Una historia más de un inmigrante más.

in #spanish5 years ago
Veintitrés años y una carrera universitaria terminada tenía Isabella cuando la crisis económica, social y política de su país le hicieron huir como cualquier delincuente que corre despavorido al escuchar una sirena policial. Cinco días sin electricidad ni comunicación con el mundo exterior, interminables filas para comprar comida, la escasez y la delincuencia influyeron en la decisión de abandonar su hogar, su patria, sus raíces y su vida.


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Isabella nació en el país de la “reina pepiada”, de las empanadas con malta “maltín polar”, ese país donde la gente compraba pan todas las tardes y se lo comía acompañado de un buen toddy”. Nunca entendió como su nación cayó en desgracia, le era imposible entender como un grupo minoritario de personas, a través del odio y de una ideología política de izquierda barata podían controlar a todo un pueblo…

Con el tiempo entendió que la ignorancia esclaviza a las naciones libres y que sin duda alguna si le quitas la comida a las personas sin que se den cuenta y luego le das migajas de pan, ellas te agradecerán porque las estas alimentando. Innumerables muertes pasaron por sus ojos, protestas en vano, niños comiendo de la basura, presos políticos y una crisis económica asfixiante que no la dejaba graduarse fueron el detonante para tomar la decisión que más tarde le cambiaría la vida.


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Nadie sabe cómo se graduó. Creo que ella misma no lo creía. Asistía a clases sin desayunar y se acostó sin comer muchas veces. Terminó pasantías sin nada en el estómago, la gastritis le provocaba dolores insoportables, ella pensaba que si ignoraba al dolor este se le pasaba pronto. Vendió parte de su ropa y su colección de zapatos altos que tanto amaba para pagar la impresión de su tesis final.

La hubieran visto el día de su presentación, arreglada, en tacones como le gustaba, un maquillaje bonito y también olía rico. Los conocimientos estaban todos en su cabeza, lista para defender el título que tanto le había costado, sin nada en el estómago, sin dinero en la cartera, pero imponente, fuerte e inteligente, enfrentando la situación con la mejor cara, porque así son las Venezolanas.


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Ella tenía ganas de irse, pero le daba miedo. No se si saben pero cuando dejas tu país, te vas en pedazos. Las ganas de luchar van en la maleta, pero la rabia, la indignación y la tristeza es lo primero que se empaca. Logró juramentarse en el Colegio de Abogados, pero no pudo obtener su licencia porque no tenía como pagar la inscripción, además, en un país en crisis donde nunca hay electricidad ni material para hacer carnet la licencia para ejercer se veía lejos.

Al borde del colapso se fue.


Una semana antes de irse hizo con sus amigos una sala de cine improvisada donde en cinco días vieron todas las películas de “avengers”. El último domingo en Venezuela logró ver “end game”. Fue el recuerdo más bonito que se llevó.

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Llegó a la frontera con la maleta rota, unos chicos (que seguramente Dios le puso en el camino le ayudaron a cargarla). Había muchísima gente esperando que abrieran la Frontera, entre empujones y gritos logró pasar. No pudo sellar el pasaporte en migración porque no había electricidad. Siguió su camino, Colombia la recibió con los brazos abiertos, le sellaron la entrada al país porque el gobierno había emitido un decreto que ordenaba dar entrada a los venezolanos aún y cuando no tuvieran el sello de salida de Venezuela, menos mal Isabella se enteró de eso a tiempo, porque a muchos estafaron cobrando 100 dólares americanos por el sello venezolano en migración.

Después de más de cuatro horas en una fila interminable logró sellar la entrada a Colombia. Hacía mucho calor, corría muchísimo viento, tenía hambre y cansancio, todos a su alrededor estaban igual; sudaban, caminaban, se reían, hablaban, todos venezolanos por supuesto, con diferentes historias, pero con el mismo propósito de huir del infierno que se vive en Venezuela.


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Emprendió un viaje de 3 días, donde recordaba lo bonito que fue su niñes, lo chévere de su adolescencia, las reuniones en su grupo de estudio, sus clases de baile, llegar y tener la comida hecha por su mamá. Por cierto, tendríamos que escribir otra historia de como quedan las familias destrozadas.

El día que se iba, la mamá de Isabella le jalaba la camisa; “no te vayas mi amor” le decía entre lágrimas. Isa, con un pié en el autobús la abrazaba tratando de quitársela de encima, “ya hemos hablado mamá", le decía… Todos lloraban, parecía un funeral. Una amiga la acompañó para despedirse, se abrazaron tan fuerte como pudieron, le entregó 5 dólares americanos para que los llevara, le dijo que con eso aunque sea se compraba un almuerzo, isa le agradeció y se montó en el autobús. El silencio y el llanto se apoderaron de ese momento. Solo las madres saben lo que se siente despedirse de un hijo sin saber cuándo lo vuelven a ver.


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Pisó tierra ecuatoriana. Se escuchaba que había fila en migración, pero no fue así. Entró sin problemas y continuó su camino a encontrarse con sus amigos.

La llegada fue emotiva, vio a una madre encontrarse con su hijo, esta vez no lloró de tristeza si no de felicidad, se estableció poco a poco y nunca se imaginó que sus amigos se convertirían en su familia. Ellos la recibieron con amor y prepararon una habitación para ella. Comenzó a desempacar sus cosas, los recuerdos comenzaron a salir de la maleta, esa que tuvo que botar a la basura porque se rompió apenas pisó la frontera venezolana. ¡Quien la viera! comprando cinta de embalar para envolver la maleta, reía para no llorar.

El primer día que llegó consiguió empleo, le prometieron un salario diario de 12 dólares americanos y el almuerzo, si se suma todo eso por los días de trabajo no llegaba ni al sueldo mínimo de ese país, pero aceptó; hay que saber que cuando se es inmigrante, sin papeles hay que aceptar cualquier oferta de trabajo. Empezó como vendedora en una tienda de ropa interior, trabajaba 12 horas (parada) porque si en algún momento se sentaba le gritaban que era una inútil, tenía 10 minutos para almorzar y solo libraba los domingos. No solo aguantaba a su jefa, quien a parte de tenerla trabajando sin descanso para su negocio pretendía ponerla a limpiar su casa y a lavar su ropa por el mismo sueldo, si no que también tenía que soportar las malas caras y comentarios de sus compañeras de trabajo, no la aceptaban por el simple hecho de ser "venezolana".

Limpiaba el piso del local ( que por cierto era bastante grande) con un pañito de cocina que medía 15cm por 15cm. "Así queda más limpio", le decía su jefa. Esas manos que una vez usaron un anillo de graduación hoy limpiaban el piso de un almacén con un pañito de cocina muy pequeño, demorándose más de 6 horas limpiando cerámica por cerámica.

Llegaba a su casa agotada, pero con una sonrisa, escuchando los cuentos de sus amigos, quienes no escapaban de lo mismo; “A mí me mandaron a limpiar todo el restaurante, te cuento que no vendí ni un jugo en los semáforos hoy, no encontré trabajo porque no aceptan a venezolanos, no me pagan mi día libre, me van a pagar la mitad del sueldo por trabajar horario completo pero tengo que aceptar, hay que mandar plata a Venezuela…”


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Todas esas frases escuchaba diariamente, despertaba al día siguiente aborreciendo la maldad de las personas. Como trabajaba en un tienda de ropa interior la hacían desnudarse después de cada jornada de trabajo delante de su jefa y su hijo para probarle que no se estaba robando nada…

Entre insultos y maltratos sobrevivían el día a día y digo “sobrevivían” porque Isabella es la historia de muchos venezolanos en el exterior, no solo en ecuador, también en Perú, Chile, en toda América Latina. Hoy día los nacionales del país donde nació el hombre que les regaló la libertad estorban en cualquier parte.


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Isa tenía los ojos verdes, medía más de 1.70cm, de piel blanca y vestimenta ligera. Le hacían la vida imposible por ser alta (alta para la sociedad en la que vivía), se burlaban, "jirafa de cuello alto" le dijeron varias veces, fea, insípida, lombriz, fantasma y pare de contar. Ella nunca más se atrevió a usar falda ni vestido; en la calle le decían desvergonzada porque si usas una mini falda o descote ya eres prostituta. Con el tiempo lo entendió y se adaptó, inclusive, la obligaron a usar lentes de contacto porque le decían que su color de ojos no le gustaba a las clientes y no encajaba con su rostro.

Una vez me contó que un chico en su trabajo le preguntó cuál era el precio por acostarse con ella, el amigo que lo acompañaba le decía: “dale cualquier cosa, los venezolanos se están muriendo de hambre." Sin responder se volteó para irse y olvidar la ofensa, ellos la sujetaron y tiraron un billete de 100 dólares americanos al piso. Con los ojos aguados solo escuchaba una voz que le decía “recoge tu propina, recógela del piso”.

Como era un poco impulsiva, se agachó para recoger el billete, solo escuchaba las risas y cuando se levantó lo rompió. “No quiero tu miserable dinero” le gritó mientras hacía pedazos el papel moneda. Por dentro sintió un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo y exhaló: “no llores Isabella, aguanta” se decía apretando la mandíbula para no llorar. Los chicos dijeron que el billete se les cayó y que ella quiso robarlo.


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¿Saben a quién le creyeron verdad?

En un país donde hay tanta ignorancia y xenofobia es más fácil creerle a sus nacionales. Solo una señora que estaba presente viendo lo que pasaba la defendió. Fue cuando Isabella se dio cuenta que no puede generalizar, no todos los ecuatorianos son malos ni todos los venezolanos son buenos.

Queda de ustedes dejar el nombre de su país en alto. Entender que estamos en una crisis mundial, donde la política y la mala gestión de los gobiernos están acabando con la tranquilidad de los pueblos. Que el odio no sea la bandera que gobierne a la américa latina que se ha caracterizado por ser libre. Que la educación y el respeto siempre sean nuestro norte, porque somos humanos, en el alma no tenemos nacionalidad, que nos gobierne la paz para ser mejores personas cada día.


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Me despido con esta historia alzando la voz de los que ya no tienen, de los que les da miedo hablar, de los que no denuncian porque se sienten desprotegidos. Maneras de protestar hay muchas, esta es la mía. Hagamos viral estas historias y testimonios para que el mundo se de cuenta que "los buenos somos más."
Recuerden que cuando se escribe con amor todo es más bonito.
Yoha Martínez
Instagram: @Martinezyoha27

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Así como ésta, hay muchos venzolanos con historias que contar. Saludos.

Me duele el alma, asi mismo es.

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Es lamentable que una nación que recibió con los brazos abiertos a migrantes de todos los rincones del mundo que huían de la guerra, escasez y regímenes autoritarios, hoy en día sea víctima de un nido de malandros que quieren imponernos una ideología retrógrada y fracasada.

Saludos por compartir esta historia, similar a la de miles de compatriotas que hoy deambulan por el mundo...

Dios mío... lloré desde el principio hasta el final. ¿Cómo puede existir tanta maldad y xenofobia en el mundo? Y racismo, además... porque el simple hecho de que le hicieran usar lentes de contacto y que tuviera que ocultar su apariencia, dice mucho. Y ese es el karma de los que no tenemos pinta de "latinos", ¡que nos tratan peor! El prejuicio racial que siempre ha existido con respecto a eso en latinoamérica en general no ha cambiado aún :/. No sabes la ira que sentí con lo que mencionaste del billete de 100$ y que la trataran de prostituta. Por supuesto que hay personas que se salen del molde y no son malas, porque nunca hay que generalizar, pero en Ecuador el tema con nosotros está demasiado fuerte. Yo le diría a esta persona que emigre a otra parte en lo que pueda :(. Es una lástima que esto suceda porque al final todos somos iguales, vivimos en el mismo planeta, como latinos deberíamos apoyarnos más. Te mando un saludo y gracias por el testimonio.

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