Desde nuestra casa y en el preescolar nos inician con los valores y las normas. Año tras año a medida que vamos creciendo, vamos poniendo en práctica esos valores que nos permiten ser mejores ciudadanos.
En la escuela, siempre nos están recordando esos valores y el docente nos señala que en casa deben reforzarlos nuestros padres.
Nos muestran la importancia que ello implica, que debemos formarnos un carácter capaz de dominar la comodidad y los impulsos propios de nuestra forma de ser para hacer la vida más amable a los demás.
También está el valor, ese que nos recuerda la importancia de vivir y comportarnos dignamente en todo lugar.
Por otra parte, se encuentra la objetividad que es el valor de ver el mundo como es, y no como queremos que sea.
El vivir el valor de la pulcritud nos abre las puertas, nos permite ser más ordenados y brindar en quienes nos rodean una sensación de bienestar, pero, sobre todo, de buen ejemplo.
Con todo esto en nuestra cabeza, llega un momento en nuestra vida, en la cual nos sentimos confundidos entre que hagas esto y no lo hagas o digas esto y no lo digas. Como es el caso de que cuando nos pica la cabeza en público no debemos rascarnos, para evitar que las personas crean que tenemos piojo. Y no debería ser, me rasco la cabeza porque me pica, el motivo no lo sé, pero me pica y eso basta para rascarme. ¿Pero en que parte de los valores o las normas que debemos cumplir dice que no debemos rascarnos la cabeza en público?
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