Que los animales practican eso que los humanos parece que estamos olvidando cada vez más en este siglo del sálvese quien pueda, la solidaridad, es un hecho sobradamente demostrado; basta con echar un simple vistazo a cualquiera de las múltiples redes sociales, como Facebook, para ilustrarse sobradamente de ello y ver detalles que no deberían sorprendernos, pero sí, al menos, servirnos como ejemplo: un pato compartiendo su pienso con una miríada de peces que acuden a comer de su pico o una leona salvando de una ciénaga a un cervatillo, deberían hacernos reflexionar.
Pero también es un hecho cierto y fácil de comprobar, que la ternura es una cualidad universal, que nos une, tanto a humanos como a animales, en el que posiblemente sea el mayor estado de gracia que pueda imaginar: la maternidad.
Hace algunos años, mientras buscábamos el rastro de los canteros medievales por lo más tórrido de la comunidad de Segovia, todos olvidamos por un momento nuestra compartida pasión por el Arte y sus misterios, para prestar atención a otro misterio no menos relevante: una joven gata dando de mamar a sus dos cachorros, protegida del duro sol de agosto por una providencial y confortable sombra.
Lejos de pensar en la escena como una simpática banalidad, vimos en ella, parte de ese lenguaje que a todos nos acompaña, pero al que generalmente, en nuestra supina necedad, hacemos oídos sordos: el lenguaje del universo y por defecto y a la vez por afecto, el lenguaje de la vida.
AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, son de mi exclusiva propiedad intelectual.
Muchas gracias