Algunos pueblos y ciudades, solían asentarse a la vera de una ría por donde discurría la alegre bajada de unas aguas que iban incrementando su caudal a medida que recogían el generoso tributo de los afluentes y chorreras que encontraban en su camino.
Sería el caso, sin ir más lejos, de la hermosa ciudad marinera de Luarca, en el Principado de Asturias, que asentada a la vera de la ría formada por el río Negro, luce con orgullo el eslogan predeterminado de villa blanca de la costa verde.
Otras, como la legendaria Tazones, lo hicieron junto a una ensenada natural, en forma de media luna, en cuya bahía adormecen unas barquichuelas que se mecen al compás de unas olas que previamente han descargado toda su furia contra los muros del espigón.
Cerca de ellas, en el interior de algunos de esos imponentes acantilados que semejan gigantes dormidos, dicen los marineros que a veces escuchan la explosión de los barrenos de dinamita que utilizan los mineros para abrirse camino y extraer el negro carbón de sus entrañas.
Y por su parte, tan cerca están sus oscuros túneles del mar, que son éstos quienes, entre barreno y barreno, refieren con nostalgia que escuchan a las olas bramar.
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