Relato: La reina del Festival de las Flores

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Fuente de la imagen: Pexels

Güzelay miró con cierta preocupación el desarrollo de los acontecimientos desde su asiento en una de las tantas gradas del Aurigo Magno, un edificio ubicado en el mero centro de Saturnalia.

Como parte de las celebraciones del Festival de las Flores, una celebración en honor al primer emperador saturnino Ladón Mebd, se habían organizado una serie de combates en carrozas, las cuales eran jaladas por unos animales que parecían una mezcla extravagante de cabras y caballos.

Era la gran final, la hora en la que se decidiría al campeón de la jornada. Los contrincantes eran el príncipe Haeghar y el general Adelbarae Borg. Ambos luchaban ferozmente, cubiertos de sangre y lodo, con Borg teniendo la ventaja.

El ganador tendría la oportunidad de nombrar a la reina del Festival de las Flores, y pasaría con ella el resto del día. Muchos auguran que, de ganar el general Ecclesía sería la elegida, dada la historia entre los dos. Si Haeghar ganara, el empate quedaría entre Güzelay y Athalía, las favoritas de Haeghar.

Güzelay rezó con que Borg ganara, de modo que se entretuviera un rato con Ecclesía mientras que ella acudía a los Jardines de Calibán a encontrarse con un mensajero de la Resistencia, a quien le entregaría una cuantiosa suma de dinero.

Miró de reojo hacia el palco del emperador; Ecclesía parecía bastante excitada al ver aquél espectáculo. Se preguntó si ella aún amaba a Borg o solo recordaba las noches de pasión juntos. No era que le interesara saberlo, pero en cierto modo empezaba a mortificarle aquella idea.

Los gritos y vítores resonaron en el lugar. Borg había salido vencedor del combate, mientras que Haeghar se encontraba muy malherido. Güzelay miró nuevamente el palco imperial; la familia se había levantado, con Ecclesía sosteniendo la corona de flores.

Borg se acercó al palco y subió las escaleras centrales, con la mirada pétrea enfocada en el emperador, quien lanzó un discurso de felicitación por su brava participación en la competencia. Güzelay contuvo el aliento; el corazón de Borg quizás le esté haciendo en ese momento una mala jugada, con la nostalgia como su principal arma. Sin embargo, su mirada era gélida, indiferente, sin ningún ápice de resentimiento; quizás estaba manteniendo la compostura, quizás se estaba conteniendo, ¿quién sabe?

No obstante, cuando Ecclesía le entregó delicadamente la corona, el general se volvió hacia Nakoma, la clarividente de la concubina, y le colocó la corona ante la estupefacción de todos, en especial de Ecclesía, quien palideció enseguida.

Un silencio pesado invadió el Aurigo. Todos enfocaban la mirada en Nakoma, a quien se le notaba incómoda, como si la hubieran atrapado con las manos en la masa; sus manos acariciaban la corona, haciendo el ademán de quitársela como si tuviera fuego. La mirada de Borg la intimidaba tanto que no se atrevió a rechazar la corona. Oranna, quien estaba a su lado, parecía estar a punto de emitir una protesta, pero su doncella la detuvo.

Con una sonrisa maliciosa, Borg comentó en voz alta: "Parece que nuestra reina del Festival quiere desairar al emperador rechazando el honor que le fue conferido por el más fiel de sus generales".

Nakoma empezó a temblar de terror mientras Ergane, extrañado, preguntó a qué se refería, a lo que Borg respondió, reverencial: "No lo sé, mi señor. Mejor pregúntele por qué sus manos están empezando a quedar negras".

Nakoma se sobresaltó de forma violenta; la respiración se entrecortaba conforme miraba sus manos. De su nariz y boca la sangre empezó a salir. La piel empezaba a ennegrecerse, como si fuera una úlcera.

Oranna empezó a gritar con histeria mientras Nakoma se desplomaba en el suelo, muerta.

Ergane miró a Borg, aterrorizado. El general comentó: "Pregúnteles a Ecclesía y su hija qué sucedió. Ellas confeccionaron la corona".

Dándoles la espalda, el general bajó los escalones y se dirigió hacia la salida principal del Aurigo Magno.

"Bideum, un veneno muy poderoso extraído de las semillas de los frutos del bosque", comentó Aghar mientras que ella y Güzelay caminaban a solas por los oscuros caminos del Jardín Colgante de Calibán. "Puede matarte si lo hueles por mucho tiempo. Las manos negras son el primer indicador de que has sido envenenado".

"¿Existe algún antídoto?".

"Sí... Pero me parece llamativo que Nakoma muriera".

"¿Por qué?"

"Ella es quien le prepara los venenos para Ecclesía, por lo que sé; generalmente cuando manipulas ese tipo de venenos, es indispensable beber el antídoto".

Güzelay le miró con seriedad. "Eso explica entonces por qué Ecclesía no se había sentido afectada por el veneno... Y que Borg llevara guantes gruesos en la pelea".

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