Todos lo hemos sentido alguna vez,
esa sensación de no querer voltear mas allá del hombro, de ver mas oscuras las esquinas.

Ese camino que siempre transitamos, esta noche se siente diferente, la soledad de las calles y el frío nocturno te hiela la sangre y el primer pensamiento en llegar a tu mente es ¡CORRE, ESTAS CORRIENDO PELIGRO!

Tratas de calmarte, te dices que esto que sientes solo esta en tu mente...

Pero la quietud de las nubes en el cielo, la brisa que parece esta noche no querer mecer las hojas de los arboles, el leve canto de algún animal nocturno a la distancia, hacen pensar que estar en alarma es prudente...

En este silencioso camino, ves hacia cada dirección y agudizas tus oídos para detectar a tiempo el mas leve crujido de pasos marcando el asfalto. La presión que salta a tu pecho te acelera el corazón, y la única figura amigable que reconoces es tu propia sombra, que también te abandona al adentrarte en la oscuridad.

El brillo de las farolas te abandona y las casa que por el día son tan animadas, esta noche no pueden ofrecerte consuelo.

El habitual camino de 10 minutos esta noche te parece eterno y tratando de apurar el paso y apreciar a la luna agradecido por ser tu única compañera esta noche, de pronto, escuchas algunas pisadas... Cinco sentidos alerta esperando este momento y reaccionando a toda marcha.
Preparado para lo peor , lo ves, a lo lejos un perro acercarse.

Respira...

El brillo de las farolas vuelve a acompañarte , y ves a tu sombra aparecer como de forma nerviosa, el aire denso que atravesaba la noche parece disiparse y tu pulso cardíaco se empieza a restablecer.

Rapido, manos al bolsillo, llaves, cruzar el sendero que te divide de casa, llaves en la cerradura, giras, respiras, abres la puerta.

Otra noche a salvo, lograste sobrevivir...

¿Crees mañana poderlo lograr?