


Visitar a mi querida mayor es un regalo, tanto para ella como para mí. Imagino la alegría en sus ojos al verme, al saber que estoy aquí, dedicándole mi tiempo y mi cariño. Estas horas se convierten en recuerdos invaluables, en historias que me cuenta con la mirada, en la calidez de un abrazo y la tranquilidad de una conversación.
Quizás nos sentemos a recordar anécdotas del pasado, esos relatos llenos de sabiduría y nostalgia que solo ella puede contar. O tal vez simplemente compartamos el silencio, disfrutando de nuestra presencia mutua, que a veces dice más que mil palabras.
Estos momentos fortalecen los lazos que nos unen, nutren mi alma y me reafirman que la verdadera riqueza no se mide en cosas materiales, sino en el amor y el apoyo que nos damos. Estar con mi familia, especialmente con quienes han recorrido un largo camino, es una fuente de paz, de aprendizaje y de un amor incondicional que realmente alarga mi espíritu y mi vida.
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