El incidente con el niño torero.

in HiveVenezuela3 years ago

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El País

Con las malas experiencias que nos sucedieron, especialmente las que se generaron en la infancia sólo nos queda dos opciones: aprender de ellas o mantener el resentimiento y verlo crecer como un monstruo dentro de nuestras cabezas. En mi caso un simple hecho me demostró que hay veces en donde la injusticia impera y por mucho que la verdad esté de tu lado el veredicto general de la sociedad es el que se impone, supongo que esto es lo que llaman "estereotipar" a alguien (o ganarse una reputación).

En mi caso mi reputación como el "mala conducta" del colegio me la gané apenas en la primera semana de clases, justamente en el parque del kinder, donde disfrutaba de jugar con los demás niños en los oxidados aparatos mecánicos que disponía el lugar. Uno de esos aparatos de metal que más me fascinaban era sin dudas el tobogán, lo veía tan alto e imponente como un edificio de 50 pisos y tan divertido como un paseo en un cohete.

La mayoría de los niños preferíamos deslizarnos en el tobogán, en gran medida porque la mayor parte de los aparatos o no servían o estaban ocupados (en los columpios por ejemplo, el primero que se sentaba en ellos duraba allí todo el recreo). Pero de todos los niños sólo uno se divertía en el tobogan pero de una forma peculiar, le gustaba tomar su chaqueta, pararse en la parte final de la resbaladilla y simular que era un gran torero haciendo pases de capota con todos los infantes que llegaban hasta el punto culminante de la plataforma de acero.

Los "OOOOOOLLLLLEEEE.....OOOOOOLLLLLEEEEE" salían de su boca en la medida que los niños aterrizaban de su breve viaje espacial, cuando tocó mi turno la chaqueta del '"mini matador" se engancha en la punta del tobogán por lo que fue inevitable que la atravasara como una bola de cañón a la cubierta de un barco pirata. El silencio se hizo en todo el parque, únicamente interrumpido por el llanto del torero improvisado que supongo yo entendió que su carrera en la tauromaquia humana había llegado a su fin.

Ante el evidente accidente solo me quedó decirle que esa rotura seguramente se puede coser, que esté tranquilo, sigamos jugando. Por el llanto desconsolado del "Paquirri" frustrado las maestras y la directora del plantel se le acercaron para saber lo que sucedía, a lo que el pequeño llorón solo atinó a extender su dedo índice, apuntarlo hacia mi y emitir la lapidaria acusación que el incidente de la "chaqueta-capota" no fue un accidente sino un vil ataque de mi parte hacia su apreciada prenda.

Es una realidad absoluta: quien llora primero siempre gana, y ante un niño que sufre y otro al que la situación le parece indiferente (mi caso) los adultos, especialmente las mujeres sienten más afinidad hacia el primero. Mi alegato de accidente no tuvo efecto, en seguida me apartaron del resto de los niños, esperaron el arribo de mi madre para explicarle que debe pagar una chaqueta nueva a un estudiante porque su hijo atacó injustificadamente a un compañero durante el recreo.

Esperaba una defensa a todo dar de mi madre hacia mi, su sangre, su único hijo, no sé, una negación rotunda a pagar esa chaqueta hasta que se haga un juicio realmente justo donde pueda demostrar mi inocencia, pero no, ella sólo se disculpó por mi conducta, aseguró a los maestros que yo recibiría un castigo adecuado a la vez que me recriminó mi conducta.

Ante la sorpresa por la reacción de mi madre ese día me dije: está bien, como no tengo el don del llanto fácil haré mis travesuras sin pensar en las consecuencias, igual si me salen mal seré castigado porque nadie me defenderá, así que a portarse mal se ha dicho. No es que me convertí en un vándalo, pero hice cosas, algunas divertidas y otras por experimento que le hicieron pensar a mi hermana menor que yo era el niño de La Profecía por lo que buscaba el triple 6 en mi sien para comprobarlo.

Yo no me consideraba un niño malvado pero como pasaba tanto tiempo castigado en casa como en la escuela me fui ganando una reputación de "niño malo" en la escuela, con un expediente tan grueso como una enciclopedia. Por mucho tiempo asumí mi rol con agrado, era muy popular entre el alumnado pero ya me estaba cansando ser el único castigado en todos los eventos, sean mios o de otros, ya me daba cuenta que portarse bien, es decir, seguir los patrones de conducta que rigen la sociedad era una opción que debía considerar si quería ser libre.

Supongo que eso que llaman madurez fue lo que hizo que siguiera el rumbo del "bien", ya no me metía en problemas, me limitaba a hacer menos travesuras y a ganarme la confianza de los adultos, aunque no es nada fácil voltear una reputación ganada a pulso desde aquel incidente con la chaqueta del niño torero. El tiempo pasó, el pequeño matador cambió de escuela al siguiente año, no sé a donde fue a regar sus lágrimas y acusaciones aunque espero que supere su gusto por las corridas de toros y acusaciones histriónicas.

Cuando le conté esta historia a mi esposa ella me preguntó: ¿Serías capaz de perdonar a ese niño si lo vieras hoy?, le respondí que ese sería el perdón menos sincero de la historia humana, no por guardar algún rencor por ese ser que desde el incidente siempre me pareció indiferente, para mi lo realmente doloroso fue que mi madre no creyera en mi y otorgase la razón a gente extraña. Con el tiempo aprendí que la labor de nuestros padres es titánica, toman decisiones que pueden cambiar nuestras vidas y esa es una responsabilidad tremendamente dura, al entender eso quien en realidad solicitó perdón fui yo pero a mi madre, que con el tiempo también aprendió a conocer mejor a su hijo.

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