El comienzo
La infancia de Aquiles
Recuerdo las veces que subí a la montaña cuando niño solía escaparme. Las veces que corrí por los caminos cubierto de pasto y cactus. Solo tengo algunos fragmentos de mi infancia. La mayoría de las imágenes provienen de Coro, Estado Falcón, un lugar lejano cuyo nombre no recuerdo. Era una casa grande lejos de la ciudad. Detrás había una montaña, y entre casa y casa había un largo camino por recorrer. Teníamos una alberca y papá construyó un corral en el patio y crio gallinas. Luego construyó jaulas y crio conejos. Recuerdo el olor de sus excrementos, una torre de bolitas marrones que se acumulaban debajo de las jaulas, y el olor a gallinas, a tierra mojada. Recuerdo también cuando papá me llevaba al monte. ꟷ¡Quédate quieto! ꟷdecíaꟷ¡Escucha! Entonces nos quedábamos quieto y era increíble porque incluso Rocky el perro se había quedado inerte. Me enseñó a descifrar el sonido. Papá sabía si era una serpiente, un conejo o un reptil lo que se movía. Y cuando lo identificaba gritaba. ꟷ¡Ataca Rocky!ꟷ Y seguido corríamos persiguiendo aquello que yo desconocía, hasta que lo pude notar en el hocico de Rocky. Era un conejo silvestre. Papá conocía a cualquier animal que pudiera moverse sobre la tierra. Me enseñó a usar la cerbatana, el arco, me enseñó hacer trampas, a cazar y a defenderme.
Cómo no recordar aquella mañana cuando escapé. Me aprendí el camino cuando los vecinos llegaron con machetes en busca de mi padre. A Carlitos no lo llevaron porque según era peligroso. Pero papá me llevó a toda cuesta. En el camino encontramos cuevas de zorros, serpientes, conejos, pieles mudadas… Recuerdo todo. Evoco cada momento, cada olor, cada sensación. La mujer de ojos grandes estaba dormida en aquel momento. Me llevé la cerbatana, la navaja y el arco. Fue emocionante y aterrador al mismo tiempo. Me detuve en medio del camino dudando, pero seguí avanzando, Crucé la cerca de alambre de púas y continué por el camino.
En el camino reconocí a los árboles, a las rocas, y me detuve en ocasiones para escuchar algún sonido que interrumpiera mi silencio. Seducido por la curiosidad indagué las cuevas de los zorros, algunos estaban cubiertos de sangre y plumas. Encontré piedras brillantes, plantas que jamás había visto. Me paré en las rocas más altas y miré por encima de los cactus. Las aves sobrevolaban los campos, Distinguí el movimiento del viento en la yerba y me traían todo tipo de olores. Continué el camino inmerso en una sensación de libertad y me creí animal en el centro del bosque. Comencé a adoptar una actitud poderosa en mi interior y creyéndome un héroe me armé la cerbatana para poner a prueba mis facultades. En las ramas de un alto cují un reptil verde como las hojas se movía. Preparé la cerbatana y apunté. Fallé el primero y preparando el segundo un ruido se interpuso. Me quedé intacto. Escuchando con atención percibí que el ruido provenía de los arbustos. Me acerqué lentamente, El sonido de ese movimiento me parecía conocido e intuí lo que era, mi corazón comenzó a acelerarse. Cogí una rama e inclinándome aparté las hojas del arbusto, distinguí una serpiente marrón; tenía apresada a un conejo. Retrocedí de inmediato y busqué una rama larga y resistente, La corté en forma de “Y”, aprisioné a la serpiente por el cuello y empujé con fuerza. El conejo se alejó unos metros, y con mi mano derecha agarré a la serpiente por el cuello y miré sus colmillos. La llevé a la cima de la gran roca y la solté al otro lado. Observé al conejo reposar sobre el camino. Me acerqué, miré la mordida en su cuello, Sus grandes ojos marrones lagrimeaban. Lo sobé con mi mano y sintió mi cariño. Cubrí su herida con hojas grandes y lo llevé conmigo.
Supe que había llegado cuando vi el árbol que los vecinos y papá cortaron e hicieron asientos con los troncos Observé cómo la tarde se fundía en las lejanas cordilleras, miré las fulgurantes luces del pueblo y de los postes de alumbrado. Sentí subir desde las vísceras una sensación de triunfo. Una plenitud que jamás había sentido en mi vida. Me senté en el borde del tronco y noté que el conejo había dejado de respirar. Lo sobé nuevamente y él no sintió mi cariño. Lo abrigué entre hojas, lo arrimé cerca del tronco, y lo acompañé en silencio por un rato.
excelente