Wilde, el Bautista y Salomé (reposición)

in #spanish6 years ago

Aparte de ese extraordinario alegato a la presunción y el egocentrismo, que es su obra La importancia de llamarse Ernesto, una de las obras que más me ha gustado siempre de Óscar Wilde, es El fantasma de Canterville, pequeña joya literaria que, lejos de parecer descafeinada o ñoña, ofrece una visión desenfadada pero antagónica, de ese conflicto entre padres e hijos, metafóricamente hablando por lo que respecta a la palabra ‘conflicto’, que bajo el aspecto de choque generacional, enfrenta dos modelos diferentes de ver y entender la vida: el política o socialmente correcto, sujeto irremediablemente a las cadenas más sólidas del puro convencionalismo, representado a la perfección por la Inglaterra victoriana –padre o madre de severísima intransigencia- y esa despreocupada visión del mundo y sus infinitas oportunidades, que categoriza lo que todavía viene constituyendo aquello que los norteamericanos –sin duda, un notable ejemplo de hijo díscolo- se enorgullecen de llamar su way of life. Es decir, su estilo o su modelo de vida.
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Entre medias de éstas obras, sin embargo –dejando para mejor ocasión, otras como El crimen de lord Arturo Saville o El príncipe feliz- la incursión de Wilde en el teatro –o cuando menos, ese intento de desplazar a Shakespeare de una cartelera tan británica y puntual como el té de las cinco en punto-, trayendo a escena un tema tan apasionante y rico en arquetipos, como el de Salomé, no deja de ser, bajo mi punto de vista, todo un alegato a un mundo, que un siglo después y bajo la apariencia de utopías como la democracia, el estado de derecho, el estado de bienestar, la protección de los derechos fundamentales o la más utópica de todas, aún si cabe, la libertad de expresión, demuestra su adhesión al peor de los condicionamientos, como puede ser la hipocresía, cada vez que ciertos temas abandonan las bambalinas del teatro privado –que es la obra cumbre y particular, donde ‘cada uno es cada quien’, como diría Joan Manuel Serrat-, para escandalizar a una sociedad, que paradójicamente fanfarronea de transigencia, pero sólo con la boca pequeña y de cara al exterior, dejándose siempre acompañar por esa ‘sombra’ junguiana del qué dirán.
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Esto me lleva a recordar, que no a revivir, lógicamente, la época en la que supuestamente se desarrolló el drama del Bautista y Salomé, en el ámbito de una sociedad, la judía, que poco o nada, en lo fundamental, se diferenciaba de esa lepra convencionalista victoriana en la que vivió, sufrió y murió Wilde. Se podría decir, metafórica y comparativamente hablando, que éste fue el Bautista de su época. Su delito, sin embargo, no fue traer otro dios distinto y quizás más amable y bondadoso que los que se adoraban en su época, sino el de mostrar abiertamente un estado –quién sabe si en el fondo también de gracia- como era el de declarar abiertamente sus inclinaciones sexuales. Es de suponer, que cuando se le juzgó, Cristo no estaba presente en la sala; ni el abogado defensor, si es que lo hubo alguna vez, recordó a los presentes aquello de miraos en vuestro interior, o por defecto, su oportuna sentencia de: quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Tampoco lo estuvo en el palacio de Herodes, momentos antes de que la cabeza de su primo y padrino terminara representando el mito de la Gorgona en una bandeja de plata, por lo que no sería descabellado, después de todo, afirmar que tanto Juan como Óscar, debían menguar irremediablemente para que Cristo por un lado y el derecho a la propia condición, por el otro, crecieran. Salomé, en el fondo, ciega y bailando al son de unas aguas turbulentas –como dirían Simon & Garfunkel- como toda sociedad anclada en los muelles de su pérfida intransigencia, reclamaba, imitando al sanguinario Moloch, víctimas propiciatorias para el sacrificio. Y en ese sentido, Óscar Wilde fue el símil perfecto del Agnus Dei. Su versión de Salomé demostraba su valentía, hasta el punto, de que todavía me pregunto si fue realmente consciente de que ésta terminaría siendo la bailarina real de su propio holocausto.
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Pudiera ser que no nos demos cuenta, pero ocurre que vivimos continuamente el mito, siquiera aquél de pretender, osadamente, ser diferente. Y de la misma manera que se dice que por la boca mata y muere el pez, por la libido mata y muere el hombre. Me pregunto si algún día, y en lo que a ciertos tabúes se refiere, hombres y mujeres serán capaces de practicar aquello que se supone que hay más allá del Ars Oblivionis o el Arte del Olvido: un nuevo amanecer.
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Bibliografía recomendada: Óscar Wilde, 'Salomé'. Se recomienda, la notable edición que Círculo de Lectores publicó en el año 2005, con las magníficas ilustraciones de Gino Rubert. En ellas, el autor despliega, de manera maravillosa, múltiples acepciones fetichistas, que nos acercan, de una manera directa y subliminal, a ese Universo Tabú, cuyas leyes, después de todo, parecen eternas e inmutables.

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Interesante entrada. Habria que ver que es lo que aqui y ahora es politica y socialmente correcto en nuestros dias, y que Oscar Wilde se atreviera a enfrentar a los convencionalismos de nuestro momento. Enfrentarlos y poner su propia cabeza en bandeja de plata.
Me estoy perdiendo muchos textis estos dias por seguir sin internet en casa. A ver si esta semana se arregla todo. Saludos cordiales.

Hoy en día y más que nunca, la hipocresía es algo más que una simple pandemia. Pero estoy convencido de que Wilde, si en aquéllos oscuros tiempos en los que la sociedad victoriana era una herencia del más brutal de los puritanismos, tuvo el valor de declarar abiertamente su condición, hoy en día hubiera hecho milagros y hasta incluso se le hubiera reconocido o aceptado, sobre todo como fuente de ingresos, que es como mejor entienden los políticos estos colectivos de gays y lesbianas, sobre todo cuando se acercan las elecciones. Aún así, aunque nos llenemos la boca con palabras como igualdad, transigencia, aceptación, libertad...creo que en el fondo estamos más presos que nunca. Dicho en otras palabras: si no entras por el aro, no te comes un rosco. Saludos

excelente trabajo,lindas fotos , "la importancia de llamarse Ernesto"mi papá se llamaba Ernesto y de allí descienden un innumerables Ernesto en mi familia,saludos querido amigo

Vaya, qué casualidad. Bueno, la importancia realmente reside en el interior de cada persona.

Mis honores al gran maestro y gracias juancar347 por tan excelente contenido.

Excelente contenido
Gracias por hacer de Steemit un lugar más cultural con tu post.
Gracias por compartir y felicidades por cumplir el reto.
Saludos mosqueteros.

Por cierto, te invito a ver el programa que hicimos con la comunidad de @mosqueteros
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Muchas gracias, Asdrúbal. Con gusto veré ese programa. Saludos

Por el Maestro no puedo hablar, pero yo te agradezco el comentario y te envío un afectuoso saludo.