En las democracias occidentales -escribo desde el entorno europeo- cada partido político suele defender causas sociales por estrategia electoral que conviene hacer suyas para diferenciarse del adversario frente a sus votantes. Defender derechos siempre es exigible y conviene no dar ni un paso atrás en esa misión, aunque ello debiera ser asunto de estado en sociedades modernas y no trasunto partidista.
Mirando los periódicos esta semana, abusos, asesinatos, fanatismos sangrientos, etc me han vuelto a asaltar como a cualquier ciudadano que no está dispuesto a acostumbrarse al dolor de personas inocentes en cualquier parte del mundo. Personas que, mientras aquí se defiende a las de aquí y a veces como elemento de confrontación política, no tienen allí a nadie que las defiendan. Les voy a contar una historia…
Hace años, cuando vivía yo en Madrid y viajaba por esos mundos de Dios cubriendo para la revista Cinemanía festivales de cine latino. Durante el mandato de Vicente Fox, aquel presidente con bigote y botas vaqueras, físicamente parecido a Bigote Arrocet, pero más espigado y en formato empresario, estuve en la Muestra de Cine de Guadalajara, en México. Corría el año 2005 y el comentario internacional al respecto era que en México gobernaba por primera vez un partido distinto del PRI tras más de 70 años sin alternancia política. En Guadalajara, sin embargo -ciudad que parece tan española como Sevilla o Jaén, pero en la región, Ay, de Jalisco, no te rajes-, no se rajaba demasiado del PRI ni del PAM. Cuando me bajé del avión, aún impactado tras hacer transbordo en México Distrito Federal, desde un operario de la cinta del equipaje hasta un taxista me preguntaron si llevaba revistas españolas, libros, discos de Sabina, Serrat y, sobre todo, de Rocío Dúrcal…
La sensación de llegar al DF por primera vez no se olvida nunca. Todo en México, desde Chiapas a Monterrey o Sonora, pasa por allí. Empiezas a sobrevolar riscos y llanos llenos de casas y más casas que parecen no acabar nunca, cinturones que rodean a la capital, hasta llegar al desmesurado aeropuerto. Todo ello forma parte del mágico realismo de América, de su arrobadora magia blanca y también de la más negra y dolorida, en fin… Ya en Guadalajara, al llegar al hotel Camino Real, una especie de rancho de lujo donde desayunaba fajitas con salsa de chocolate y tamales con fruta, una experiencia desbordante, vi a hombres de traje y gafas negras con un cablecito en la oreja caminando por los tejados de la hacienda. Yo ya había visto personajes parecidos en Matrix y en Men in black, aunque sabía que tras las armas que llevaban aquellos hombres de negro estaba oculto el cartel que ponía: Cuidado con el cártel. La respetabilidad de excelsos patrocinadores culturales se fundía con el diabólico origen del dinero que, quizá, pagaba parte de mi estancia. Hacía sólo días que un obispo se había visto herido en medio de una balacera al bajarse de un avión creo que en Chiuahua. Ya se conocían los horrendos feminicidios en Ciudad Juárez. Y el increíble Roberto Bolaño había publicado el año anterior 2666, su novela tan desmedida y maravillosamente terrible como su país, que yo había leído. No sólo de Cantinflas, aún por estudiar en profundidad, y de Marlon Brando maquillado como Zapata bajo la batuta de Elia Kazan en 1952, se alimentaba mi imaginario de españolito europeizado que miraba los tejados de un sueño poblado por amenazadores vigilantes armados y vestidos de negro. Pero, bueno, eso era nada que el tequila y el embriagador carácter de los mejicanos no pudiera vacunar…
Jalisco, región del tequila
Al oído, cuando salíamos de uno de los cines donde ver las películas seleccionadas por la Muestra, un chofer me recordó que allí mismo, en Guadalajara, un lunes de hacía 12 años mataron a tiro limpio al arzobispo de la ciudad y cardenal mexicano, Juan Jesús Posadas Ocampo, junto a un conductor como él e hirieron a otras 20 personas en una balacera entre bandas. Mientras me contaba olía a palomitas y a chile y a banderillas de tequila y a lima para el ceviche y me sentía, no como si hubiera salido salido del cine, sino como si yo fuera parte de otra película que no sabía cómo podía terminar… Si narrara las anécdotas de los días y las noches en las que no debíamos salir -y salí todas-, esta columna sería un cuento. Terminó la Muestra de cine y mi estancia allí. Ya en el aeropuerto, enamorado perdidamente de México, sintiendo la inabarcable -todo desmesurado- tristeza de la despedida, crecido por las semanas de estancia, me puse a discutir con un policía que me insinuaba con sonrisa de cascabel -me refiero a la serpiente- que le pagara una “mordida” para dejarme embarcar con una botella de tequila que había comprado en el Dutty free, ya que si no “acordábamos” no me dejaría volar y la hora del vuelo se acercaba peligrosamente pero él se empeñaba en que debíamos platicar un ratico más sobre su oferta, que no debería rechazar…
Bandera mexicana
Si miran los periódicos de estos días que llevamos de junio verán que otro sacerdote, el actual obispo emérito de la región de Chiapas, fue doblemente herido de bala el día 5 de este mes. Cuando viajaba con su familia desde Toluca a Chiltepec (qué delicia de topónimos) se topó con otro ajuste entre narcos. Y esta misma semana han matado a un juez federal y a su mujer, así, a las bravas, en su casa, delante de sus hijas. El juez Uriel Villegas había pedido la extradición a EEUU del líder de un cártel de Jalisco -precisamente de Jalisco- que se hace llamar Nueva Generación. Macabra broma la del nombre del grupo narcocriminal. Porque no hay nada más viejo que la brutalidad asesina. México se enseñorea en su preciosa bandera tricolor. En ella un águila real devora posada sobre un nopal una serpiente venenosa. Allí creen que son el águila. Pero hace mucho que sucumbieron al riesgo de terminar siendo su propia serpiente. Ay! México lindo y… HERIDO
(c) Domi del Postigo / www.domidelpostigo.es)
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