Yoko: El Nacimiento de la Estrella

in #spanish6 years ago

Capítulo 9

Enigma

Fausto y yo concordamos en el origen de ambos argumentos, sin embargo, a ninguno de los dos nos hace sentido. ¿Por qué?, ¿por qué haría eso?. Aunque suene como algo de lo que sería capaz, él no lo haría, ¿tan siquiera habrá sido él?. Antes de que mi cabeza estalle con más preguntas e interrogantes recuerdo ese otro asunto a discutir.

  • Después de la reunión…-inicio.

Fausto lleva sus ojos hacia mí, interesado en lo que estoy por decirle.

  • Roner-continuo-. Se acerco a mí. Una situación se presento en el país -titubeo más y más mientras avanzo-. Algo le paso a la barrera. Un grieta.

Sus ojos se explayan genuinamente desconcertado.

  • ¡¿Cuando?! -grita

Se aproxima a mí y me toma de los brazos, es la primera vez que le veo actuar de esta manera. Me zafo de su agarre y le respondo.

  • Todo está bajo control, Roner me informo que pudieron resolver la situación -le explico-. Por eso debemos pasar por Ceres antes de proseguir a las tierra de los Feudales -culmino.

Fausto trata de volver a su natural circunspección.

  • ¿Por qué no me lo dijo antes? -pregunta

Esta interrogación me molesta, ya que me suena a que le he traicionado de alguna manera.?

  • ¿Por qué no me informaste de la situación del golpe de Estado? -le replico.

Un prolongado silencio se hace entre nosotros. No sé si alguno podrá confiar en el otro después de esto, pero acabo por darme cuenta que no puedo perder a Fausto de mi lado. No tiene sentido que peleemos.

  • Sé que ocultaste lo del golpe de Estado por mí, y te lo agradezco, no hubiese sido algo que quisieras que me enterase, pero no puedes seguir protegiéndome, ya no soy una niña, soy la nueva reina, se supone debo saber todo lo que pasa en el reino -manifiesto

Fausto analiza todo lo que he dicho, debatiéndose entre sí aceptarlo o no.

  • Y usted debe saber que todo lo que acontece también me concierne, y así poder hacer su trabajo de igual manera.

Comparto parte de la culpa por mi infantil comportamiento tras ocultar esta vital información como una clase de manera distorsionada de herirle.

  • El plan nunca ha sido un golpe de Estado como tal. Ha sido el asesinato de los miembros de la realeza -expresa Fausto.

Me impacta la aguda aclaración, entonces no iba dirigido únicamente a mí, sino a cualquier miembro de la realeza. Esto exentaría a El Emperador, en caso de el no estar tras esto. Mientras más lo pienso más pareciese que él tuvo parte en esto, excepto por algunos detalles que carecen de todo sentido. ¿Podría él haber orquestado esto?. Darius fue el que dio la idea de disolver la confederación y volver a formar parte de Ebro, esta decisión habría perjudicado únicamente a los Marqueses, todos, incluyéndolo a él, habrían perdido su título, el castillo, sus tierras, íntegramente, el solemne ganador tras esto sería El Emperador. Sin embargo, la casual muerte de Darius poco después de asumir una posición que contraria el beneficio grupal de sus compañeros es un suceso demasiado fortuito, para ellos, así que ¿podrían haber estado ellos tras la repentina aparición de estos monstruos?, y de El Emperador estar tras esto, ¿por qué esperar tanto?, no parece haber dado señales de querer añadir la confederación a Ebro nuevamente durante la reunión. ¿Quiénes están detrás de esto?, ¿Por qué lo han hecho, y ahora?, ¿Cuándo han puesto este plan en movimiento?, ¿Qué piensan obtener como resultado de todo esto?, ¿Cómo van a lograr sus metas?, ¿Cuál será su próximo objetivo?, todo se hace una mezcolanza homogénea en mi mente

  • No lograremos nada quedándonos acá -indico-. Lo que podemos hacer, de momento, es mantener este incidente lo más discreto posible, permanecer cautelosos y estar al tanto de cualquier señal que sugiera que habrán más víctimas.

¿Más víctimas?, no lo había pensado sino hasta que lo dije, y la sangre se me hiela por el pensamiento que viene a mí.

  • ¡Hiro! -exclamo en voz alta.

Tomo el pomo de la puerta, pero Fausto me detiene.

  • Ya he enviado a un grupo con esta información al castillo para que refuercen la seguridad.

Esto no me tranquiliza en lo más mínimo, he visto lo que esas criaturas son capaces de hacer, de llegar a irrumpir en el palacio no hay mucho que nadie pueda hacer al respecto. Fausto pudo hacerle frente quizás a uno, y solo por su maestría con la espada, no hay muchos en el palacio que se le equiparen, ni siquiera creo que en el país. No me queda de otra más que confiar en él y pensar que no habrá mandado a cualquiera a resguardar a mi hermano.

  • Hay una última cosa que discutir -destaco-. La joven -enfatizo.

Él parece no querer hablar al respecto.

  • ¿Tú también lo has visto no es así? -le pregunto.

Él asienta impertérrito.

  • Ella. Es igual que yo. -afirmo.

No quiero hacer esta pregunta, pero debo hacerlo.

  • Tú. ¿Sabías algo al respecto?

Fausto actúa agraviado por esta interrogante.

  • No. Nunca había visto a nadie como usted, su alteza.

Tengo un sinfín de dudas con respecto al origen de la joven. ¿Cómo es posible que jamás haya oído de ella?. No puedo seguir más dentro de esta habitación, todo lo que ha acontecido aquí esta noche me sobrepasa. Complots, secretismos, desconfianzas, sospechas, muerte, todo me excede ya. Abro la puerta y le hago a Fausto un ademan con mi cabeza para retirarnos de las olvidadas entrañas del castillo.

Ya de vuelta en una reconocida antesala, parece no haber nadie cerca, todo está calmo. Consigo oír unas pocas voces provenir de un pasillo, Fausto desenvaina su espada y nos acercamos con prudencia. Nos topamos con que se tratan de unos pocos sirvientes entrando y saliendo de la habitación de Darius, me exalto al principio pero al acercarme puedo detallar el estado en el que los criados se encuentran, todos llorando mientras limpian la abundante sangre y mueven cada uno de los trastos del inmueble, me aparto, incapaz de estorbar en su labor.

Fausto y yo nos dirigimos a la salida del castillo donde el bullicio y la habladuría imperan. Los Marqueses sobrevivientes están apartados rodeados por un grueso anillo de guardias, ¿dónde estaban antes?. Mi sequito, por otro lado, está distanciado, ajeno a lo que ha pasado pero atento y presente. Al acercarme a los Marqueses veo que un poco más alejados hay una gruesa línea de guardias que delimitan todo el perímetro del lugar. Será bueno para evitar que los habitantes se cuelen.

  • Marqueses, el lugar es seguro.
  • Gracias, a Dios -manifiesta Maximus, desplomándose en el piso.

Escucho un revuelo de gritos y llantos descontrolados. Me volteo para investigar de qué se trata y veo a un par de hombres sosteniendo cada uno un extremo de una camilla sobre la que se encuentra el cadáver de Darius cubierto con una manta embadurnada de sangre, algunas criadas se derrumban sobre el piso llorando descontroladas. Veo que Darius tenía quienes velaran por él. Me volteo hacia sus iguales, observo sus expresiones, analizándolas en busca de algo que me de algún atisbo de en qué dirección deba buscar. Benedict apenas puede reprimir las arcadas que vienen a él, Maximus exterioriza lo que a mi parecer es una auténtica mueca de dolor, Abel tapa su rostro con sus manos para ocultar sus lágrimas, fútilmente, Ícaro aparenta ser el menos emocional al respecto, solo negando con su cabeza, pero sin simular obtener ninguna clase de satisfacción de esto tampoco. Puede que todo esto no sea más que un montaje, quizá uno de ellos es el que esta tras esto, quizás todos, hasta el mismísimo Darius, y el plan se les haya ido de las manos.

  • Tempest, querida, has vuelto -dice Benedict.

Volteo y veo arriba como la joven desciende volando. Me acerco rauda al Marques.

  • ¿Adónde había ido? -pregunto encarnizada.

Benedict parece sobrecogido por la ferocidad de mi actitud, y me responde un poco dubitativo.

  • Había ido a examinar el perímetro su majestad.

Le veo con mirada inexorable.

  • ¿Has encontrado algo? -le pregunto a la joven
No emite respuesta alguna.

Cuando estoy por perder los estribos Benedict me interrumpe.

  • Su majestad, ella solo responderá a su nombre -me indica-. Tempest, dile a la reina si has visto algo -le ordena.

Ella solo niega con la cabeza. La veo cejuda y me retiro antes de que la cólera me domine.

Me abro camino entre el gentío para llegar hacia mi comparsa. Ese pequeño espacio entre la servidumbre de los Marqueses y mi sequito es como entrar en un país totalmente distinto. Aquí no hay caras largas ni desconsuelo, en su lugar, la incertidumbre y la perplejidad son las que predominan. Busco en la multitud tratando de encontrar a Fausto pero termino por toparme inesperadamente con la ayudante de cocina de Theresa y cae al piso.

  • De nuevo -pienso.

Apenada, la tomo de la mano y la alzo. Al ella darse cuenta de quién soy, me reverencia.

  • Mil disculpas su majestad. Siempre ando con la cabeza en las nubes. Theresa me dice todo el tiempo que debo prestar más atención por dónde voy
  • No hay por qué preocuparse, yo misma ando con la cabeza en las nubes en este instante -insto.
  • Si, pero, usted debe estar preocupada por esas criaturas que dicen se han colado en el castillo, yo lo único por lo que debo preocuparme es por mantener a todo el mundo bien alimentado. -dice, modestamente-..

Así que el rumor ya se ha expandido en mi sequito. Intento cambiar el tema de conversación rápidamente y le pregunto.

  • ¿Has visto a Fausto?

Me señala a una de las carpas. Acudo a ella, y al entrar me encuentro a Fausto conversando con Ferdynand, quien por su lenguaje corporal puedo presumir que se siente amenazado.

  • Fausto -le llamo la atención.

Ferdynand aprovecha el despiste de Fausto para escaparse de su acorralamiento, pero él se da cuanta y lo toma por el brazo.

  • Déjalo ir -ordeno.

Fausto lo suelta y Ferdynand pasa de largo mío, pero yo cierro la cortina con mi magia, él araña la solidificada tela de la carpa, impotente de escapar. Le dejo y camino hacia Fausto.

  • Él sabe más de lo que usted cree -se adelanta a decir.
  • ¿Cuánto más? -pregunto.
  • Dijo que poco antes de entrar a su habitación escucho los pasos de alguien alejándose del lugar, pero pensó serían los de algún criado llevando los artículos de su cuarto vuelta al carruaje.

Entonces mis sospechas eran ciertas, alguien más estaba detrás de esto, sin embargo, ¿era una advertencia benévola o una amenaza satírica que clamaba por la inminente muerte del Marques?.

  • ¿Es eso cierto? -le pregunto a Ferdynand.

Él deja de tratar de escapar y voltea haca mí, aun un poco intimidado. Le acerco arrastrándolo por el aire hasta tenerle frente a mí, se tensa tras el brusco movimiento.

  • ¿A quién viste? -pregunto firme
  • A nadie -dice altanero-. Solo escuche los pasos de alguien -dice, con voz más sosegada.
  • ¿Has compartido esto con alguien?

Él niega con su cabeza.

  • No le digas de esto a ninguna persona.

Llevo mi mano al hombro de Ferdynand.

  • Hay mucho juego en este momento, esta información puede ser vital para nosotros.

Toco la cortina de la carpa para hacerla volver a su consistencia normal y Ferdynand sale por ella a paso veloz.

  • No tiene sentido hostigarle ni intimidarle -digo en voz alta.

  • Su alteza, ¿qué pasaría si hace correr la voz de esto?, podría llegar a oídos de la persona que lo inicio en primer lugar y ser aún más precavido en caso de haber una segunda ocasión.

  • ¿Y que planeas hacer para evitarlo? -pregunto curiosa-. ¿Liquidarle? -enfatizo

Esperando por una ferviente negación recibo en su lugar una contestación aún más estremecedora. Total silencio. ¿Sería Fausto verdaderamente capaz de hacerlo?

  • No te acerques a él, puede asistirnos de alguna u otra forma a la larga -sentencio.

Fausto asienta.

  • No debemos incitar a la desconfianza y la paranoia, pero antes debemos asegurarnos de no caer en ella nosotros mismos -digo.

Salgo de la carpa.

El resto de la noche transcurre llena de insensatez y enajenación, sirvientes por todo el lugar murmurando haber visto a los monstruos y otros casi desfalleciendo tras escuchar su repugnante aspecto, pero, por lo que logro oír, ninguna de las descripciones se acercan mínimamente a sus verdaderas apariencias. El autor de estos actos debió haber sido cuidadoso de no dejar que nadie le viese, ni a las criaturas, esto me lleva a dar de cuenta que examinando todas las habitaciones y espacios del castillo no recuerdo haber visto ni una sola gota de sangre, además de la de Darius. ¿Cómo es posible que esas salvajes bestias no hayan herido a nadie más?. Fausto dijo que el golpe de Estado era en contra de los miembros de la realeza, y ellos fueron detrás de los Marqueses y detrás de mí solamente. Mientras más lo pienso todo va cobrando un poco de sentido, pero todavía sin ser capaz de encontrar un atisbo de hilo lógico que una un hecho con otro. Lo único que puedo sostener de momento es que quien sea haya sido el responsable de esto debe haber logrado ingresar al palacio, por lo que podría formar parte del sequito de los Marqueses.

Finalmente todo el personal del palacio ha reingresado a él, muchos temblorosos, viendo detrás suyo cada dos o tres pasos, la prueba más fehaciente de esto son los propios Marqueses, vueltos un manojo de nervios, aun convulsivos por el violento evento.

  • Mi reina, por favor, no puedo dejarnos aquí -implora Maximus.

El resto de los hombres le ven en el suelo, suplicando con las manos entrelazadas. Como si por temer por su vida e implorarme le hiciese de alguna manera menos digno o su acto más patético.

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  • No les dejaré aquí -manifiesto-. Los enviare a mi palacio.
  • Muecas de confusión y sorpresa se alzan en sus rostros. Hago llamar a mi sequito para que tomen todas las pertenencias de los Marqueses para ser llevadas a sus carruajes. Sin que se den cuenta les hago requisar todas y cada uno de sus artículos tratando de poner precisa atención en alguno el cual resalte, pero en su mayoría se trata de ropas de telas finas y orfebrería. Encaminándonos a los carruajes varios de los hombres llevan sus brazos a mí y me abrazan en repetidas ocasiones, elogiándome una y otra vez en un discurso sinfín por mí buena toma de decisiones, sin pensarlo mucho los acepto uno tras otro.

    Ya frente a las carrozas equipadas de los Marqueses, Fausto se ha reunido conmigo, noto que Benedict se ha perdido de mi vista durante el traslado, al voltearme le veo acercándose con Tempest.

    • Muchas gracias, nuevamente, su Majestad -dice-. Vamos, Tempest -le indica a la joven.
    • No hay nada que agradecer, no he hecho nada por ustedes, al llegar al palacio serán puestos en prisión preventiva, por posible conspiración en contra de la corona -dictamino.
    • ¿Qué ha dicho? -exclama Ícaro
    • Ustedes sabían de un movimiento subrepticio en contra de la realeza, el asesinato de uno de sus camaradas pudo haberse evitado. Hasta ser resuelto, todos ustedes permanecerán como los primeros sospechosos -culmino.

    Empujo a Benedict dentro del carruaje separándolo de la joven.

    • Tempest, haz algo -ruega, Benedict.

    Observo que ella intenta irse hacia mí y la aparto haciéndola volar lejos. Uno de los Marqueses trata de salir pero le mando devuelva dentro del carruaje y fundo la manilla con fuego. Fausto desenfunda su espada, le hago un ademan con mi mano.

    • No hay que herirle, no intervengas -le ordeno.

    Ella crea un grueso camino de hielo que se dirige hacia mí, yo aviento una gran ráfaga de llamas y ambas estallan, el carruaje rebota sobre el piso por el estruendo, los caballos chillan asustados por el revuelo, miembros de mi cortejo salen huyendo del lugar velozmente, los conductores del carruaje controlan a los caballos.

    • Retírense -les demanda Fausto a los conductores.

    Los conductores atizan a los caballos y salen corriendo del lugar mientras chispas llameantes y cubos de hielos vuelan por todos lados, una gruesa cortina de vapor con atmosfera fría se crea en el lugar. Veo a mis espaldas y ya los Marqueses se encuentran a una distancia prudencial.

    • Tempest, detente -le ordeno.

    La veo jadear exhausta. Aún no se ha recuperado del uso excesivo de magia. Alza su vuelo y se dirige hacia el carruaje, la detengo alzando un gran muro de fuego y la encierro en un anillo. Ella vuelve a invocar una caudalosa corriente de agua, una espesa neblina se hace entre ambas, puedo ver entre ella su evasiva figura, como se mueve inquieta buscando ubicarme, trato de quedarme quieta y no chapotear sobre el agua donde ambas estamos, puedo ver sobre ella las ondas que sus movimientos hacen. Debe estar cerca de mí. El sonido de las salpicaduras se detiene, y un sonido vidrioso se oye con sutileza, el agua a mis pies comienza a congelarse y me atrapa, no puedo moverme. Unas fuertes pisadas se dirigen a mí, oigo el chirrido de una espada desenvainándose, reacciono y saco el estilete que oculte bajo mi manga justo a tiempo para que ambas produzcan ese característico rugido metálico. Las dos batallamos por mover a la otra. Ella forma una helada línea que sube por su estoque y al tocar el estilete también lo congela. Forcejeo con ella tratando de acercarla a mí, mientras veo como la línea de hielo baja centímetro a centímetro por la acanaladura, pero termina por detenerse. Se debió haber quedado sin energías.

    • ¡Ahora! -grito para mis adentros.

    Halo ambas espadas junto con ella hacia a mí y al caer la recibo con un fuerte golpe en su diafragma que la deja fuera de combate sobre el hielo.

    La humedad comienza a disiparse y Fausto se acerca.

    • Su majestad, ¿se encuentra bien?

    Le asiento, todavía un poco temblorosa tras el combate. Batallo un poco para zafar mis pies del denso hielo, Fausto ofrece liberarme picoteándolo con su espada, y, a pesar de su irrefutable experticia con el arma, rechazo la encarecida oferta hasta escapar del solido agarre. Al retomar la compostura me acerco a la joven y examino su estado, a simple vista parece estar en perfectas condiciones, probablemente solo extenuada por el uso de magia.

    • Hay que llevarla con nosotros -le digo a Fausto.
    • ¿De qué está hablando su majestad? -me refuta.

    Fausto me explica una y otra vez el sin número de escenarios en los que esta decisión podría resultar perjudicial para todos, especialmente para el bien del viaje en sí, pero me sobrepongo a las sugerencias suyas y acoto que es en respuesta a una razón mayor. La cual tengo pocos minutos para encontrar y poder saciar su reticencia ante esta decisión mía. Ya que el trasfondo de mi determinación es mí interés personal en esta niña. ¿Vendrá de dónde vengo yo?, ¿puede que estemos de alguna manera relacionadas?, ¿cómo ha acabado acá?. Mi mente está dividida en este momento entre las preguntas que le quiero inquirir y el razonamiento para pasar la pesquisa que seguro me espera con Fausto.

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    Ordeno que incauten los carruajes restantes del castillo y todos sus caballos e incluirlos en nuestro viaje. Mi sequito organiza con más ligereza las carrozas, alojando exclusivamente a la joven en una, encadenada en su interior. Ya preparados para partir, esta vez llamo a Fausto para que se una a mí, parece haberle tomado por sorpresa esta proposición, después de mi infantil comportamiento la última vez me es fácil comprenderlo, y poco antes de medianoche ya hemos partido a nuestro próximo paradero. Ebro.

    Por el largo camino que hay por recorrer entre la confederación y el país de El Emperador, calculo que habremos arribado antes de mediodía. Fausto luce no estar aún satisfecho en lo absoluto por la arbitrariedad de mis decisiones.

    • Ha sido la mejor decisión -inicio-. El llevar a los Marqueses al castillo y advertirles bajo que condiciones han sido trasladados los he puesto en una postura vulnerable, en caso de ellos, o alguno tener algo que ver en esto no podrán apresurarse y quedar expuestos, deberán precisar sus movimientos y quitándoles a su protectora no podrán hacer nada forzoso o precipitado.
    • Otro monstruo podría aparecer -acota.
    • Tras el despliegue de esta noche ellos no parecen tener dominio alguno sobre esas criaturas. Ellos no correrían el mismo riesgo, en tal caso, ahora que no hay nadie que les proteja. Sobre todo, porque parece que ellas mismas tenían alguna clase de autonomía o consciencia propia -asevero.
    • ¿A qué se refiere? -pregunta intrigado.
    • Cuando verificábamos el castillo, no había ninguna señal de heridos ni daños materiales algunos, además del inevitable, hecho por la batalla. Uno pensaría que al tratarse de bestias impulsivas e inconscientes serían irreflexivas y torpes, pero parecían saber con total certeza a quienes atacar, y saber la locación de su objetivo. No estaría desacertado considerar que alguien les haya instruido con exactitud detrás de quienes ir y como navegarse en el palacio.
    • ¿Tiene a alguien en mente?
    • No, sin embargo, he podido descartar a varios, por el mensaje en mi habitación, se debe tratar de alguien quien sabía las premisas del lugar por saber entre la infinidad de cuartos y habitaciones justo en la que yo me encontraba. Y por lo que me ha dicho Ferdynand, logro ingresar y salir sin levantar ninguna sospecha, así que no esta demás suponer que podría tratarse de alguien del personal del castillo. O de mí propio sequito.

    Los ojos de Fusto de agrandan como platos por mi declaración.

    • ¿Su propio sequito, majestad? -dice en voz baja.
    • Si. He devuelto al castillo a aquellos cuya presencia no sea indispensable para la continuación y de nuestro tour y, a aquellas personas que no fueron parte de mi sequito durante mi estadía en el palacio. Eso eliminara a varios posibles sospechosos, también he ordenado que el castillo de los Marqueses sea custodiado durante esta noche y sitiado por guardias de nuestro país a primera hora de la mañana, eso nos ayudará a mantenerlo monitoreado, al igual que a los Marqueses.

    Fausto asienta con cierta reserva todavía.

    • Sin embargo, hay otra teoría que he estado meditando. Quizás los Marqueses no sean nada más que peones, un medio para un fin.
    • ¿A qué se refiere?
    • Desde que mencionaste lo del posible golpe de Estado he estado pensando qué pasaría si todos desapareciéramos, los Marqueses, los Señores Feudales. Yo. Y sin heredero al trono sería fácil para cualquiera apropiarse del poder de manera legítima, irónicamente. Habría muchos candidatos, pero muy pocos verdaderamente capacitados para el puesto.
    • El Emperador -enuncia Fausto.

    Asiento.

    • Tu y mi padre han sido quienes le han conocido mejor, ¿crees que él podría ser capaz de acometer tales actos?

    Fausto reflexiona ensimismado por un breve instante para finalmente contestar.

    • Sin lugar a dudas.

    Lo que me temía.

    • Entonces, debemos detenerle.

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    Voy a buscar las entregas anteriores :) feliz noche.

    Muchas gracias, espero te guste la historia ;) apoya y comparte

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