Una de las cosas que más disfrutos escribir en Hive, son mis crónicas. Sorprende que aún así, al menor descuido se le pasen a uno cinco meses in escribir. Pero son muchas las historias pendientes, así que apenas me di cuenta de lo rápido que han pasados estos meses, decidí darle continuidad a esta serie de #chronos.
Hoy vuelvo a mis días juveniles para traer otro episodio de esos que le marcan la vida a uno.
One of the things I most enjoy writing in Hive are my chronicles. It's surprising that even so, at the slightest carelessness, five months go by without writing. But there are many stories pending, so as soon as I realized how fast these months have passed, I decided to give continuity to this series of #chronos.
Today I return to my youthful days to bring another episode of those that mark one's life.
English version below!
Después de cuatro años y medio, había llegado el momento de dejar esa ciudad. Berlín había sido mi hogar entre los 8 y mis casi 13 años de edad. Aquella ciudad que día a día se modernizaba y que guardaba en mí un inmenso colorido de recuerdos, de mucha gente joven, de música, festivales, viajes cantando por toda Alemania Oriental, albergaba la mayor parte de todos mis recuerdos conscientes.
Vivir a escasos 500 metros de Alexanderplatz, la plaza principal de esa ciudad, le daba mucho más vida y emoción a ese período de vida, donde tenía mis vivencias recientes, mis amigos, mi bicicleta que me permitía recorrer toda la ciudad, mi escuela. Aunque aún no había tenido una novia, sí las experiencias de mis primeros besos y acercamientos cercanos con el sexo femenino.
Tener que dejar todo eso atrás, por cuestiones de trabajo de mi papá, no era una idea muy motivadora, ni para mí, ni para mi hermana que siendo un poco mayor que yo, había empezado ya una trayectoria musical, con grupos y clubes, que la tenían completamente atrapada (Ella sí había tenido ya su primer novio).
Pero era un viaje inevitable para nosotros y lo único que motivaba un poco, era el hecho de irnos a vivir a ciudad de tanto renombre, de tanto peso histórico, de tanta fuerza cultural, como lo era Moscú. La capital misma de la Unión de Repúblicas Socialista Soviéticas. Aquello sonaba muy grande y era el único contrapeso a la hora de poner en la balanza las ganas de irse o quedarse.
Así que una vez empacado, nos subimos finalmente al tren que nos llevaría a nuestro nuevo hogar. Con el acompañamiento de un par de amigos y lágrimas en los ojos, partimos de la estación Ostbanhof.
Los países que experimentan de verdad las cuatro estaciones del año, tienen dos momentos en que el clima se pone feo: el paso del invierno a la primavera y el cambio de otoño a invierno. Pues entre la nieve que cae y se derrite, todo se va poniendo marrón y adquiere aspecto de suciedad. Nuestro viaje coincidió con el fin del invierno y por ende los paisajes no tenían los colores blancos bonitos de esa estación, ni el colorido de la primavera, ni el cielo azul y el sol resplandeciente del verano, así como tampoco el color bronce, cobrizo y dorado del otoño. No, los campos en el camino, tenían ese color oscuro de nieve derretida empantanada, con el fondo de un cielo gris, que se sumaba al gris de nuestros sentimientos por la partida.
Así salimos de Alemania y atravesamos Polonia. Pero el punto del climax fue nuestra entrada a la Unión Soviética, la cual se realizaba por la ciudad de Brest, en la República de Bielorrusia.
Vale mencionar que durante el tiempo que llevábamos viviendo en Europa, mi papá se había encargado de llevarnos a recorrer parte de ese continente y su historia, visitando países y ciudades de excepción, lo cual incluía la visita a maravillosos fuertes, palacios y castillos. Ahí aprendimos a preciar todo ese tipo de edificación y logró unirnos a la historia del viejo continente.
La estación del tren de la ciudad de Brest, es una edificación histórica que data de 1915, que después del triunfo sobre la Alemania nazi, en 1945, había sido redecorada con el estilo estalinista que tanto marcó la arquitectura soviética de la posguerra.
La espera en Brest era larga, pues el sistema ferroviario soviético tenía rieles más anchos que el resto del continente y era en esa ciudad donde se les cambiaba el sistema, un proceso que se tardaba un par de horas.
Pero, a pesar de nuestro amor a la historia, cuando mi hermana y yo vimos los colores grises de la estación, el aspecto antiguo de la misma, con el piso sucio de nieve, donde no se percibía un solo color vivo y con la nostalgia de habernos ido de nuestro querido Berlín y estar entrando en ese nuevo país, no pudimos contener el llanto y fue allí donde en verdad empezamos a llorar y desahogar nuestra tristeza.
Más desahogados, seguimos viaje y finalmente llegamos a Moscú. El clima en la ciudad era el mismo que describí antes, lo cual no terminaba de motivarnos. Sin embargo, el tamaño de las avenidas y los edificios no podía menos que asombrarnos.
En el carro que nos llevaba a casa, el nuevo traductor de mi papá. Boris, iba mostrando la ciudad y dando algunos datos sobre la misma.
Finalmente llegamos a un edificio descomunal y sorprendente, ante el cual Boris nos dice: —¡Esta es su nueva casa!
Nosotros, acostumbrados como estábamos a viajar y ver edificaciones sorprendentes, no cabíamos en nuestra incredulidad. Aquello era como una combinación de castillo, palacio y edificio, con torres y alerones y una estructura sencillamente colosal. Semejante vivienda, por supuesto, nos hizo pasar un suiche en la cabeza y nos hizo entender que a partir de ese momento viviríamos una experiencia completamente nueva y diferente.
Nuestro nuevo hogar sería uno de los siete rascacielos de Stalin, los cuales mandó a construir en una combinación de estilo barroco ruso y neogótico, que fue el sello impulsado por este líder y que representaba la grandeza de la Unión Soviética. Conocidas estas edificaciones también como las siete hermana, entre ellas está el Ministerio de Asuntos Exteriores, los hoteles Ucrania y Leningrado, la más famosa quizá, la Universidad Estatal de Moscú Lomonósov y la que ahora era nuestra casa, que lleva el nombre de la ribera del río donde está construida: Kotelnicheskaya Naberezhnaya.
Image by Szczebrzeszynski
English version
wn and looks dirty. Our trip coincided with the end of winter and therefore the landscapes did not have the beautiful white colors of that season, nor the colorfulness of spring, nor the blue sky and the shining sun of summer, nor the bronze, copper and golden color of autumn. No, the fields on the way had that dark color of boggy melting snow, with the background of a gray sky, which added to the grayness of our feelings for the departure.
So we left Germany and drove through Poland. But the climax was our entry into the Soviet Union, which was through the city of Brest, in the Republic of Belarus.
It is worth mentioning that during the time we had been living in Europe, my dad had taken us to travel through part of that continent and its history, visiting countries and cities of exception, which included visiting wonderful forts, palaces and castles. There we learned to appreciate all these types of buildings and managed to join us to the history of the old continent.
The train station in the city of Brest is a historic building dating from 1915, which after the victory over Nazi Germany in 1945 had been redecorated in the Stalinist style that so marked post-war Soviet architecture.
The wait in Brest was long, since the Soviet railway system had wider rails than the rest of the continent and it was in that city where the system was changed, a process that took a couple of hours.
But, in spite of our love of history, when my sister and I saw the gray colors of the station, the antique aspect of the station, with the floor dirty with snow, where not a single vivid color could be perceived and with the nostalgia of having left our beloved Berlin and entering this new country, we could not contain our tears and it was there where we really began to cry and unburden our sadness.
More relieved we continued our journey and finally arrived in Moscow. The weather in the city was the same as I described before, which didn't really motivate us. However, the size of the avenues and buildings could only amaze us.
In the car that was taking us home, my dad's new translator, Boris, was showing us around the city and giving us some information about it.
Finally we arrived at a huge and surprising building, before which Boris told us: "This is your new home!
We, accustomed as we were to traveling and seeing amazing buildings, could not believe our eyes. It was like a combination of castle, palace and building, with towers and wings and a simply colossal structure. Such a dwelling, of course, made our heads spin and made us understand that from that moment on we would be living a completely new and different experience.
Our new home would be one of Stalin's seven skyscrapers, which he had built in a combination of Russian baroque and neo-gothic style, which was the hallmark of this leader and represented the greatness of the Soviet Union. These buildings, also known as the seven sisters, include the Ministry of Foreign Affairs, the Ukrainian and Leningrad hotels, perhaps the most famous, the Lomonosov Moscow State University and what was now our house, named after the river bank where it is built: Kotelnicheskaya Naberezhnaya.
Image by Viktor Pinchuk
Este texto pertenece a mi serie #Chronos. Puedes leer más sobre la misma en Mis crónicas literarias. Si es de tu agrado este estilo y quieres sumarte a la creación de crónicas literarias, te invito a usar la etiqueta #chronos para la misma.
This writing is part of my series #Chronos. You can read more about it on My literary chronicles. If you like this style and want to join the creation of literary chronicles, I invite you to use the hashtag #chronos for it.
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Alucinante crónica, una transportación de Berlín a Moscú, no es ciencia ficción, es ciencia real. el sistema ferroviario soviético, la arquitectura stalinista, barroco ruso neogótico y habitar un rascacielos en Moscú es una experiencia sorprendente.
Me absorvio su peregrinaje,
Sí, sin duda fue un período que me marcó profundamente porque son vivencias muy especiales, en entornos muy interesantes!
¡Gracias por tu comentario! 🤗
Hola @ylich, no conocía esta iniciativa de anécdotas llamada Cronos Es mi primera vez que tengo el privilegio de leer una, y debo decir que me ha fascinado, me ha encantado tu forma de expresar a través de ilustraciones tan amenas y precisas esos momentos tan significativos de tus vivencias, al menos a mí me hizo viajar en mi mente por el sentimiento de nostalgia arraigado en todas esas experiencias vividas, que supongo extraordinarias en Berlín, para luego llegar a la propia capital de la antigua Unión Soviética y mostrarnos un poquito de sus características tan distintivas. Esa manera de relacionar el clima con el sentimiento fue muy atinada, sobre todo para una persona como yo, que sólo ha vivido en una estación, la del Caribe tropical. Un gusto, gracias 😊🙏🏽
Sí, esta fue una idea mía hace poco más de un año, que aunque se trataba de un reto personal de escribir crónicas, me pareció buena idea invitar a otros autores a desarrollarla. En el primer post, puedes leerla explicación completa: Mis crónicas literarias - Catia y el azul .
¡Y por supuesto, estás invitado a sumarte a esta iniciativa! 😉
Gracias por la invitación 😊, la tomaré en cuenta. Ya voy a leer esa publicación. Puede que haya alguna vivencia por ahí que de alguna manera sea intensante para compartir
¡Estoy seguro que así será! 😉
Me deja sorprendida tus vivencias y fascinada por la forma como es narrada. Me parece estar allí, viendo con asombro la edificación majestuosa. Saludos, mucho tiempo sin darme una vuelta por acá jejeje.
El comentario que hiciste me deja muy satisfecho, porque es precisamente esa la intención de mi escrito, poder compartir la "vivencia", de alguna manera.
¡Muchas gracias!
Descomunal su texto, genial en su escritura, en su redacción, en la delicadeza que persigue y en la maravilla que contagia, un abrazo profundo, encantador texto en todos sus aspectos.
¡Vaya, no puedo menos que estar muy agradecido por este comentario tan halagador!
¡Un gran abrazo!
Fue una crónica muy agradable, me encantó de todo corazón un abrazo.