El cielo era un pájaro muy grande, tan grande que no que cabía ante sus ojos, sus plumas eran pinceles mágicos de acuarela, dibujò entonces un mundo de colores frente a su ventana, nubes de algodón de azúcar para que se lo comiera con el lente de sus ojos, y ella, conmovida, llorò de ternura, y nos mandó en un pañuelo, el canto de su atardecer.
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