo rojizo, varias de sus hebras estaban totalmente grises y lograba notar que tenía una pronunciada joroba, –sinceramente parecía estar enferma –. La mujer se encontraba inyectándole algo, –debe ser algún analgésico –supuse. El niño tenía sus extremidades amputadas, en toda su cara y torso se podían visualizar grandes cicatrices, – el pobre parecía haber sufrido un terrible accidente –pensé. Aparentemente la mujer estaba cuidando de él. El chico siguió gritando, pero esta vez con mucha más intensidad. Fui testigo de algo sorprendente incluso para mi mente abierta, los huesos del niño comenzaron a atravesar la piel en sus extremidades amputadas, la sangre salía a borbotones y por ello el niño gritaba de dolor, parecía como si sus extremidades estuviesen regenerándose. –No te preocupes cariño, al parecer el virus ya está empezando a adaptarse a tu cuerpo, tus extremidades están empezando a crecer de nuevo, pronto todo tu sufrimiento desaparecerá –expresó la mujer, luego tomó una especie de grabadora y vociferó – La primera fase del virus aptare ha sido exitosa, el paciente está mostrando una mejoría notable, ya sus capacidades regenerativas sobrepasaron lo humanamente posible, coincidiendo perfectamente con lo observado en el microscopio, su ADN ha sido parcialmente modificado, notándose un claro cambio en sus pigmentos. Luego de pronunciar esas palabras, la mujer volvió hacia mí y quedé consternada al ver su rostro, –es idéntica a mí –pensé. |
Si deseas leer los anteriores capítulos de la historia que escribo junto a mi co-autor @sneikder, aquí les dejo los enlaces:
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Me encanta tu forma de escribir, enhorabuena, gracias por compartir , el equipo Cervantes apoyando el contenido original.
Muchas gracias por tus palabras, ¡Me halagan mucho!
¡Un saludo cordial!