Recién he llegado de mi último viaje que ha cambiado no solo mi forma de pensar sino a mi misma también. No era la primera vez en viajar a un país distinto, pero sí era la primera vez que vivía 3 meses en un país extranjero. Estos meses los pasé en Estados Unidos donde fui con un programa para trabajar.
Me fui de Lituania en junio con muchas expectativas y con los ojos llenos de la vida y energía para ver y experimentar todo. Al llegar a EEUU empezé a sentirme sola, mis ojos estaban llenos de incertidumbre y miedo. Mis primeros días los pasé buscando algo que me haga sentir cómoda, que me haga sentir en la casa, pero no lo encontré... Seguía buscando en las polvorientes calles, en los chiquititos barrios, en el cielo azul con tantas estrellas brillantes y nada... con poco éxito. Me sentía sola y triste no porque no hubiera nadie cerca sino porque todo era distinto.
Mi ansiedad tardo exactamente nueve días hasta que vencí el miedo a lo diferente. Aquel momento era algo que no había sentido por mucho tiempo. Mi mente era libre, mi cuerpo no sentía ni un poquitín de tensión, la lengua no me molestaba y me sentía tan cómoda como si estuviera en casa. Poco a poco empezé a enamorarme de todo lo que estaba a mi alrededor. Los árboles eran tan gordos y altos que te hacían falta cinco personas para abrazarlo, las flores sin mucho olor o la comida con tanto azúcar que si querría, pudiera nadar. Aprendí a aceptar lo diferente sin buscar lo cómodo y así lo diferente se convirtió en lo cómodo.
Cada día disfrutando de la vida, platicando con la gente me daba ganas de quedarme allá. Claro, habían momentos cuando echaba a mi familia mucho, pero se pasaba en seguida. Me encantó cada secundo de aprender algo nuevo, correr rápido y pasear lento, intentar a conseguir el ultimo billete al concierto de mi cantante favorito y comer tamales en un chiquitín restaurante rodeado de las rutas, escuchar a los pájaros por las mañanas y cantar en español bailando salsa, nadar en el océano y manejar los coches grandes...
Lamentablemente, el día de mi vuelta llegó sin querer. Me sentía feliz por ver a mi familia pero al mismo tiempo tenía dentro esta sensación rara, una mezcla de la tristeza y felicidad...
Cuando di mis primeros pasos sobre la tierra lituana, sentí que todo era diferente, que no soy la misma persona que era 3 meses atrás con tantas experiencias que me habían tocado vivir. Los primeros días con mi familia lo pasamos muy bien. Pero en una semana empezé a desear irme, extrañaba ser libre. Quiería tomar el primer avión volando a cualquier lado y otra vez vencer el choque cultural recibiendo aquella sensación de la libertad.
Me imagino que hay mucha gente viajera que siente lo mismo. Cuando uno empieza a viajar no se puede parar, es como una droga que te hace quererlo tanto. La casa para uno ya no es solamente un país concreto, el barrio, la calle o el edificio. La casa es el mundo. Y con tantas casas que allá hay, solamente podemos (queremos) estar en cada una poco tiempo porque el deseo de irnos no nos deja parar.
Gracias por darme las ganas @gargon
Como dicen: Viajar es una de esas cosas en las que puedes gastar dinero , y que añade a tu riqueza :)
Es una inversion grande a ti mismo.
Me gusta! Nice story. Reminds me of this quote: "Sometimes you have to travel and then come back and find yourself at home." Good luck and keep us posted. Best regards from Canary Islands, Marly
Muchas gracias :) Es un placer compartirse mis historias con todos ustedes :) Un saludo
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