Orbis, Pies Descalzos

in Cervantes3 years ago


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Orbis, Pies Descalzos

Sentía como el intenso calor atravesaba, la ya delgada, suela de sus botas, sin embargo, no llegaba a ser molesto, menos aún doloroso. Dos años habían pasado desde que aquel chico mutilado, le había regalado aquel par, que ya no le servirían de nada. Varías veces habían pasado por las manos de Benjamín, para reparaciones, su color se había desvanecido quedando sólo el raspado cuero expuesto, y el acero de su punta ya se asomaba un poco entre las costuras; pero, aun así, seguían siendo mejores y más cómodas que las que Orbis suministraba, una vez cada mes.

La suela de las reglamentarias, se derretía a los pocos días de empezar a usarlas, además de las feas ampollas que producían, porque no reducían el calor que provenía del piso.

Isaías se acomodó en su asiento y dispuso a descargar un nuevo lote de mineral en el horno. Movió el brazo de la grúa hasta el contenedor, que acababa de ser llenado por la banda transportadora, dos trabajadores de la caldera sujetaron los agarrares de la grúa y tras la señal de uno de ello, movió el control de elevación hacia adelante, levantando el pesado contenedor del suelo, para luego pasarlo sobre las cabezas de todos los trabajadores del nivel inferior, hasta llevarlo a la boca del horno.

Siguió las indicaciones de los sensores de posición y luego tiró de la palanca de descarga. Treinta toneladas de mineral de hierro pulverizado, cayeron en la tolva del horno y empezaron a bajar a su interior, donde sería procesado y fundido, para luego ser vertido, primero en un crisol y de éste en lingotes de cientos de kilos.

Eran casi las cuatro de la tarde, hora de salida, y ya Isaías, había completado la cuota de cargas del día, cuando en el piso inferior se completaba el undécimo container de mineral. Hoy sería uno de esos días en los que terminaría más tarde, pero superando la producción diaria programada, lo cual no sucedía muy a menudo.

Luego de enganchar él que, ahora sí, sería el último de la jornada, movió el contenedor hasta el horno y dejó caer su contenido. A los pocos segundos, un repentino destello y un estruendo emergieron de la boca y la puerta del horno, y esta última, salió disparada, expulsando material fundido, por todo el piso inferior.

El estallido lanzó hacia atrás el brazo de la grúa, arrojándolo sobre el mirador donde se encontraba la cabina de controles operada por Isaías, desprendiéndolo de los contrafuertes metálicos, que lo mantenían sujeto al nivel superior y arrojándolo al inferior, como si de una lata aplastada se tratara.

En el interior de la malograda cabina, Isaías, asustado, con una profunda herida sangrante en su brazo, y aturdido por un fuerte golpe en la cabeza, logró recuperar la compostura, varios segundos después de golpear el piso, se encontraba sujeto cabeza abajo en su asiento, con sus brazos colgando y mirando en dirección de la boca del horno.

Grandes llamaradas salían de la, ahora, completamente expuesta boca de la fundición, mientras que por su borde inferior se empezaba a derramar material fundido, que, como lava, goteaba formando una estalagmita de metal incandescente que servía de puente para que se generara un, cada vez mayor, flujo del material que se deslizaba en dirección a la abatida cabina de la grúa.

Lentamente, casi tanto como el flujo de metal fundido avanzaba, Isaías entraba en conciencia de la situación en la que estaba, tanteó con sus doloridas manos el amarre del cinturón de su asiento y aferrándolo las uñas, logró liberarlo, para luego caer golpeando su ya herida cabeza, con lo que antes fuera el techo de la cabina, ahora devenido en piso. Tan pronto su mejilla y brazos tocaron el metal, sintieron el intenso calor que provenía del suelo de la caldera.

Rápidamente se puso de pie y vio como la piel de sus manos estaba enrojecida y ampollada por el calor, fue como poner las manos sobre una sartén encendida a fuego máximo por unos segundos, con dificultad avanzó arrastrando los pies hasta la ahora invertida puerta de la cabina, para su fortuna, la puerta se había desprendido, porque de haber quedado trabada habría sido su fin.

Salió y sintió en su cuerpo, vestido con ropas de trabajo ligeras, el intenso calor de la caldera, empeorado por el enfurecido infierno expuesto del horno, que continuaba expulsando llamaradas de metal incandescente y un pequeño rio de material fundido que avanzaba en su dirección.

A medida que avanzaba en dirección de la puerta de salida, pudo ver los cuerpos en llamas de varios de los trabajadores que habían muerto durante la explosión. Sentía su cuerpo arder, a pesar de la distancia que lo separaba de las llamas, fue entonces cuando notó que le costaba levantar los pies del piso, y se dio cuenta, de que la suela de sus gastadas botas se estaba derritiendo, y a cada paso se iban quedando adheridas al hirviente piso.

Dio unos pocos pasos más hasta que sintió que finalmente sus pies habían quedado en contacto con el piso, la suela había quedado completamente deshecha, en parte adherida al suelo y en parte a sus gruesos calcetines, que nada le protegían del intenso calor. Siguió avanzando con la piel de sus pies hirviendo y despellejándose a cada paso, hasta que el dolor fue tan intenso, que por alguna razón, simplemente desapareció, avanzó como si ya nada lo detuviera, simplemente el espacio entre él y la puerta se reducía a cada paso, como si no fuera él quien controlara su, ahora completamente insensibilizado cuerpo. Estiró la mano para tomar el manillón de la puerta de emergencia y vio como la piel de su mano y brazo estaba chamuscada y cubierta de ampollas, cuando tocó la manilla escucho la palma de su mano sisear, como cuando se tira un pedazo de carne a la parrilla, pero no pudo sentir nada. Abrió la puerta y salió al exterior de la caldera, dejando que se cerrara tras él, avanzo unos cuantos pasos y cayó al piso, completamente desvanecido.

A un centenar de metros del bloque industrial de la ciudad, en el nivel superior de la colmena de apartamentos de Axia, los pobladores se asomaban por los ventanales a observar como las grandes llamaradas de horno siete, emergían de las profundidades de la cuidad, mientras una gigantesca nube de humo negro, oscurecía la vista del cielo desde el interior del cañón.

Veintitrés trabajadores habían fallecido durante la explosión y otros treinta y dos resultaron heridos gravemente, mientras que alrededor de cien, terminaron con lesiones menores. Las paredes internas del horno colapsaron exponiendo al material, directamente a los quemadores provocando la oxidación inmediata del mismo, ocasionando la explosión.

Diez días después del incidente, en una habitación del hospital de Orbis, en el bloque central de Axia, Isaías salió del coma que le fue inducido, para tratar sus heridas, había sufrido quemaduras de segundo y tercer grado en dos tercios de su cuerpo, sus pies debieron ser amputados y requeriría extensos injertos de piel, antes de poder volver a algo parecido a la normalidad.

Fuertemente sedado y con su mente embotada y dispersa, pensó en el día en que, de regreso al monorriel, después del accidente del chico Hilbert, recordó como horas antes lo había visto ajustarse firmemente las correas del filtro y pensó que eso no lo protegería de los frecuentes accidentes de la caldera, tal parecía que su propia suerte había terminado y que tarde o temprano, el trabajo en el bloque industrial de Axia termina quitándote la vida o parte de ella.

“No importa que tanto aprietes las correas, el resultado es el mismo”, pensó. Su fortuna había durado casi tres años, más que la del promedio.

Texto de @amart29 Barcelona, Venezuela, mayo de 2021


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Gracias a todos por visitar mi publicación, espero sus comentario y agradezco su apoyo, hasta la próxima


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¡Guau! Qué buen relato ficcionado sobre los accidentes laborales y las secuelas que pueden dejar en el individuo y en cómo este percibe su entorno. Me gustó. Gracias por compartir.