Yoko: El Nacimiento de la Estrella

in #spanish6 years ago (edited)

Capítulo 4

La Reunión, Parte 2

Él me mira y yo a él, ninguno dispuesto a renunciar. Él entorna sus ojos y yo los entrecierro, haciendo una mirada furiosa casi imperceptible, jamás podré soportarlo, le odio con todas mis fuerzas, sus largas orejas, sus ojos desiguales, su pelaje de color rosa chillón, su cola que al final se parte y divide en dos, el pequeño diamante azul en su frente, pero sobre todo, su zalamera actitud con mi hermano y su conducta totalmente contraria hacia mí.

  • Maldito gato -reprimo, mientras es mimado por mi hermano.

Me alegra saber que la habitación de Hiro ha sido bien atendida, todo sigue igual de limpio que siempre, es como si todas las partes del castillo envejecieran y notasen el transcurrir del reloj, excepto esta, siempre igual, desde que fue confinado acá.

Un inconveniente que siempre tuve, fue el hecho de que en la larga variedad de habitaciones del palacio le concedieron justo esta, la más alejada, como si fuese algo deshonroso lo que ella contiene, sobre todo porque fue nuestro padre quien la concedió para tenerlo a él. Fue tras largos días llenos de furia y resentimiento hacia nuestro padre que pude darme cuenta que esta es la habitación perfecta para él, está hecha de un tipo de piedra fina y blanca, parecida al mármol, pero más dura y practica para ser lavada, está a una altura conveniente para en caso de ocurrir alguna emergencia o desastre en el castillo esta habitación no podría ser afectada y gracias a los serpenteantes corredores sería difícil encontrarla para cualquiera que no conozca bien el camino, también tiene una perfecta vista externa hacia el jardín lateral, el cual tiene una interminable variedad de flores, plantas y árboles; una rica y extensa área llena de flora de todos los colores, a él le encanta el hecho de tan solo verlas, y, tiene el paso de luz exterior desde los primeras horas de la mañana hasta el ocaso.

Hiro deja de acariciar al gato y lo suelta abruptamente para ponerse a jugar con uno de sus juguetes de madera tallada.

  • Te lo mereces alimaña -río para mis adentros.

Mi hermano a pesar de ser diez años mayor es un poco más bajo que yo, y esta no es la única peculiaridad suya, su comportamiento siempre fue contrario al de su edad, bastante infantil se podría decir, desde que le conocí ha tenido una conducta errática y diferente al del resto de las personas, su salud ha sido perpetuamente un desafío.

  • Ha pasado por tanto -me entristezco por los agrios recuerdos que vienen a mí.

Hiro se acerca a mí preocupado, maldita sea, debió haberme leído el pensamiento, a veces olvido que no debo pensar estas cosas cuando estoy con él. Pasa sus manos por mi cara y trata de moldear una sonrisa con sus dedos, últimamente viéndose atraído por mi velo, me lo desacomoda y termina por quitarlo, una sonrisa se refleja en su rostro y yo hago lo mismo. Él ha sido la única persona capaz de convencerme de aceptar la idea de lucir como yo, sin artificios, sin fachadas, sin mis necios intentos de verme como los demás.

Me quito el sostenedor de mi cabello, que cae sobre mi cuello y su cara como una cascada acariciando la superficie de un río, él sopla una y otra vez para quitarse el exceso de su rostro, lo remuevo y lo echo hacia atrás. Me admira y abraza con ternura, y yo le devuelve el gesto. No puedo, no puedo resistir las ganas de llorar, llorar por el temor y el desconsuelo que me asaltan inesperadamente ante la idea de que un día él ya no estará a mi lado, mi dulce hermano, desde pequeño en una cúpula de cristal por su frágil cuerpo, ni los más hábiles curanderos del reino pudieron dar con una respuesta a su condición, pero tampoco un buen pronóstico de vida, muchos de ellos se sorprendieron cuando paso de la edad de veinte años.

Hiro señala el techo desaforadamente. Solía poder articular una que otra palabra puntual, pero ahora es incapaz desde que perdió la habilidad de hablar, por lo que soy la única con la que puede comunicarse. Desde hace unos pocos años he desarrollado la capacidad de meterme en su mente, solo con él he establecido esta particular intercomunicación, aun no logro comprenderla en su totalidad, o el cómo explicarlo, simplemente es como si pudiera reflejarme a mí misma dentro de su cabeza y entender lo que quiere decir, lo que piensa, lo que siente, y viceversa.

  • Mariposa -vocifera, y hace que las cienes me palpiten.

No siempre es la mejor opción, o la más fácil. Miro hacia arriba y la veo posada, reposando en el techo, una esplendorosa mariposa tan grande como mis dos manos, con unos opulentos colores vividos, a Hiro le encantan esos tonos sobrecargados. Estira sus manos intentando alcanzarla por lo que decido hacerle volar hacia ella, la mariposa alza su vuelo y revolotea por la habitación, guio a Hiro hacia ella y él al instante comienza agitar sus brazos como si de un ave se tratase, volando libre sin atadura alguna. Me regocija saber que a pesar de todo, él es feliz.

Otro grupo de mariposas se cuelan a través del espacio de una de las ventanas y retozan por todo el lugar, seguramente atraídas por la extensa variación de flores que decoran todo el lugar. Hiro se me acerca flotando.

  • Pintura -me dice.

Claro, no he tenido tiempo desde mi coronación. Me acerco al arcón en una esquina de la habitación, lo abro y saco un lienzo en blanco junto con diversas pinturas, acerco el caballete y aprovechando que unas pocas mariposas descansan sobre el rostro de Hiro comienzo a dibujar.

Desde pequeña fui introducida a distintos tipos de artes y destrezas, pero nunca destaque en ninguna en particular; la música, por mi falta de interés jamás fue mi fuerte, lo que encolerizó a mi madre por ser ella una majestuosa arpista. El canto de ningún modo iba a convertirse en mi habilidad y la disciplina ecuestre tampoco parecía ser mi especialidad, a diferencia de Hiro no tengo química con los animales, mi agilidad con la espada y las armas era por mucho mi mejor atributo junto con la magia, pero mi madre insistía en que no era algo que una señorita debería estar haciendo, por lo que un día mi hermano tras haber manchado accidentalmente una cortina con una clase de pintura a base de betún, en mi infantil mente me sonó razonable hacer una clase de diseño patronado en la cortina con mis manos, y en las otras seis que hacían juego con ella, para que todas pareciesen iguales. El castigo que recibí para aquel entonces fue severo, pero me encamino hacia una afición que me cambiaria para siempre.

  • Muchas gracias Hiro -pienso-. Siempre tendiéndome una mano en medio de la oscuridad.

Doy largos brochazos y trazos con el pincel, tratando de capturar a las mariposas, sus colores intensos y vibrantes, la textura corrugada de sus delicados cuerpos, sus diminutas antenas, cada detalle, la curva y pequeña nariz de mi hermano, su pálida tez en contraste con sus rojizas mejillas, el color jaspe de sus ojos, sus grandes pestañas, su corto y alborotado cabello color avellana, todo debe ser perfecto, todo, sus delgados y largos brazos, altero un poco la apariencia de su cuello y lo que la ropa revela de su clavícula y tórax, mezclo un par de pinturas para crear ciertos matices, contorno algunas figuras para dar profundidad, atenúo algunas imperfecciones y he acabado. Se lo muestro a Hiro y una sonrisa se alza en su rostro, y, como detalle final, da una palmada con su mano derecha en la paleta, embarrándosela de pintura, el día de hoy es el color amarillo neón, y la calca en una esquina del lienzo. Por útimo, comienza a soplarle impacientemente a la pintura hasta que se seca.

Finalmente, vamos a la galería de mi hermano, abro la puerta y hay montones de mis trabajos en la vasta habitación, dibujos de flores, árboles, mariposas, atardeceres, diversas partes del castillo y miembros de su personal, del cielo, algunas de nuestros padres, de él mismo, otras de Fausto, y por supuesto, de la alimaña con bigotes, la cual no tardo en aparecerse junto a Hiro pidiendo su atención, todas con su respectiva huella y sello de aprobación. Hay inclusive algunas que no son más que bosquejos y esbozos imperfectos sin terminar ni colorear, Hiro cree que cualquier cosa que yo haga es digna de ser colgada en la pared y archivada.

Para terminar el día, ya en su alcoba y envuelto en su cama tomo un libro el cual no había terminado de leerle el otro día. Abro el capitulo en el cual habíamos quedado, cierro mis puños y al abrirlos un pequeño caudal de arena emerge, la hago flotar y Hiro aplaude embelesado por el mágico truco, a medida que le relato el cuanto, la arena toma forma del impetuoso caballero en brillante armadura el cual junto a su valiente corcel va en busca de su amada princesa. A veces me preocupan estos cuentos que narran historias con personajes inauditos de vidas vacías y simples con problemas planos e intrascendentes, sin embargo, él parece disfrutarlos, así que continuo hasta que queda dormido, le doy un beso en la mejilla y tras abrir la puerta, la alimaña entra grandilocuente, propinándome un ligero latigazo con su cola en mi pie, lo cual tomo a modo de insulto hacia mí, pero al querer hacer algo al respecto ya se ha subido a la cama con Hiro y se ha acurrucado a su lado.

  • Viviste otro día y sobrevivirás otra noche, pequeña peste -concibo.

Cierro la puerta detrás mío y me retiro a mi habitación.

Al día siguiente me despierto impaciente, desconfiada, creo que todos los avances que logre ayer en la junta serán derrumbados por las regías demandas de El Emperador, no es la persona más fácil de tratar o a la que introducir nuevos conceptos o ideas, quizás si solo somos él y yo pueda conseguir que se una a nuestras concesiones. Pero de no lograrlo.

  • Que Dios nos ampare -pienso, temiendo lo peor.

Salgo de mi habitación camino al comedor, un poco descontrolada y sin haberme fijado mucho en mi desastroso aspecto, para evitar que me vean colarme a la cocina me camuflo con mi magia. Es un gran lugar, amplio e invadido no solo por el extenso personal, sino por el amasijo de diversos olores que salen de los abrasadores hornos y los candentes calderos, aromas que parecen festejar cada vez que un platillo es terminado, solo para ser eclipsado por otro todavía mas apetitoso. A diferencia de las suculentas comidas, el piso es un poco mas desprolijo, aparentemente limpio al ojo no experto, pero puedo caminar sobre la variada basurilla y minúsculos sobrantes que han caído al piso, los cuales han hecho una clase de amalgama pegajosa que no se distingue del color de la cerámica.

  • Que ironía -pienso-. Debería haber traído calzado, es asqueroso.

Esquivo a unos miembros de la cocina quienes cargan ollas sartenes y calderos ardientes recién salidos del fogón. ¿Por qué tanto ajetreo hoy?, sé que el castillo es colosal, tomaría tiempo contar la cantidad de gente que entra y sale de él por múltiples motivos, siempre está lleno, muchas reuniones importantes dan lugar dentro de estas paredes, mi padre solía disgustarle el desorden y las cosas fuera de protocolo, mi madre, por otro lado, le encantaba acoger a toda esta gente, dar festines sin razón alguna y ser anfitriona de ellos, pero, eso no explica todo este alboroto.

Oigo una voz, una voz familiar que me hace mirar a todos lados buscándola, ¿será ella?, cruzo un par de mesas llenas de alimentos siendo cortados fervientemente por varias personas y la veo, es Theresa. Ella ha sido desde que tengo memoria la cabeza de la cocina, aun con su pelo perfectamente cubierto, su traje pulcro, presentable y bien conservado, su semblante de aspecto dulce como el de una inofensiva anciana, pero con una voz tan gruesa y autoritaria que te destrozaría los órganos si te grita a poca distancia, lo que junto a su marcado acento hace que suene aún más amenazante, está reprendiendo severamente a una joven que debe ser un poco más joven que yo, intento acercarme para averiguar a que se debe tan fuerte regaño. Para mi sorpresa, se trata de la perdida de uno de los panes favoritos de un señor Feudal, de los cuales, la joven estaba a cargo de hacer, cocinar y proporcionar al hombre, tras su misteriosa perdida el personal entero de la cocina recibió un severo sermón por parte del enfurecido señor.

  • Lo siento -pienso, apenada por mi inocente acto y sus inesperadas consecuencias.

¿Qué hago aquí entonces?, cualquier cosa que haga acá tendrá un efecto inmediato sobre ellos, ya no puedo, no puedo pasearme por el castillo haciendo de las mías, ahora soy la reina, no hubiese querido nunca que esta posición y sus prospectos me cambiasen la forma en la que vivo, lo que pienso, como me comporto, mi accionar, todo mi actuar, pero es imposible que no pase.

  • Tenía que pasar -supongo.

Debo dejar que ellos hagan su trabajo y que lleven mi comida a mi habitación y yo hacer el mío, concentrarme en la junta que está por venir hoy. Más al dirigirme a la salida lo que Theresa pronuncia me hace helar la sangre.

  • Recuerda llevar esa bandeja a la habitación del Emperador.
  • Si -responde la joven.

¿Qué?, ¿ya está acá?, ¿cuándo?, me distraigo tanto que la joven sosteniendo la bandeja se topa conmigo y deja caer la comida al piso.

  • ¿Qué hiciste ahora? -vocifera Theresa.
  • Algo me hizo tropezar -responde la joven, confundida.

Un banco de gente viene a limpiar el desorden así que antes de tropezarme con otra persona y ser descubierta me elevo y dirijo a la puerta más cercana.

De El Emperador haber llegado Fausto me lo hubiese dicho ya, ¿cierto?, él sabe lo mucho que me preocupa el ir en contra de ese señor, quizás solo estaban preparando su comida porque está por llegar en cualquier momento. Sin embargo, no puedo, no puedo quedarme quieta hasta saber con certeza. Espero un poco afuera de la cocina hasta que la joven con la bandeja es enviada a la habitación de El Emperador y la sigo, cruzamos varios pasillos y sube dos tramos de escaleras hasta dar con una de las habitaciones del ala este, toca dos veces y entra, finalmente, le veo allí.

  • Esta aquí -digo, casi dejando escapar un chillido.

Puede haber sido fugazmente, puesto que la joven asistente cerró la puerta tras suyo, pero es él, estoy segura, El Emperador, pensé que al verlo directamente en la reunión sería lo ideal, como un condenado que no se encuentra con la soga sino hasta el final de su condena, ¿Fausto no habrá sabido de su llegada?, no, imposible, Fausto sabe todo lo que pasa en el castillo, ¿me lo habrá ocultado?

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