Sobre Papita, Maní, Tostón y cómo perdí toda esperanza en Venezuela

in #spanish6 years ago

El orgullo nacional es algo con lo que muchos venezolanos se llenan la boca, creyendo que aquello los hace moralmente superiores a todos los que no sentimos un especial amor por esta tierra. Sí, yo soy uno de esos que siente cero orgullo por haber nacido en el país en que nació, y no siento ningún remordimiento. La nación en la que te dan a luz no debería ser un condicionante para que te comportes de cierta forma predeterminada, y el hecho de asumir que yo debo sentir un amor irracional por mi país sin ninguna razón que lo justifique es algo que no soporto. Sin embargo, puedo entender por qué algunos pueblos tienen un fuerte sentimiento patriota arraigado en sus culturas.

Estados Unidos, por ejemplo, es una de esas naciones donde las personas se enorgullecen de formar parte de su sociedad; los americanos —término que uso para referirme a los "estadounidenses" porque la palabra en cuestión resulta dolorosa para la vista— no sienten orgullo por un pedazo de tierra, sienten orgullo por sus instituciones, su cultura y sus valores básicos que componen a su sociedad. El "sueño americano" no es algo intrínseco al país, sino al ideal de las personas que lo conforman, y, por ser de dicha naturaleza, invita a los no nativos a amar el país de la misma forma. Cuando un americano dice que su país es el mejor del mundo, tiene argumentos que van mucho más allá de lo superfluo.

¿Qué hace a Venezuela el mejor país del mundo? Incluso en tiempos de crisis no es raro ver a algún pendejo proclamando, por acá y por allá, que vivimos en un país digno de respeto y orgullo. ¿Por qué? ¡Ah, por nuestro impresionantes paisajes! ¡Supongo que debemos sentirnos orgullosos de que las placas tectónicas y los fenómenos climáticos hayan hecho de las suyas! ¿Porque tenemos las mayores reservas de recursos naturales del mundo, dices? ¡Oh! Entonces lo que debemos hacer es alabar aquello que nos llevó a la crisis más grande de América Latina. Creo que ya comienzo a ver los puntos fuertes de mi país.

Una de las cosas que me hierven la sangre en los últimos años son esos típicos discursos de redes sociales en que se intenta denigrar la figura del emigrante. «¡Yo sí me quedo en mi país!» gritan muchos, como si eso los pusiera en un pedestal moral que les permite insultar, consciente o inconscientemente. la decisión de los que se fueron. Estoy cansado de escuchar una y otra vez a figuras públicas pedir paciencia a los venezolanos. Los veo rogar, principalmente desde la oposición, para que no nos vayamos del país, apelando a ese sentimiento nacionalista que todos deberíamos sentir y que si no sientes es porque algo anda mal contigo.

Yo no me he ido aún pero planeo hacerlo en el futuro, y no son escasas las personas que me han intentado dar sermones de patriotismo para sacarme de la cabeza la idea de emigrar. ¿Y por qué? ¿Por qué no debería abandonar mi país? ¿Por qué esperan que ame a Venezuela? «Bueno, porque es tu país» me responden siempre, como si fuera la cosa más obvia del mundo; como si el solo hecho de preguntarlo ya me hiciera cognitivamente inferior a todo aquel que jamás se lo cuestionara. Pero esa respuesta no me convence, es algo con lo que nunca me van a comprar porque no me llevo bien con el adoctrinamiento.

Al día que escribo estas palabras aún no me han dado una razón coherente para amar al pedacito de tierra en que nací, ni para sentirme orgulloso por la nación en la que vivo hoy. No obstante, con los años he encontrado más y más razones para sentirme avergonzado de ser parte de una sociedad tan disfuncional, y no he podido conseguir más que incentivos para irme cuanto antes y jamás volver.

Hace unos días me dio por ver Papita, Maní, Tostón al notar que la estaban pasando por televisión. Al verla, sabiendo que se trataba de la película venezolana más taquillera de la historia, entendí algunas cosas que me negaba a aceptar, porque incluso a mí me lograron meter un poquito la espinita del adoctrinamiento nacionalista.

Desde hace años tenía ganas de verla dado que sabía que se encontraba de primera en esa lista y yo, cual niño inocente, pensaba «Pues por algo debe ser». Y aunque el sentido literal de esa frase no está equivocado —evidentemente, por algo es la más taquillera—, lo que resulta erróneo es el significado implícito de la oración. Si la película era la más taquillera, pensaba yo, no podía ser tan mala, y ahí estuvo mi error. Subestimé con creces el mal gusto y la falta de cultura de la sociedad que me rodea, y me estrellé de frente con la realidad; hace unos días vi una de las peores películas que he visto en mi vida. Y no me lanzo de cara a decir que es la peor porque soy güevón y no quiero admitir que la peor película que he visto es venezolana.

Describir a esta película como "mediocre" sería asumir que es lo suficientemente buena como para estar al nivel promedio del cine, y me gustaría pensar que no es así.. Acá estamos hablando de una de esas películas que ni siquiera requieren discusión; Papita, Maní, Tostón es, objetivamente hablando, basura audiovisual. Se encuentra al nivel de The Room, pero sin la repercusión cultural que abrazó a la obra de Tommy Wiseau, película que muchos veneran de forma religiosa justamente por ser la peor película de la historia.

Pero lo más triste de Papita, Maní, Tostón no es la película en sí —aunque no por ello digo que la película no sea vergonzosa—, sino la reacción del público. Muchos venezolanos la toman por la mejor película que se ha hecho en el país, una película con una producción que no es digna ni de película de televisión barata, y con un guión aparentemente escrito por un niño de 10 años. Fue proyectada en cines venezolanos por meses —esto me atrevo a decirlo sin investigarlo porque es lo que pasa con toda película venezolana que recibe la mínima atención del público— y más de 2 millones de personas pagaron por verla, con la consecuencia de que ahora figure como la primera en una lista donde las películas malas son mayoría.

Hace unos meses fui a ver una película venezolana y me encontré con una sala de cine desierta, totalmente vacía si ignoramos al señor creepy que estaba sentado en la última fila y al que tuvimos que vigilar durante una hora y quince minutos por si acaso. La obra en cuestión era La Familia, y se posicionó de inmediato entre mis películas venezolanas favoritas, allá arriba, junto a Secuestro Express, El Amparo y La Hora Cero. Relata una historia extremadamente íntima y a mí se me hizo super cercana.

Ayer la volví a ver haciendo uso de la siempre confiable piratería de Youtube, y fue tan buena como la recordaba, o incluso mejor. Pero me sorprendió ver los comentarios en el video. Muchísimas personas reclamaban que era una de las peores películas que habían visto en su vida, y que habían perdido el tiempo viéndola. Y cualquiera puede pensar lo que le de la gana sobre una obra de arte, pero un comentario en específico se quedó conmigo:

Me quedé esperando una plomamentazon :(


No sé cómo ni por qué sentirme orgulloso de formar parte de una sociedad que sufre de un caso tan grave de analfabetismo cultural. Esta semana he descubierto cosas sobre Venezuela que ya presumía pero que no imaginaba tan graves. Y mientras espero a que alguien me diga un argumento decente para amar mi país, sigo encontrando más y más razones para odiarlo, y para querer irme. Porque un país donde la opinión popular es que Papita, Maní, Tostón es una película arrechísima, y que a La Familia le faltan tiroteos, es un país de mierda.

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