Mi padre y un hermano fueron emprendedores, de aquellos del siglo XX: crearon una pequeña fábrica de lámparas en la cual emplearon a unas dos o tres personas que a fin de mes podían pagarse sus facturas con los beneficios obtenidos.
Hace algunos días recibí un correo de la plataforma EyeEm, en la que participo con cierta regularidad:
Al leerlo caí en la cuenta del error que había cometido.
Ceder tu privacidad a cambio de dinero lo veo normal en estos días. Si ya lo hacemos a cambio de nada “conectar” con otros seres humanos, ¿por qué no recibir también algo de dinero por ello?
Así, decidí publicar un foto de mi recién nacida hija en la plataforma EyeEm, una que particularmente me encantaba.
EyeEm está centrada en entusiastas de la fotografía (como yo) y promete vender tus creaciones a empresas o particulares que las usan para campañas publicitarias y otros oscuros menesteres. Me pregunto quién se dedica a buscar fotos de este tipo en internet y pagar por ellas, e inmediatamente pienso en curas pagando 8$ del cepillo de la misa para masturbarse con la foto de mi bebé en alta resolución; acto seguido me nacen unas ganas infinitas de cortarles su santo pene en pequeños trozos y ofrecérselos en lugar de hostias durante la comunión, a ellos y a su santo padre. Eso sí que sería comulgar el cuerpo del padre.
De esos ocho miserables dólares que alguien pagó por la fotografía, Getty Images (quienes revenden las fotografías de EyeEm) se queda con la mitad. De la otra mitad (4$) EyeEm se queda también con la mitad (2$). En resumen, como creador del contenido vendido, tú obtienes 1/4 del valor total de la operación, es decir: ¡una mierda!
Se aplaude mucho a estos emprendedores basura del siglo XXI que “dinamizan”, “movilizan” los mercados y deciden la manera en que se hacen las cosas. No me considero un gran artista, pero si las tendencias del futuro son pagar céntimos de dólar a los creadores de contenidos, malditos sean estos nuevos emprendedores que generan oportunidades de negocio multimillonarias para ellos, pero contratos laborales precarios para los trabajadores, dignos de un libro de la historia de la Nueva Orleáns de principios del siglo XX.
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