El frío de la mañana se colaba por la ventana, pero Elena no lo sentía. Estaba en la cocina, con su fiel taza de Boca Juniors, un regalo de su abuelo fanático. La taza, con su escudo inconfundible y los colores azul y oro, era más que un recipiente: era un talismán.

Había puesto a calentar el agua y ahora el saquito de té, un simple "Green Hills", flotaba perezosamente en el líquido ámbar, dejando escapar un aroma suave y reconfortante. El hilo colgaba sobre el borde, listo para ser retirado.
Esa mañana, Elena tenía un examen importante, de esos que te hacen sudar frío. Pero al tomar la taza entre sus manos, sintió el calor familiar. Recordó al abuelo cuando arengaba frente al televisor, sus historias de viejas glorias. Era una inyección de energía, un recordatorio de que la pasión y la perseverancia siempre ganan.
Dio un sorbo. El té estaba en su punto. El color vibrante de la taza contrastaba con el fondo azul de la pared y el blanco de la mesada, casi como si el escudo estuviera listo para defenderla en la batalla del día. "Vamos, Elena," se dijo, "si el Xeneize puede, yo también puedo."
Terminó su té, se puso de pie, y salió a enfrentar el día con la garra de un campeón.
Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.

