Llevaba como dos horas pensando o tal vez durmiendo, no lo sé, las ideas cruzaban por mi mente tan rápido. Estaba tan feliz, pero claro, mi estómago tenía que recordarme que no habíamos almorzado. Solo faltaba una hora para llegar al centro de la ciudad. Una hora y media más tarde ya estaba en el comedor del hotel. Todo se veía delicioso, aunque la verdad era solo cosa de mi hambre, porque no pasaba de huevos revueltos, jamón en salsa de tomate, cuadritos de queso con ejotes y algo de fruta. Me acerqué al bar para pedir una copa, pero me advirtieron que aún estaba cerrado. Entonces me fui directamente al buffet. Póngale un poco más, le dije a la cocinera, fue cuando vi de nuevo a César. Tú qué vas a querer amigo, le pregunté sin que me contestara. Como al cabo de un momento no dijo ni una palabra decidí pedir un poco de todo para él.
Ya en la mesa, una mesera me veía, no sé si con picardía, pero parecía como si quisiera seducirme.
-Le sirvo algo más de tomar caballero? me preguntó mientras yo apenas la volteaba a ver de reojo.-
-Sí por favor, tráigame dos cafés y dos vasos altos de jugo de naranja.-
-Interesante, susurró mientras se retiraba.-
-Como te iba diciendo amigo, las cosas en la empresa están poniendo algo difíciles. Será porque pronto llegará la Navidad o porque la economía no anda muy bien que digamos, quien sabe, lo cierto es que cada vez hay menos trabajo. Tengo miedo de que nos despidan cuando más lo necesitamos- le dije a César mientras almorzábamos.
-Ya ves que la última vez batallamos mucho para encontrar trabajo. Yo creo que ya va siendo hora de sacar los viejos libros de jardinería, no vaya a ser que no haya de otra que andar haciendo trabajitos aquí y allá. A nuestra edad ya es muy difícil encontrar trabajo. La discriminación es increíble y yo con tantas ideas que no puedo realizar-
En un momento pareció como si le bajaran un poco la intensidad de la luz, un viejo foco parpadeaba al final del pasillo. Qué extraño, ese pasillo pintado de verde con la pintura cayéndose a escamas, me recordaba mucho el de mi casa. Como sea, hablar con César es como hablar con Dios, tampoco nunca me contesta.
Todavía con algo de hambre fui a pedir algo de melón y papaya con yogurt y un poco de granola. Dos platos, por supuesto, por si a César se le antojaba.
La mesera me seguía viendo a lo lejos sonriendo como si buscara enamorarme. Juraría que en algún momento me llamó Amor.
Qué viejo tan atractivo he de ser aún, que a mi edad las chicas me siguen viendo de esa forma.
-Le puedo ofrecer algo más- insistió de nuevo la mesera.
-Tráiganme un café negro, sin azúcar por favor- le dije devolviéndole la sonrisa.
Ella se retiró moviendo las caderas, y volteando varias veces mientras iba por mi café.
-Qué excelente servicio- pensé, mientras ponía en mi mesa la taza de café.
-Cómo te llamas preciosa- le pregunté algo emocionado.
-Ana María- contestó sin quitarme los ojos encima.
-No sé cómo pagarle su amabilidad- le dije ya algo nervioso.
-Que amable-
-No, en serio no se como pagarle. No traigo nada de dinero-
-No te apures amor. Va por cuenta de la casa. Ya trabajaste mucho, tal vez quieras descansar un poco en la sala- me dijo mientras me ayudaba a levantarme...
Historia corta y dibujo