Mi amiga Sara


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Yo conocí, ya terminando el bachillerato, a una mujer especialmente bella, que precisamente por eso, llegó a ser reina de belleza.
Se sentaba a la par mía, todos los días cuando juntos estudiábamos filosofía;una materia para mí especialmente importante, particularmente porque en la acepción del profesor que la impartía no era un curso de historia de la filosofía sino que más bien una oportunidad para filosofar,es decir para hacer lo que yo, casi de manera involuntaria he hecho toda mi vida: no parar de asombrarme, preguntarme todo el tiempo, tal como cualquier niño, sobre todo lo que existe en mi entorno. Demás está decir, por eso, que fui un alumno destacado entonces; pero también después, cuando estudié esa misma materia en la universidad.
Para Sara, la chica bella, era esa materia, por el contrario, sólo un requisito que tenía que pasar a como se pudiera; y quizás por esa razón se hizo mi amiga, y un poco más quisiera decir; pero sería faltar a la búsqueda de la verdad a la que la filosofía me obliga.
Estuvimos muchas veces sin embargo, deseablemente cerca; casi en condiciones de intimidad, frecuentemente en mi humilde apartamento; pero también en la lujosa casa de sus adinerados padres.
En una de esas ocasiones, que provocaron, poco a poco nuestro alejamiento, me comentó Sara, que ella no entendía por qué una india cachetona, como Rigoberta Menchú, había recibido el Premio Nobel de la Paz.
Eso dijo Sara, que debido a su condición de clase, no entendía cómo le nació a Rigoberta su conciencia y mucho menos como la vida de esta indigena, acostumbrada a vivir con lo mínimo necesario, por lo menos hasta antes de recibir el Nobel, cuestionaba su propia vida de lujos y despilfarros.
Vi a Sara recientemente en una revista, y esa mujer de la que en mi juventud estuve secretamente enamorado, me dio entonces, quizás por la sabiduría que proporcionan los años, una gran lástima.