William Butler Yeats, uno de los poetas y dramaturgos irlandeses más grande de todos los tiempos, puso en labios de uno de los personajes de su pequeña pero meritoria colección de relatos, titulada ‘La Rosa Secreta’, una curiosa poesía, que comenzaba diciendo aquello de: ‘¡Ojos que no ven, memoria que se pierde!’ (1).
Quizás en eso consista, después de todo, una de las finalidades del Arte, en general: hacernos recordar, a través de esos órganos eternamente predispuestos a la seducción, que son los ojos, que hubo otros tiempos, otras filosofías, otros dioses.
Tiempos, dioses y filosofías que ha acompañado a la Humanidad a lo largo de su historia y que ni siquiera el martillo pilón levantado por San Martín de Dumio, consiguió erradicar de la memoria de los pueblos.
Parte de esa cuestión, desafiando la ceguera del oscurantismo eclesiástico que apenas estaba saliendo de la Edad Media, lo aportaron los grandes artistas italianos, en un periodo no en vano conocido como Renacimiento, cuando el hombre volvió a ser el centro del Universo y la perfección volvía la mirada hacia las fuentes clásicas, que todavía permanecían inalterables en las sórdidas catacumbas del recuerdo.
Reencarnados en la frágil carne de los hermosos mármoles, como los de Carrara, los viejos dioses volvieron de los abismos del inconsciente, para devolver parte de la poesía perdida a unos jardines, que hasta entones apenas sí eran capaces de escuchar el melancólico lamento de sus recuerdos.
Notas, Referencias y Bibliografía:
(1) William Butler Yeats: ‘La Rosa Secreta’, Editorial Valdemar (Enokia, S.L.), Madrid, 1994.
AVISO: Tanto el texto (a excepción de las referencias debidamente reseñadas), como las fotografías que lo acompañan, son de mi exclusiva propiedad intelectual y por lo tanto, están sujetos a mis Derechos de Autor.
Lunes, y tempranito para mí, ayer dormí como un camarón., Me dejé llevar por la corriente. Estaba seguro de que conseguiría algunas fotos del otoño en este post, pero me sorprendiste con estos viejos dioses.
Trabajo de escultores que quizás sean los verdaderos dioses.
Me impresionaron las mujeres Leona, no las había visto.
impresionante el conocimiento que tenían de la anatomía humana, me podría pasar todo el día cuando temprano tus fotografías.
Saludos peregrino de la cámara, que tenga muy buen arranque de semana.
Son esfinges y su número, curiosamente, es de siete, un número mágico para muchas culturas de la Antigüedad. El Renacimiento se basaba, precisamente en eso, en volver la mirada hacia las artes clásicas y volver a reproducir la perfección de su grandioso arte. El arte románico, como bien decía aquél gran historiador que fue Erwin Panofsky, era demasiado lineal. El Renacimiento volvió a colocar la belleza humana en el mismo lugar que la habían colocado las grandes culturas clásicas y por defecto, los dioses y la mitología volvió a resurgir, podría decirse que hasta nuestros días. Difícil es no encontrar alguna referencia a ella en cualquier ciudad occidental. Lo rocambolesco del tema, es que ellos nunca ocultaron sus virtudes y sus defectos , cuestión que los convierte, dentro de lo que cabe y salvando las distancias, más cerca del corazón humano, que a algunos sectarios que se dan continuamente golpes en el pecho y se dedican, una vez confesados, a poner la zancadilla al prójimo. En fin, sectarismos medievales renacidos en pleno siglo XXI. Un abrazo, mi pana.
Al igual que @acostacazorla, me llama la atención las esfinges, sobre todo su busto bien pronunciado, por lo que me detengo a pensar, especialmente al ver la cara de ese pequeño demonio, que hay en esta plaza cierta representación paródica de algo. Tal vez, la misma parodia sean los dioses, esos que quedaron para ser admirados y a los que se recuerda de vez en cuando. O tal vez estas esfinges, como en Edipo, tengan enigmas que debamos resolver. Saluditos y abracitos muchos para ti, @juancar347
Bueno, son esfinges, iguales que la que le propuso el acertijo a Edipo y siguiendo los mismos patrones que la más famosa de las esfinges, la de Gizeh. El ser con patas y pezuñas de cabra, no representa una parodia, sino que es el dios de los antiguos pastores, Pan, acompañando a otro dios que tiene mucho que ver con el otoño y la vendimia: Baco. Pan y Baco, bacanales y fiestas pastoriles, que posteriormente se reformaron, convirtiéndose en romerías.