Yelena se retorció de dolor mientras que ella y la señora Parsons se dirigían a las afueras de la residencia. La joven rogó que no sea aún el momento del parto y que tampoco sea un aborto instantáneo. No soportaría que ella, sus hijos y la señora Parsons se quedaran a merced de aquél monstruo deforme que había llegado a los territorios de Whitering Heights.
Pero los dolores no cesaban, y de pronto se vio en la necesidad de buscar un nido de emergencia para poder parir sin ser detectada. La señora Parsons comprendió esto cuando Yelena le apretaba la mano cada vez con más fuerza. A ese paso, no llegarían a un lugar seguro. Con desesperación, la mujer guio a Yelena hasta la cocina; apartando la mesa del centro, dejó al descubierto una trampilla. Aquella puerta de madera conducía a la bodega donde se guardaba el vino y la carne fresca, así como manteles para las mesas y veladoras.
Quizás no era el lugar idóneo para dar a luz, pero la señora Parsons sintió que era la mejor opción que tenían ante el peligro.
Ambas mujeres bajaron. Al encender una vela, la señora Parsons cerró la puerta con mucho cuidado. Yelena, por su parte, tomó los manteles y los esparció por el suelo; mordiéndose el labio, empezó a pujar. Procuró no gritar, pues el lykaios estaba ya en la casa. Trató por todos los medios de no dejarse descubrir al pedirle a la señora Parsons le bañara de vino.
Mientras tanto, cerca de la cocina, una figura deforme caminaba pausadamente, oliendo todo a su paso en busca de una presa.
Fuente de la imagen: Pexels
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