Encontré a Vivian Maier

in #spanish4 years ago
Un Artista, cuando se sabe Artista, se redescubre permanentemente en su Arte para disfrutarse y encontrarle sentido a la vida. Algunas veces puede ser que llegue la Fama y el Dinero, pero hay que procurar siempre que entren discretamente por la puerta del patio trasero, para dejar exclusivamente la puerta principal: a las obras, a lo creado, a lo que será para siempre, eterno.


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En algún momento nos damos cuenta que el Arte nos busca, no vamos detrás de él. Al reconocemos Artista, solemos sumergimos involuntariamente en la emocionalidad de lo que nos circunda, para capturarla, modificarla y transformarla en una pieza inusual que pudiera parecerse a la realidad, pero que no lo es… es poesía. Algunas veces, para no decir siempre, la obra tiene voluntad propia: nos controla, nos utiliza, se reescribe en nuestro interior, se apodera de nuestra alma… y nos deja en deplorable agonía.

Así llegó Vivian Maier a mi vida, porque le dio la gana de llegar por su cuenta y hacerme minúsculo, porque sabía que me vería reflejado en cada uno de sus autorretratos, en cada una de sus sombras, en cada uno de sus reflejos y me conmovería hasta arrancarme el silencio. Daría cualquier cosa, incluso parte de mí, si fuese posible, por haber estado a su lado, ese 21 de abril de 2009, en la casa hogar para ancianos en Oak Park, a las afueras de Chicago, cuando toda desorientada y asustada, se llevó sus misterios para siempre. Le hubiese cantado canciones de cuna a la gran nana de la fotografía universal.


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Meses antes, en noviembre de 2008, Vivian, a sus 83 años, deambulaba en la más profunda pobreza, cuando se resbaló en la nieve acumulada de la calle Howard, dándose un fuerte golpe en la cabeza. Los paramédicos que la llevaron al hospital St. Francis en Evanston, no podían imaginarse que aquella peculiar mendiga, era una de las más grandes artistas del siglo XX, la gran fotógrafa de las calles de Chicago y New York. Pero Vivian tampoco lo sabía, tampoco lo supo. No había forma que pudiera imaginarse que su vida se llevaría a la gran pantalla y tendría hasta una nominación al Oscar (2013) “Finding Vivian Maier”


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La vida de Vivian Dorothy Maier es todo un enigma: solitaria, reservada, sin amigos, sin familia y sin un pasado. Hablaba con un marcado acento francés pero en realidad era neoyorkina, siempre tuvo necesidad de ser otra u otras.

Ahora sabemos que nació en la Gran Manzana, un primero de febrero de 1926, Procedía de una familia de refugiados judíos, su madre francesa y su padre, un alcohólico austro-húngaro que las abandonó hasta el olvido total. Cientos de documentos que ahora se recuperaron de su vida, porque solía guardar todo, era una acumuladora, se encontraron de ella: cartas, facturas y documentos que tienen nombres distintos. Sus heterónimos no eran directamente sobre su obra porque ella era en sí, la obra. Sus fotografías eran lo oculto, su mundo inseguro, sus pecados, su mayor secreto y todos sus silencios. ¿Cómo una fotógrafa con una calidad técnica insuperable y un trabajo conceptual único vivió en el más profundo anonimato, muchas veces en pobreza extrema, sin compartir su obra con nadie, trabajando 40 años como una simple niñera y limpiado casas?


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Dos años antes de su muerte, en el 2007, gran parte de sus negativos sin revelar, habían ido a parar a una subasta de “cachivaches” de tercera categoría en un barrio de Chicago. Pero los dados del eterno estaban dando vueltas sobre este mundo absurdo, la humanidad entera estaba a punto de encontrarse con uno de los tesoros estéticos fundamentales del siglo XX, cuando el joven John Maloof de 26 años, un corredor de seguros que estaba buscando material histórico para un libro que escribía un amigo, adquirió por 380 dólares, parte de la obra de Vivian, que por supuesto, no tenía ni la menor idea de la joya que se llevaba a su casa, que luego lo haría mundialmente conocido, que daría entrevistas en las galerías más importantes del mundo y que tendría hasta una nominación a los premios Oscar.

Moloof revisó algunos negativos, eran miles, sus ojos descubrían escenas callejeras de gran calidad, a partir de los años 50, de New York y Chicago. Regresó a la casa de subasta para conocer el nombre del artista, pero no obtuvo mayor información. Le dijeron que los había llevado una anciana indigente que lucía muy enferma y que necesitaba dinero. Por supuesto que ella no daba nunca su nombre real, pero el joven Maloof muy intrigado, revisó las cajas acuciosamente y encontró un nombre escrito a lápiz: Vivian Maier.


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A esta altura, ese muchacho desgarbado no sabía que ya era parte de un todo, un instrumento de los tiempos, la llave que abriría un segmento fundamental estético y antropológico de la historia de los Estados Unidos. Se enteró después que la casa de subastas había vendido más cajas de negativos, así que buscó a los compradores para adquirirlas también. Al final coleccionó más de 100,000 negativos, incluyendo dos rollos de película. No sabía para que le servía toda esa colección de una fotógrafa desconocida pero no podía parar… era algo que estaba más allá de él. Buscó en google el nombre de Vivian Maier y nada… era nadie, un fantasma. No sospechaba que esa dama vagaba por las calles Chicago, sin comida y sola. El mundo estaba a punto de conocer a la fotógrafa de calle más importante del siglo XX, y para mayor sorpresa de todos, que había trabajado toda una vida como niñera y que jamás le había mostrado sus fotos a ninguna persona.

John Maloof había lanzado mucho dinero al aire y tenía que recuperar su inversión, así que comenzó a vender los negativos en eBay. Algunos por $5 dólares, otros por $12. Uno de los compradores resultó ser el fotógrafo, crítico y académico Allan Sekula. El intelectual le pidió a Maloof que dejara de vender los negativos para evitar que se dispersara la colección. Las primeras fotografías que se mostraron por las Redes Sociales se volvieron “virales” y no faltaron los adjetivos de: maravillosas, únicas, obras de Arte… wuaooo! John Maloof emprendió de nuevo la búsqueda de Vivian y por unas facturas, llegó a Central Camera Co, una de las tiendas de venta de artículos fotográficos más antiguas de Chicago. Por primera vez alguien le describía como era realmente esta misteriosa artista. Sí, en esa tienda solía compras las películas que utilizaba para su trabajo. Le contaron sobre su acento francés, sobre lo enigmática que les resultaba y de su amor por las películas extranjeras. Pero no tenían idea sobre su paradero. Se había desaparecido.


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Maloof llegó tarde a su encuentro con Vivian. El 21 de abril de 2009, apareció en el diario Chicago Tribune el obituario de Maier. Según ese texto, ella vivió en Oak Park, un suburbio de la ciudad, y era "una segunda madre de John, Lane y Matthew". Ese día el joven John lloró de impotencia, tenía en sus manos una gran obra de Arte que no le pertenecía, pero que estaba obligado a difundirla. Investigó quienes habían pagado por el obituario y fue cuando supo que la gran fotógrafa Vivian Maier, cuyo trabajo sería comparado con los de Diane Arbus, Robert Frank, Walker Evans, Lee Friedlander y Helen Levitt, era realmente una niñera, una mujer que hacía oficios de limpieza y cocinaba para casas de familias.

John Maloof, no la ha visto fácil, ha tenido que litigar por el copyright de las fotografías, aparecieron familiares lejanos que él mismo buscó en Francia. Pero ya Vivian Maier se había ganado un lugar en el tren de los inmortales. Su vida recorre el mundo en libros, películas y cientos de exposiciones en todos los continentes. Sobre esta dama sabremos siempre muy poco, quizás fue niñera para ser niña siempre, quizás buscó casas para limpiarlas porque era una forma de inventarse sus propias familias. Decía con frecuencia que ella era una especie de espía y lo fue, observó siempre al mundo desde su cámara Rolleiflex comprada en New York en 1952.

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Sin duda, Vivian, fue una gran Artista sin público, sin galerías, sin reconocimientos y sin un centavo en los bolsillos. Eligió la soledad y el aislamiento como su estilo de vida. Guardó todo su trabajo en cajas y cajas (más de cien mil negativos) porque necesitaba ser descubierta, necesitaba escapar de ese pasado oscuro, viviendo con una madre con un fuerte trastorno emocional, un hermano desequilibrado mental, un abuelo con manía persecutoria y como no permitía que ningún hombre la tocara, hasta se ha especulado sobre un posible abuso sexual.
Gracias Vivian por ser eterna, gracias por todos esos paseos que hiciste por esas calles anónimas y de anónima, vistiendo tus largos abrigos, llevando tus sombreros de alas caídas, luciendo tus camisas masculinas combinadas con esas faldas como de monja y zapatos negros, gracias por inmortalizar a la gente más simple, más extrañas, más solitarias y más agónicas porque todos ellos eran tú.


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Sí, el Arte te busca, te acosa y te cambia la vida. Algunas veces creo que “muchos son los llamados y pocos los escogidos” que hay una extraña barrera que se rompe con la perseverancia y con esa lucha interior para dejar de ser humano y pasar a ser sublime, raro, extraño, incomprendido y muchas veces despreciado. Que hay artistas de folletines, esos que comen con la imagen, la astucia de la fama y pueden llegar a ser muy populares, pero están los otros, esos Artistas que fueron escogidos por el mismo Arte para que la belleza perdure y para que la realidad pierda su rigidez y se transforme en poesía.


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Te encontré Vivian Maier y te encontré en el momento que me siento más vulnerable…

Rubén Darío Gil