El odio no dejó vivo a nadie
Desde hacía tiempo el sol no salía y una capa gruesa, gris, de humo, se extendía por todas partes. El cielo sin nubes, sólido, estaba invadido por sombras que iban y venían sin detenerse a nada. Los que aun permanecían erguidos, habían desarrollado la habilidad de fijar los ojos al frente y no bajar la cara para nada. Algunos decían que justamente ese era el secreto para no contagiarse.
=oVo=
Desde la última variante 5034, en la que una bacteria tomaba un órgano del cuerpo humano y lo secaba, los laboratorios de las grandes potencias del mundo y aquellos hombres millonarios habían creado fábricas de órganos en las que se creaban réplicas exactas de corazones, páncreas, pulmones, hígado, cerebros.=oVo=
Aunque al principio el mercado chino sacó réplicas piratas a muy bajo costo, la población se dio cuenta que los órganos comenzaban a fallar nuevamente a los pocos días y no había organismo donde hacer reclamo, por lo que no tuvieron más remedio que salir a la calle a mendigar órganos o dinero para poder comprarlos.=oVo=
En las aceras, en mitad del frío, las personas se apostaban y alzaban la mano o llevaban carteles guindados al cuello en los que se podía leer cuál era el órgano que necesitaban. Allí, entre ellos, había una mujer con su hijo, que llorando decía:
_Ayuda, por el amor de Dios -era la plegaria de la madre a todos los transeúntes que no se atrevían a mirar al suelo, -Ayuda, mi hijo necesita un corazón. Y la gente caminaba indolente, sabiendo que en casa tenían alacenas de corazones nuevos, sin estrenar.
Desde la última variante 5034, en la que una bacteria tomaba un órgano del cuerpo humano y lo secaba, los laboratorios de las grandes potencias del mundo y aquellos hombres millonarios habían creado fábricas de órganos en las que se creaban réplicas exactas de corazones, páncreas, pulmones, hígado, cerebros.
Aunque al principio el mercado chino sacó réplicas piratas a muy bajo costo, la población se dio cuenta que los órganos comenzaban a fallar nuevamente a los pocos días y no había organismo donde hacer reclamo, por lo que no tuvieron más remedio que salir a la calle a mendigar órganos o dinero para poder comprarlos.
En las aceras, en mitad del frío, las personas se apostaban y alzaban la mano o llevaban carteles guindados al cuello en los que se podía leer cuál era el órgano que necesitaban. Allí, entre ellos, había una mujer con su hijo, que llorando decía:
_Ayuda, por el amor de Dios -era la plegaria de la madre a todos los transeúntes que no se atrevían a mirar al suelo, -Ayuda, mi hijo necesita un corazón. Y la gente caminaba indolente, sabiendo que en casa tenían alacenas de corazones nuevos, sin estrenar.
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Muchas gracias!
Un relato duro y bien escrito, como para generar en los lectores algún tipo de emoción o reflexión. Interesante ese ambiente postapocalíptico; aunque futurista, quizás nada lejos de los tiempos que vivimos, sobre todo por la indolencia. Un abrazo, @nancybriti.
Es triste saber que un texto que busca ser "ficción" esté tan cerca de la realidad. Gracias por tu apoyo y comentario, @josemalavem. Abrazos
¡Felicitaciones!
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Atentamente
El equipo de curación del PROYECTO ENTROPÍA
Muchas gracias por vuestro apoyo, amigos!
Es allí donde entra el asunto: ¿Qué es la riqueza?, ¿cuándo nos sentimos ricos?
Estoy seguro que en el corazón de cada uno se gesta la respuesta.
Mi comentario es a razón de las últimas líneas. La alacena estaba llena, pero nunca es suficiente.