Orbis, Entre Libros

in Cervantes3 years ago

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Orbis, Entre Libros

Los días pasaban más rápido de lo que jamás habían pasado en la vida de Aurora, por primera vez estaba en un lugar que no era La Villa y no paraba de fascinarse con lo que veía, no era solo el mar, los jardines, los grandes árboles de la plaza de la biblioteca, y la biblioteca. En la Villa sólo la tía Julia y la escuela tenían libros y ninguno de los dos tenía tantos, como aquel gigantesco edificio.

Iván Trabajaba la mayor parte del día y como ella no tenía otra cosa mejor que hacer, dedicaba la mayor parte de la tarde a recorrer las callejuelas que rodeaban al conjunto de edificios donde vivián, esto fue así hasta que descubrió como llegar a la biblioteca, al principio quedó fascinada por lo imponente de la edificación, y lo verde de sus jardines, pero cuando se dio cuenta de que podía entrar libremente, fueron sus amplias e iluminadas salas llenas de libros, proyectores y terminales interactivas, lo que en realidad le atrapo del lugar.

Su fascinación por los libros, le venia de su tía Julia y de las largas tardes que pasaba escuchándola, leerle las historias que tenían los que llenaban su abarrotada estantería. Historias de reinos desaparecidos, de ciudades perdidas y antiguos héroes, que alguna vez caminaron por el mundo, de inventores y científicos que cambiaron el mundo, de las proezas de exploradores y aventureros y de cómo todo aquello acabó con la gran catástrofe, que arrasó con casi todo lo que existía.

Lamentablemente, poco después de haber descubierto que podía entrar libremente a la biblioteca, también descubrió, de mala manera, que, si bien podía entrar; para poder tomar los libros, necesitaba de una credencial, que ella no tenía y necesitaba de Iván para obtenerla. La falta de una, le ganó un regaño de uno de los monitores de la sala, cuando retiró un libro de una estantería lo que activo una alarma en el escritorio del empleado. Así que sólo podía inspeccionar las terminales interactivas, que estaban en la sala general, que, si bien podían mantenerla ocupada por un rato, no distaban mucho de las cosas que ya su tía o la escuela le habían enseñado.

Aquella tarde, mientras se encontraba usando una de las terminales, vio salir de una de las salas restringidas a una mujer de unos cincuenta años que caminaba con dificultad, mientras llevaba en sus manos dos grandes y pesados libros, con una apariencia similar al que ella conservaba de su tía, la mujer colocó los tomos sobre una de las mesas del final de la sala y se recargo en ella, intentando recuperar el aliento. Al verla, por momentos le recordó a su tía y madre, en sus últimos momentos, cuando la enfermedad las agobiaba.

Aurora se levantó del banco donde se encontraba sentada y sigilosamente se aproximó a la mujer, ocultándose entre las mesas, disimuladamente se sentó en la banca de una terminal a pocos metros de ella y la observó con detenimiento, mientras reproducía un contenido interactivo sobre el sistema digestivo humano y de otros mamíferos, que en realidad no le interesaba mirar.

Era una mujer alta y delgada, de cabello castaño, parcialmente encanecido y tez pálida amarillenta, claramente parecía estar enferma, como tarde o temprano ocurría con todos los de su edad. Al parecer, igual que en La Villa, las personas mayores de los cuarenta años, sufrían de la misma afección degenerativa, que al final acababa por matar a casi todos los que atacaba, sin que los médicos pudiesen hacer algo por remediarlo.

La mujer se dejó caer pesadamente en la silla, como si ya no pudiese seguir de pie, dejó caer su cabeza hacia atrás y exhalo un débil suspiro, que parecía expresar más frustración que alivio. Al cabo de unos minutos, intentó ponerse nuevamente de pie y sus piernas flaquearon haciéndola caer nuevamente en la silla. Frustrada empujó los libros hacia adelante, apoyó sus codos sobre la mesa y hundió su rostro en sus manos abiertas.

Aurora, que, discretamente oculta tras el monitor de la terminal, continuaba observándola atentamente, le dio la impresión de que lloraba, mientras ocultaba su rostro con las manos. La niña dejó la terminal y tímidamente se aproximó a la mujer, quien no notó su presencia.

―¿Se siente usted bien señora? ―preguntó Aurora.

La mujer levantó su rostro y la vio con dos cansados y envejecidos ojos azules, se enderezó en la silla y miró de arriba abajo a la niña, que la observaba con atención.

―Sí niña, estaré bien, sólo me siento un poco cansada ―dijo dulcemente.

―¿Necesita ayuda?

―No, sólo necesito tomar un poco de aliento ―respondió ―dime, ¿cuál es tu nombre?

―Aurora, señora…, ―respondió la niña orgullosamente ―. Aurora Roberti.

―Hola Aurora, yo me llamo Hilda ―dijo ella ―. Dime Aurora, ¿qué hacer por aquí?, en lugar de estar en la galería o en la academia, como todos los niños de tu edad ―preguntó Hilda.

―No se que es la galería, y no estoy en la academia ―respondió Aurora.

―¿Cómo que no estás en la academia?

―Soy nueva en la ciudad, llegué hace apenas diez días, de donde vengo no hay academia, allá estudiaba en una escuela y ya había terminado todos los cursos que ofrecían, lo hice mucho antes que todos los chicos mayores que yo ―dijo orgullosamente.

―Y, ¿para qué viniste a la ciudad Aurora Roberti? ―prosiguió Hilda.

―Me mudé aquí con mi hermano después de que murió nuestra madre ―respondió Aurora.

―Y ¿está él contigo?

―No por el momento, trabaja durante el día, entonces, después de hacer los deberes de la casa, yo salgo a caminar por el vecindario y siempre termino aquí, viendo los contenidos de las terminales, pero no me dejan leer los libros, porque no tengo credencial.

―Entiendo. Bueno Aurora Roberti, yo tengo que seguir con mi trabajo, ha sido un gusto hablar contigo ―Hilda se puso de pie con dificultad y trató de levantar los libros, tomó impulso y los alzó de la mesa, pero nuevamente le flaquearon las piernas.

Aurora, rápidamente se aproximó a ella y la sujetó de un costado evitando que se callera, y la ayudó a mantenerse en pie.

―Maldita sea, me estoy volviendo una inútil ―dijo Hilda con voz entrecortada, parte por el cansancio, parte por reprimir el llanto y la frustración.

―Permítame ayudarla, soy muy fuerte ―dijo la niña regalándole una sonrisa.

―De acuerdo, lleva tu uno de los libros, que yo llevaré el otro ―dijo Hilda.

Antes de que la mujer pudiera decir otra palabra, Aurora tomó ambos libros, que estaban más pesados de lo que ella creyó y con una sonrisa forzada en los labios, los brazos estirados hasta su límite por el peso y con una expresión de sorpresa le dijo―. Yo puedo con ambos, vamos dígame por donde ir.

Hilda sonrió, se puso de pie y caminó a la sala de lectura privada en la que trabajaba, seguida de Aurora que caminaba a traspiés llevando en sus manos los pesados ejemplares.

Después de aquella tarde, Aurora tendría el paso libre a la sala donde laboraba Hilda y sería con ella con quien conocería más, sobre la catástrofe que una vez cambió la humanidad.

Texto de @amart29 Barcelona, Venezuela, marzo de 2021


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