Marcial Carrión es el medio hermano de mi madre, desde que tengo uso de razón siempre vi presente a mi tío en la vida de mi madre y de sus otros 6 hermanos (mis tíos). Mi tío Marcial era el tío borracho pero colaborador de la familia, solitario, independiente, ayudó a mi madre a la construcción de su casa, así como a cada uno de sus hermanos en distintos eventos de cada hogar. Lamentablemente su adicción por el alcohol lo llevó a las calles, mendigó, sufrió, pasó hambre, fue atropellado y así fue perdiendo el apoyo de su familia directa, y así fue olvidando uno a uno de sus hermanos y sobrinos todo lo que el Tío Marcial hizo por cada uno de ellos.
Pero no fue ese mi caso, para mí el amor hacia mi Tío Marcial sobrepasaba el alcohol, el mal olor, la vergüenza, cada vez que lo conseguía en cualquier calle, fuese pública o solitaria, estuviera yo sola o acompañada, recogía a mi viejo, lo llevaba a casa, lo bañaba, le ponía la ropa de mi papá, lo alimentaba y cuando estaba sobrio, venían mis largas charlas para que no siguiera destruyendo su vida. Recuerdo siempre a mi padre decir “tu tío no va a cambiar, más tardas en traerlo a casa que lo que dura en volver a las calles”. Si bien sabía que era cierto, igual cada vez fueron más seguidas las veces que se reían o burlaban de mí por cargar siempre con mi Tío Borracho y repetir una y otra vez la misma operación.
Un buen día teniendo yo un poco más de edad logré internarlo en un lugar para adictos en Valencia, allí paso dos años en los cuales la única cara que veía era la de su sobrina Florencia. Salió de allí sano, comenzó a trabajar en una iglesia y yo era la sobrina más feliz del mundo al saber que mi Tío se había recuperado. Me casé y allí estuvo, me visitaba cada cierto tiempo, era placentero verlo sano y sobrio. Luego se fue a nuestro pueblo San Antonio del Golfo, a donde una de sus hermanas, María Rosa Bastardo, allí los ayudaba con los mandados, con la limpieza y como tenía una pensión se pudo mantener. Después de cierto tiempo, en una pelea entre hermanos legítimos por la casa donde vivía mi Tía María Rosa, tuvieron que desalojar y quedó él de nuevo sin rumbo alguno.
Regresó a Caracas y buscó a otro de sus hermanos, Digno Bastardo, ya mi mamá había fallecido a consecuencia de un Cáncer, pero al saber que él estaría en "buenas manos" yo estaba tranquila. Recuerdo que una de mis primas se casó y celebraron en casa su matrimonio, allí estaba mi tío Marcial, sobrio desde hacía más de 8 años, pero en esa celebración su hermano Digno lo incitó a beber "sólo unos tragos". Esos tragos que lo llevaron de nuevo al mundo de donde tanto me costó sacarlo. Como era de esperarse lo echaron porque no soportaban su estado continuo de embriaguez, volvió a las calles, esta vez se perdió por un tiempo, hasta que un día saliendo del trabajo lo vi en una esquina, totalmente fuera de sí, con la mirada perdida, la gente pasaba y lo miraba como quien ve un animal en la calle, me senté a su lado, no sé cuánto tiempo lloré, le hablaba y no me reconocía, como pude lo alcé, intenté que caminara y no pudo, entonces llamé a mi esposo Antonio, a quien esperé por más de dos horas a que llegara por nosotros ya que se encontraba trabajando.
Nunca pensé que volverían los tiempos de bañarlo, darle de comer y ponerle ropa limpia, esta vez la ropa de mi esposo. Cuando al fin estuvo sobrio, lo único que hacía era pedirme perdón, una y otra vez, "perdóname sobrina querida, mi sobrina bella, mi Florencia de mi Vida". Hubiera dado cualquier cosa por mantenerlo en casa, pero apenas encontró la oportunidad se fue, recuerdo que mi esposo me sugirió que escribiera en un papel mi número celular y mi nombre y lo colocara en su cartera, y así lo hice. Por largos meses no supe nada de él, los fines de semana me iba con mi esposo a recorrer las calles, los hospitales, las plazas, a ver si lo encontraba, después de todo sabía que era yo la única familia que tenía.
Una noche recibí una llamada, era la voz de una señora que me decía que cerca de su casa se encontraba un señor mal herido y muy borracho y que había conseguido ese número en su cartera, inmediatamente me fui con mi esposo al lugar que me indicó la señora, nunca olvidaré esa imagen, mi Tío ensangrentado con una corbata y un sombrero plástico (de esos que usan en las horas locas), sin zapatos y sin fuerzas para levantarse, entre mi esposo y algunos señores lo subimos al carro y lo llevamos al hospital, al día siguiente lo dieron de alta, tenía puntos en la cara, el brazo y tres de sus dedos. Llamé a todos sus hermanos y todos parecieron ponerse de acuerdo para responder, "ya él no tiene remedio". Lo llevé de nuevo a casa, pasó sus días de reposo tranquilo, decía que quería trabajar, que no quería estar sin hacer nada. Fue entonces cuando se me ocurrió comprarle mercancías para que vendiera y se ayudara y así se sintiera que estaba haciendo algo, compré caramelos, galletas, tarjetas telefónicas y cigarros. Así mi tío Marcial se inició en su propio negocio, estaba muy feliz, llegaba a casa y me pedía que lo ayudara con sus cuentas y cada día salía feliz a comprar mercancía para vender, siempre llegaba a casa con pan, leche, dulces para mí y los niños.
Luego de algún tiempo conoció a una mujer, se hicieron muy amigos, luego novios, me encantaba ver a mi Tío feliz, enamorado a sus 69 años, tan enamorado que se fue a vivir con su amada María. María tenía una hija, “María Isabel”, los tres compartían una humilde casa en uno de los barrios de Petare. María Isabel le tomó mucho cariño a mi tío, compartían siempre salidas, reuniones y su religión. Pasados 5 años la amada María de mi Tío falleció a causa de un infarto fulminante. Esa noticia fue tan desgarradora para mí como para mi tío quien un mes después sufrió un ACV que lo mantuvo hospitalizado por 8 días. María Isabel no tenía consuelo y mucho menos ánimos de lidiar con una carga que no le correspondía. Allí estaba yo de nuevo, esta vez viuda porque a mi esposo me lo habían matado 8 meses atrás. En las afueras del Hospital Domingo Luciani, con mi Tío en una silla de ruedas, esta vez con medio cuerpo dormido, pero con la conciencia tan clara como para decir “mi sobrina querida, mi Florencia amada, tú eres lo único que tengo no me dejes solo”.
Entre tantas amistades de mi esposo llamé a uno de ellos para que me ayudaran a trasladarlo a mi casa en Baruta. Allí llegó Gustavo Adams, funcionario de la Policía de Sucre y compañero fiel de mi esposo, entre él y otro funcionario lo subieron a la patrulla y así lo llevaron a mi casa, mi tío no se valía por sí mismo, había que bañarlo, vestirlo, afeitarlo, darle de comer, usaba pañales. Yo debía trabajar, entre mi hija (ya de 17 años) y yo, nos turnábamos para cuidarlo, el veía imágenes a las que le tiraba, la comida, las almohadas y todo lo que tuviera cerca, mis noches eran interminables, pues pasaba todas la noche llamándome para que viera a un supuesto muerto que lo molestaba, me pedía agua cada media hora para mojar al muerto, se arrancaba los pañales, mi hija le colocaba medias en las manos como especie de guates para que no se rompiera los pañales. Contraté a una señora que vivía cerca de la casa para que lo cuidara, ella lo atendía muy bien, venía en la mañana le hacía desayuno, lo bañaba y lo acostaba. En las noches yo lo sentaba, le movía los brazos, la pierna, lo paraba como en una especie de ejercitación, eso le causaba mucho dolor.
Un día me animé a contarle lo que me estaba pasando a mi jefe de ese entonces quien me sugirió internarlo en Caricuao, un centro de atención para Adultos Mayores, él mismo hizo las diligencias para que me dieran el cupo y una semana después tenía su lugar en el centro, allí lo dotaban de todo, pañales, ropa, alimento, atención médica, actividades recreativas y demás. Dos años duró allí, le avisé a todos sus hermanos para que lo visitaran ya que él siempre preguntaba por ellos, pero en esos dos años, nadie llegó, solo mi rostro le iluminaba los ojos cada fin de semana que iba a verlo. Yo era feliz en ese lugar, las horas que permanecía allí, escuchaba la historia de cada uno de los viejitos, unos cuerdos, otros en su mundo, unos tristes, otros muy enojados, unos que sabían dónde estaban y otros que asumían ese sitio como el sitio que mejor tuvieron en sus vidas reales, unos me pedían pan, la mayoría pedía café, Humberto el intelectual me pedía libros y así siempre llegaba cargada de alegrías para mis viejitos.
Una tarde me llegó la noticia que desalojarían por orden del Gobierno Bolivariano de Venezuela aquel lugar donde habitaban mas de un centenar de ancianos, los aún cuerdos sufrían el desespero, los inconscientes serían trasladados y ni cuenta se darían, lo que se sentían dueños de ese lugar, peleaban por sus derechos, decían que nadie los sacaría y así, igual todos serían trasladados, a menos que cada familiar tuviera para donde llevarlos. Otra vez fui llamando uno a uno a todos sus hermanos y como era de suponerse, ninguno pudo, el hombre que ahora estaba inválido y más necesitado que nunca no era de la importancia de ellos. Yo para ese entonces no tenía recursos, estaba sola, desesperada y sin la posibilidad de tenerlo. Fue así como una mañana llegué desesperada a ese lugar para ver con el dolor más desgarrador en el alma cómo eran traslados como presos en autobuses con diferentes destinos.
Una semana después fue que pudieron informarme que mi tío había sido trasladado a un Inager en Coro, Estado Falcón. Allí lleva cuatro años y es duro cada día levantarme y pensar cómo estará, para mi dolor no tengo la posibilidad económica de ir hasta donde está. La última vez que lo vi fue en enero del año 2015 cuando tuve la posibilidad económica. Viajé desde San Antonio del Golfo Estado Sucre, feliz porque con la ayuda de la Trabajadora Social que se encargaba de su caso, Sra. Marisol, podía volver a ver a mi Tío Marcial, así salí en un viaje desde san Antonio de Golfo, hasta el terminal de oriente en Caracas, de allí hice trasbordo a un autobús hasta Valencia, de Valencia partí en otro autobús para Coro y del terminal de Coro un Taxi hasta el lugar donde me esperaba la Sra. Marisol para que viera a mi tío. Exactamente 19 horas de viaje.
Al llegar, me encontré con dos de los viejitos que conocí en Caricuao que corrieron con la misma suerte de mi tío de ser llevados tan lejos, El Sr. Wilfredo, consumido en la tristeza, el señor Humberto, el intelectual y el Sr. Chío quien seguía en su mundo de viajes, embajadas y consulados. Pero lo más grande y especial fue volver a ver a mi viejo adorado, mi tío del alma, me abrazó, me besó y me dijo “Mi Florencia querida, mi sobrina adorada, yo sabía que no me ibas a dejar aquí, llévame contigo”. Cuan doloroso es ahora recordar, cuan doloroso es saber que un ser en el mundo que se encuentra tan lejos tiene a su única familia a tantas horas sin poder ir a visitarlo de nuevo. Cada cierto tiempo vuelvo a intentar con mis tíos un apoyo, no para que vayan, si no para que me ayuden a ir, pero nada, cada cual sigue en su propio mundo, en su propia historia, con su aceptada familia. Ahora llamo a otra señora, Carmen, quien me contó que hace poco se vio muy mal, mi tío ya tiene 81 años, su salud cada vez es peor, ya casi no come bien por la misma situación de este país, pero lo más doloroso para mí, es que sigo sin las posibilidades para volverlo a ver, pero con la esperanza viva que antes que termine este año escucharé de nuevo: “Mi Florencia querida, mi sobrina adorada, yo sabía que no me ibas a dejar aquí, llévame contigo”.
claro que volverás a ver tu tío, un amor asi no tiene fronteras.