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- Did you know that your wife had a lover?
No sir. - Did you know of the existence of Mr. Henry?
- He once told me that they were childhood friends.
- are you going to press charges?
- No, I prefer to forget about this painful episode, but I will request a restraining order.
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Nuestro personaje es ese extraño habitante de Londres, con sus calles oscuras y lúgubres, con ese eterno olor a humedad y al humo de las chimeneas, su neblina y esa semi oscuridad que servía más para el mal que para el bien.
Todo en su vida marchaba de manera rutinaria, un trabajo de porquería, una esposa que lo detestaba, que nunca movió un dedo para ayudarlo, para darle algo de calor a aquel hogar, pero que si pudo buscarse un amante, y aquel sentimiento de soledad, de preguntarse todos los días, cuando reaccionar, cuando acabar con ese estado de nada, de amargura, Pero pasó otro día, sin nada distinto, sin nada nuevo, hasta aquella noche.
Su esposa María Elena, había regresado al pueblito de donde habían salido hacía ya varios años, a despedirse de su abuelo que estaba a punto de dar el campanazo final, ella se había largado sin consultarle nada a Ernesto, solo una nota en la chimenea bastó. Él tomó la nota con toda la ira acumulada y lanzó una maldición, arrojando esta al fuego de la chimenea, y ya cuando se había acostumbrado a la soledad y como para llevarle la contraria, así como se fue, ella regresó.
Ernesto se preguntó por qué aquella mujer, que lo detestaba tanto, que lo maltrataba, y que hacía mucho tiempo no tenía intimidad con él volvió, no tenía sentido regresar a una relación que estaba totalmente agotada, y que incluso él, ya se había acostumbrado a la idea de que nunca volvería.
Era muy temprano en la mañana, Ernesto trató de darle un beso a su esposa al salir, pero esta en el último momento giró su rostro, él solo pudo rozar su mejilla y le sonrío, muy en el fondo sabía que ya no volvería a verla.
En su bolsillo llevaba todo el dinero que había en casa, era diciembre y aún no había hecho los preparativos para las fiestas, no hubo tiempo, estuvo muy ocupado.
Pasó por la cafetería de la esquina, pidió un café y por alguna extraña razón, habló con todo el mundo en aquel local, lo necesitaba, "era parte de su coartada".
Salió de allí muy pronto, y se dirigió a su trabajo, como lo hacía habitualmente, sin distracciones, todo debía ser perfecto.
Entró a su oficina, saludó a su secretaria, y siguió sin esperar respuesta, esta se quedó pensando que en diez años, su jefe jamás le había preguntado por su salud, y que debía estar ocurriendo algo con la mente de aquel hombre, tan formal y malhumorado.
Ese día estuvo toda la mañana como tratando de llamar la atención, preguntó a todos alguna cosa, dio vueltas por todo el edificio, hasta que cayó en cuenta que aquello no era normal en él, y le pegó un grito a Susana: "¿Dónde está la correspondencia de hoy?", "Se acabó el encanto", se lamentó, pensando que había perdido la oportunidad de hablar con su jefe y pedirle ese aumento que tanto necesitaba.
Así transcurrió la mañana, sin mayores sucesos, al mediodía Ernesto no almorzó, parecía que se traía algo entre manos, estaba ansioso, y se dio cuenta de que al tratar de actuar con normalidad, estaba haciendo todo lo contrario, así que le pidió a Susana que le trajera algo de comer, eso fue todo, ahí se encerró en su oficina y no salió hasta la noche, cuando Susana le preguntó si podía retirarse, este le pidió un café antes de irse, (Solo por joder).
Esperó hasta que se fuera el último de los empleados y entonces salió, pasó frente a la cámara, se agachó, ajustó los cordones de sus zapatos y siguió.
Se dirigió al casino, era temprano, al llegar tomó todo el dinero que tenía, (algunos 3000 €) y los convirtió en fichas de 100, se dirigió a la ruleta y sin pestañear, colocó todas sus fichas al color negro, volteó disimuladamente hacía la cámara y esperó, se sopló las manos y cerró los ojos.
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"17 negro", grito el altavoz, Ernesto no se inmutó, recogió sus fichas y esperó hasta escuchar la voz: "hagan sus apuestas", colocó nuevamente las fichas en el negro, volvió a mirar a la cámara y cerro los ojos, esperó: "8 negro", recogió sus fichas, y otra vez: "hagan sus apuestas" y nuevamente coloco todas las fichas por tercera vez en el color negro, parecía que el tiempo se detenía en esos 30 segundos, era como si estuviera en juego su alma, la cual, él quería perder.
"8 negro", nuevamente, Ernesto abrió los ojos y sin ninguna reacción de alegría en su rostro, recogió sus fichas y salió de aquel casino, eran las diez de la noche.
Para aquel hombre tan huraño y de extrañas costumbres, esa rutina podía parecer un escape, pero en realidad, era solo un golpe de adrenalina que necesitaba para seguir con vida.
Desde hacía algún tiempo Ernesto sabía que María Elena lo estaba engañando con un viejo compañero de la universidad llamado Henry Claire, estos se veían a escondidas en su casa, cuando este se iba a trabajar.
Ernesto últimamente había sentido hasta en la cama ese desprecio por su aliento, por su figura regordeta de cuarenta y tantos años y algo pasado de kilos, y ese olor del cual hablaba María Elena, y que nunca supo cuál era, aunque lo que realmente molestaba a Ernesto era que esta mujer que nunca se atrevió a hacer absolutamente nada en la vida, hubiera tenido la capacidad de viajar hasta encontrarse con este individuo, que aparte de sexo, no tenía absolutamente nada que ofrecerle.
Esa noche Ernesto volvió a casa un poco más tarde de lo normal, al aproximarse no notó nada fuera de lo común, eso le preocupó, tomó sus llaves y entró a la casa, María Elena solo volteo para decirle: "tu cena está en la mesa", y se fue a su habitación, en realidad la cena tenía ya más de dos horas que se había enfriado, pero a ella no le importó, con toda la calma del mundo, esperó hasta que ella subiera y en un arrebato de ira lanzó la cena contra la pared, se levantó de la mesa, y se dispuso a preparar un café.
En ese momento escuchó los disparos, (fueron dos), no se asustó, por instinto tomó un cuchillo de la cocina, y se dirigió a la parte de arriba, entró a la habitación de la pequeña Emily, (nunca supo por qué corrió primero a aquella habitación), luego se fue a buscar a María Elena, cuando entró a la habitación se encontró con el cuerpo sin vida de su esposa, tenía ambos disparos en el rostro, se dirigió con mucho cuidado a la planta baja, donde se escuchaban algunos ruidos, allí se encontró de frente con un individuo que usaba un pasamontañas y que tenía una pistola en la mano, Ernesto no se inmutó, por puro instinto de supervivencia se le lanzó encima, este disparó dos veces su arma y cayó muerto con una puñalada en el pecho que le atravesó el corazón saliendo por la espalda, hasta allí todo iba según lo planeado.
Despertó en el hospital, pues resulta que una bala le había rozado la sien izquierda y de puro milagro la estaba contando.
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La policía acudió al llamado de los vecinos, estos lo habían hecho al sonar los primeros disparos, cuando llegaron encontraron al asesino muerto, a Ernesto tirado en medio de la sala, y a su esposa en la habitación en medio de un charco de sangre.
Ya en el hospital, rodeado de una custodia policial, (que muy amablemente lo dejo recuperarse), y solo cuando este señalo estar en condiciones, entraron los dos detectives a los que les había sido asignado el caso.
El inspector Dubró, un hombre de apariencia clásica europea, con el cabello completamente blanco, aunque su edad rondaba los 45 apenas, este venía acompañado por el inspector Farrél, un poco mayor, de tez morena y mirada penetrante, uno de los hombres con más experiencia en la policía Inglesa, ambos formaban un equipo al que nunca se les había escapado nadie.
Dubró comenzó con las preguntas de rutina: "¿Dónde estuvo temprano en la noche?, si conocía al asaltante", etc.
En cambio Farrél fue más incisivo, le preguntó si reconocía al agresor, si tenían problemas en la relación de pareja, o si tenía alguna razón para asesinar a alguien, pero ante la contundencia de las respuestas de Ernesto, se encogieron de hombros, expresaron las condolencias respectivas y lo dejaron descansar. Al salir solo se escuchó al inspector Farrél decir: ("Es culpable, no sé muy bien de que, pero ese hombre es culpable).
Se cumplieron los trámites del sepelio y todos en la ciudad se compadecían de Ernesto y lo tomaron como el héroe que vengó a su esposa, solo el inspector Farrél pensaba otra cosa, y justo en el cementerio Ernesto pudo notar su presencia observándolo desde lejos con unos prismáticos, lo que le hizo caer en cuenta que, "no todo estaba dicho".
Sin embargo Ernesto continuo su vida como si nada hubiera pasado, salvo por el hecho de renunciar a aquel empleo de mierda, con la única instrucción de entregarle todo su capital a Susana, que al menos esta le atendía y le había servido el café, aquella noche.
Lo que hizo sospechar al inspector Dubró, fue que Ernesto, en la misma noche del sepelio, se apareció en el casino, y se instaló en la ruleta, (sin darse cuenta de que era observado de cerca), y comenzó su rutina, colocando tres mil Euros en fichas de cien, en el color negro, y el respectivo: "no va más" y la inmediata sentencia: "22 negro", "hagan sus apuestas" y "31 negro" y otra vez: "hagan sus apuestas" y la sentencia: "8 negro".
Para luego salir a la vista de todos los asombrados jugadores, y sobre todo de los inspectores Farrél y Dubró, y tomar rumbo a su casa, como si nada hubiera pasado.
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Al día siguiente, los inspectores tomaban la declaración de Henry Claire, quien en medio de las lágrimas declaró que aquel hombre siniestro había ordenado asesinar a su esposa, y luego apuñaló al asesino, para no dejar ningún testigo, que estos tenían planeado fugarse hacia el continente y en el último instante, ella se devolvió a su casa porque había olvidado los únicos recuerdos de la pequeña Emily, y esa noche, "él la mató".
Farrél miró fijamente a Dubró y este asintió con la cabeza: "tenía usted razón, hay que cercar a este individuo".
Ernesto aprovechó el tiempo libre que tenía para limpiar la casa, aún no era tiempo de reclamar la póliza del seguro de María Elena, pero eso era lo que menos le preocupaba.
Al día siguiente, se dirigió a la comisaría denunciando que un señor de nombre Henry Claire, se había presentado a su vivienda reclamando por la muerte de su esposa, acusándole de haberla asesinado, él se sintió consternado, el inspector lo llevó a la sala de interrogatorios, y procedió a tomarle declaración:
- Usted sabía que su esposa tenía un amante?
- No, señor.
- Usted conocía de la existencia del señor Henry?
- Una vez me comentó que fueron amigos de la infancia.
- va usted a presentar cargos?
- No, prefiero olvidar este penoso episodio, pero solicitaré una orden de alejamiento.
Después de que Ernesto se retiró de la comisaria, estos quedaron estudiando la secuencia de acontecimientos, llegando a la conclusión de que debían hablar con Mr. Claire, lo más pronto posible.
En la tarde se dirigieron al hotel donde este se hospedaba, pero al llegar a la habitación se consiguieron con la desagradable noticia de que este se había suicidado en su habitación, se había volado la tapa de los sesos con un viejo revolver, propiedad de Ernesto.
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Por increíble que parezca, los detectives solo pudieron detener a Ernesto por la propiedad de aquel viejo revolver, alegando este que lo había perdido hacia un tiempo, y cuando el inspector le preguntó si había puesto la denuncia, este le indicó que si, que la copia del acta se encontraba en la casa, en el viejo cuarto de Emily, pero que por favor, no tocaran nada, ya que este se encontraba intacto desde que esta murió.
Los inspectores confirmaron la nota, no encontraron ningún indicio que lo ligara a la muerte de Mr. Claire, y luego que el forense determinara que había sido un suicidio, tuvieron que liberarlo.
Por más esfuerzos que hicieron aquellos detectives, no encontraron ni el más mínimo indicio de culpabilidad, solo faltaba el pueblo, allí debía ser donde se originó todo.
Y hasta allá fue a dar aquel inspector, en la búsqueda de algún indicio de culpabilidad de aquel sujeto tan extraño, con una vida sin sentido, que ni siquiera se había ocupado de reclamar la póliza de vida de su difunta esposa.
Pero al llegar al pueblo y comenzar a indagar, descubrió no uno, sino todos los indicios que llevaban a Ernesto, directamente al banquillo de los acusados.
Le contaron que Ernesto era el hombre más alegre de aquel pueblo, que su juventud y parte de su vida adulta se la pasó atendiendo a los ancianos del pueblo, y que en su tiempo libre, se iba con los muchachos a enseñarles a volar cometas, y los ayudaba con las tareas, hasta que al fin se casó con María Elena, la más bella del pueblo y que rápidamente, habían tenido una hija a la que llamaron Emily.
Esta había nacido con problemas y él se había dedicado de lleno a cuidarla, y que mientras esto sucedía, María Elena se encontraba a escondidas con Henry Claire, que en el pueblo todos lo sabían, pero que a él no le importó.
Con el tiempo la niña se complicó aún más y tuvieron que trasladarse a Londres, donde la niña sería atendida y tendría mayores posibilidades de sobrevivir.
Así lo hicieron, y todo iba muy bien, la niña mejoró bastante y ya se estaban normalizando las cosas, cuando apareció en la ciudad, Mr. Claire. Él lo vio una mañana desde la ventana, en el fondo lo único que le importaba era su pequeña, pero ese día supo que tendría que tomar medidas extremas para proteger a su pequeña.
Aquella navidad, Ernesto le había regalado a la pequeña Emily una hermosa ruleta de juguete, que era lo único con lo que esta jugaba, era una rutina diaria, el esperar que aquella girara hasta detenerse y que esta corriera a abrazarlo y darle un beso, dependiendo de la jugada.
Hasta un día que este se fue al trabajo, y mientras María se revolcaba en su propia cama con Henry Claire, la niña se atragantó con la pelotita de la ruleta, sufriendo una muerte horrible.
Él huyó como un cobarde y María solo lloró, mientras Ernesto calló, e hizo las gestiones para el funeral en el más absoluto silencio.
Así transcurrieron seis años, desde la muerte de Emily, sin ninguna variante, sin ningún cambio, hasta el día del homicidio.
El inspector Farrél, entró a la comisaria, saludo a su compañero y se sentó, sin decir una palabra, este ya con los nervios de punta le preguntó: ¿Que averiguaste?, ya lo tenemos?, este levantó la mirada, y solo le alcanzó a decir: "es inocente".
Esa noche Ernesto volvía a entrar al casino, intercambio los acostumbrados 3000 €, por fichas de cien, se dirigió a la ruleta y los colocó como siempre en el color negro, y comenzó: "Hagan sus apuestas" y "No va más" y: Negro, y el respectivo: "hagan sus apuestas" e inmediatamente: "Negro", y por último: "hagan sus apuestas" y luego: "No va más", pero esta vez, algo pasó, la suerte había cambiado.
De pronto, ante la mirada atonita de los jugadores, en el rostro de Ernesto se dibujó una sonrisa, que hacía mucho tiempo no experimentaba, y se dirigió hacia la salida, mientras escuchaba a lo lejos: "27 Rojo".
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Excelente trabajo, me atrapó hasta el final, me pasó lo mismo que en "La Isla"... Felicitaciones hermano...
Uff, tenía todo a su favor hasta que al lograr todos su objetivos, solo le faltaba una sola cosa, perder en la ruleta del casino...