Walking through this retreat village in the middle of the city generated in me a mixture of intense and contrasting feelings. At first glance, it seemed like a small world hidden among the urban noise, a place where time seemed to have stopped and where routines take on a more leisurely and reflective rhythm.
As I entered its narrow streets, some dirt and some concrete, I felt as if I were crossing a threshold into a parallel world. The dirt streets had a rustic, natural charm, with a sense of authenticity and connection to the land that is rarely found in the city. In contrast, the paved streets offered a sense of modernity and order, yet still retained an air of simplicity and closeness.
The houses in this neighborhood were true works of art, each with its own unique structure and full of character. Many of them were colorful, with facades painted in vibrant hues that brightened the eye and brought life to every corner. The colors seemed to tell stories of the inhabitants, reflecting their creativity and community spirit.
Throughout my walk, I couldn't help but notice the wires that crisscrossed the streets, often within arm's reach. These wires, though messy and chaotic, seemed to be part of the fabric of the neighborhood, connecting homes and lives in an almost symbolic way. It was as if each wire represented an invisible connection between people, a reminder of the interdependence and community that defines this place.
One of the most striking things were the spiral staircases that came out of a house and ended directly on the street. These stairs added a touch of whimsy and functionality, an ingenious solution to space limitations and a reflection of how resilient we Argentines are. Seeing these stairs made me think about how people find creative ways to live and thrive, even in the most unexpected environments.
The contrast between life inside the neighborhood and outside of it was stark. Outside the neighborhood, the city moved at a frenetic pace, with cars, noise, and people always in a hurry. Inside the neighborhood, time seemed to go at 50 frames per minute, allowing moments of tranquility and reflection as at times everything could explode and something aggressive and unexpected could happen. Here, interactions were more personal and genuine, with neighbors knowing and greeting each other, creating a sense of belonging and community.
The retirement village, with its colorful streets and vibrant community life, left me with a sense of hope and wonder. It reminded me that even in the midst of the largest and most chaotic city, it is possible to find places of peace and human connection. This neighborhood was a testament to the resilience and creativity of people, and an inspiration to seek out and cherish those little oases of tranquility in our own lives.
At the end of my walk, I felt grateful to have had the opportunity to experience this special place. The retreat village not only showed me a different side of the city, but also taught me to appreciate the little things and human connections that truly make a place home.
SPANISH VERSION (click here!)
Caminar por esta villa de retiro en medio de la ciudad me generó una mezcla de sentimientos intensos y contrastantes. A primera vista, parecía un pequeño mundo escondido entre el ruido urbano, un lugar donde el tiempo parecía haberse detenido y donde las rutinas toman un ritmo más pausado y reflexivo.
Al entrar en sus calles angostas, algunas de tierra y otras de cemento, me sentí como si estuviera cruzando un umbral hacia un mundo paralelo. Las calles de tierra tenían un encanto rústico y natural, con una sensación de autenticidad y conexión con la tierra que rara vez se encuentra en la ciudad. En contraste, las calles pavimentadas ofrecían una sensación de modernidad y orden, aunque aún conservaban un aire de simplicidad y cercanía.
Las casas en este barrio eran verdaderas obras de arte, cada una con su estructura única y llena de carácter. Muchas de ellas eran coloridas, con fachadas pintadas en tonos vibrantes que alegraban la vista y daban vida a cada rincón. Los colores parecían contar historias de los habitantes, reflejando su creatividad y espíritu comunitario.
A lo largo de mi paseo, no pude evitar notar los cables que cruzaban las calles, a menudo al alcance de la mano. Estos cables, aunque desordenados y caóticos, parecían formar parte del tejido del barrio, conectando hogares y vidas de una manera casi simbólica. Era como si cada cable representara una conexión invisible entre las personas, un recordatorio de la interdependencia y la comunidad que define este lugar.
Una de las cosas que más sorprendio fueron las escaleras de caracol que salían de una casa y terminaba directamente en la calle. Estaa escaleras añadían un toque de fantasía y funcionalidad, una solución ingeniosa a las limitaciones de espacio y un reflejo de lo que los argentinos somos resilientes. Ver estas escaleras me hizo pensar en cómo las personas encuentran formas creativas de vivir y prosperar, incluso en los entornos más inesperados.
El contraste entre la vida dentro del barrio y fuera de él era evidente. Fuera del barrio, la ciudad se movía a un ritmo frenético, con coches, ruidos y personas siempre apuradas. Dentro del barrio, el tiempo parecía ir en 50 cuadros por minuto, permitiendo momentos de tranquilidad y reflexión como por momentos todo podia explotar y pasar algo agresivo e inesperado. Aquí, las interacciones eran más personales y genuinas, con vecinos que se conocían y se saludaban, creando un sentido de pertenencia y comunidad.
La villa de retiro, con sus calles coloridas y su vida comunitaria vibrante, me dejó una sensación de esperanza y admiración. Me recordó que, incluso en medio de la ciudad más grande y caótica, es posible encontrar lugares de paz y conexión humana. Este barrio era un testimonio de la resiliencia y creatividad de las personas, y una inspiración para buscar y valorar esos pequeños oasis de tranquilidad en nuestra propia vida.
Al final de mi paseo, me sentí agradecido por haber tenido la oportunidad de experimentar este lugar tan especial. La villa de retiro no solo me mostró un lado diferente de la ciudad, sino que también me enseñó a apreciar las pequeñas cosas y las conexiones humanas que realmente hacen que un lugar sea hogar.